SITUACIÓN:
Natalia tiene 18 años y acaba de empezar su carrera universitaria. Es una chica muy activa. Todo le atrae y le interesa. El problema es que no sabe medir bien sus posibilidades y se ilusiona con muchas cosas que nunca consigue terminar. Llega tarde a todo, se le olvidan las cosas, y se siente agobiada por no poder cumplir lo que se ha comprometido a hacer.
El curso avanza y el susto de los primeros exámenes es tremendo. Ha suspendido todas las asignaturas menos una. Está estresada y hundida.
OBJETIVO:
Hacer rendir el tiempo.
MEDIOS:
Aprender a organizarse.
MOTIVACIÓN:
Podrá hacer más cosas, con menos tiempo, y cansándose menos.
HISTORIA:
Sus padres, al saber los resultados de los exámenes, se enfadaron muchísimo. Luego, al ver que su hija estaba tan hundida, se dieron cuenta de que el enfado no era la mejor solución, y menos estando su hija como estaba.
Pensaron que había que hablar con ella y cambiar de actitud. Era mejor ayudarle de manera práctica y positiva, en vez de querer resolver las cosas a base de broncas o castigos. Quedaron en que sería la madre quien hablaría con ella.
La madre de Natalia buscó un momento adecuado para charlar con calma. Primero dejó tiempo a que su hija se desahogara por completo, cosa que ella agradeció muchísimo, pues –como le dijo después– “la verdad, mamá, es que no estaba para sermones…; me habría puesto como una fiera”.
Cuando la chica estaba ya más serena y animada, empezaron a hablar del futuro. “Mira, Natalia –le dijo su madre con un tono tranquilo y animoso–, un pequeño batacazo en los estudios no tiene más importancia. Lo malo es dejar que el desorden nos gane terreno, porque eso sí que es peor. Además, lo que más cansa es el desorden. Trabajar…, cansa mucho menos. Estamos todo el día haciendo cosas, y nos cansamos, es verdad, pero tampoco tanto. En cambio, nos sentimos mucho peor, mucho más cansados, cuando, por desorden, hemos atropellado las cosas: esto que se nos ha olvidado, aquello que no habíamos previsto y nos ha llevado el doble de esfuerzo, esa cita a la que hemos llegado tarde, ese detalle de desconsideración que hemos tenido simplemente por ir tan acelerados, eso otro que hemos dejado mal por comprometernos sin haberlo pensado bien, o por no saber decir que no…”. Natalia escuchaba con atención. Se sentía retratada en esa descripción sobre el desorden.
Su madre había hablado de todos esos defectos en plural, como incluyéndose ella, y, gracias a eso, lo que decía no resultaba hiriente. “Si lo pensamos bien –prosiguió–, el desorden es agotador. En cambio, con un poco de orden, podemos hacer muchas más cosas, con menos tiempo, y cansándonos menos. Tú, Natalia, tienes ilusión por hacer muchas cosas –ahora se dirigía a ella en singular, para estimular–, porque veo que eres una mujer activa, con muchas ilusiones y proyectos en la vida. Si consigues ser una persona ordenada, llegarás muy lejos”.
Hablaron bastante más, y la eficacia de aquella conversación fue sorprendente. Su madre supo activar sus ilusiones, que eran muchas, en vez de pretender solucionar el asunto a base de controles y restricciones, que era lo que Natalia se temía que sucediera. Quedaron en charlar con frecuencia sobre detalles de organización, con toda confianza. Las dos leyeron un libro sobre gestión del tiempo, y lo iban comentando, haciéndose bromas, con gracia.
Natalia se compró una agenda electrónica y se propuso seriamente llevarla siempre encima, apuntar todo, y mirar con mucha frecuencia lo apuntado. Se dio cuenta de su gran eficacia como instrumento de planificación, como almacén de datos, e incluso como memoria auxiliar. Anotaba en la agenda todo lo que se le ocurría, sin interrumpir el trabajo que estaba haciendo. Cada día dedicaba un tiempo a organizarse: temas pendientes, llamadas, correo electrónico, etc.
También se propuso tener bien ordenada su mesa, el armario, las estanterías, sus apuntes, etc. Se dio cuenta de que ganaba mucho tiempo ordenando las cosas en el momento, y que además así luego las encontraba enseguida.
Otro gran descubrimiento fue darse cuenta de que caía con frecuencia en la llamada “pereza activa”. Es muy fácil estar siempre ocupado, pero hay muchas ocupaciones que son pura y simple evasión de las cosas que nos cuestan más, y nos autoengañamos. Natalia se propuso esforzarse en ese punto, llamando a las cosas por su nombre, y en pocos meses dio grandes pasos. Aprendió a decir que no a cosas que le apetecían pero no debía comprometerse, y a establecer unas prioridades en la organización del tiempo.
RESULTADO:
Pronto comprobó lo cierto que era eso de que con un poco de orden el tiempo se multiplica, y se multiplican también las satisfacciones, en la misma medida en que se ahorran disgustos y ansiedades.