El preembrión, conviene decirlo así de claro, es una ficción, un mito, un desfiguramiento de la realidad. Y es también un anacronismo. Y, sin embargo, parece que pronto lo vamos a ver embutido por segunda vez en nuestra legislación. Nuestros diputados lo harán por decreto y credulidad, no por ciencia. En este breve artículo trataré de hacer un esbozo de la compleja historia del mito. Me gustaría que sirviera para iniciar, en las páginas de DM, un diálogo clarificador con quienes piensan de otro modo.
El lugar de nacimiento de un concepto La expresión pre-embrión fue acuñada por Penelope Leach, psicóloga y autora de deliciosos cuentos infantiles, en una sesión de la Voluntary Licensing Authority británica, en 1985. Pero, antes de creada la palabra, existía ya el concepto. Se hablaba tiempo atrás de que, en el curso del desarrollo del ser humano, los primeros catorce días son un tiempo especial, pues en ellos el embrión carece de los caracteres ontológicos o biológicos que titulan para el trato que se da y los derechos que se asignan a los otros seres humanos.
No fueron médicos, biólogos, juristas o filósofos los inventores del concepto, sino ciertos moralistas católicos desengañados por la doctrina de la Encíclica Humanae vitae, de Pablo VI (1968). En ella, el Papa no habla ni de píldora ni de embriones. Pero estaba claro ya entonces que la píldora y los dius podían impedir la anidación. Para declarar inocentes esos procedimientos de contracepción era necesario implantar la idea de que malograr embriones humanos de menos de dos semanas era acción moralmente irreprochable.
Y, así como ciertos organismos médicos (el ACOG, la FIGO y la OMS) recurrieron a redefinir la gestación para que nadie pudiera hablar de abortos contraceptivos, los moralistas echaron mano de la gemelación monocigótica como argumento irrefutable para mostrar que el embrión de menos de 14 días carece de consistencia metafísica, biológica y ética. Razonaban así: todo hombre es un ser individual, uno y único; es así que el embrión puede, hasta los 14 días, dividirse en dos o más individuos; ergo, el embrión de menos de 14 días no es todavía un ser humano individual de pleno derecho. De ese modo, y en contra de la doctrina de Humanae vitae, el uso de la píldora podría tenerse por lícito.
El salto al mundo secular En 1979 el Comité Asesor de Ética del Departamento de Salud, Educación y Bienestar de los Estados Unidos recibió el encargo de determinar si y en qué condiciones se podía subvencionar con dinero federal la investigación sobre fecundación in vitro. El año anterior, 1978, había nacido en Inglaterra la primera niña probeta. Formaba parte del Comité el padre Richard McCormick. Él ha contado cómo, apoyándose en un extenso informe encargado por el comité al teólogo moral Charles E. Curran, propuso introducir en las recomendaciones finales del comité que la investigación sobre embriones humanos de menos de 14 días fuera tenida como norma pública aceptable. De este modo, el concepto de los moralistas entró en la bioética secular, donde triunfó de modo arrollador.
Del trampolín del Comité Asesor norteamericano, la idea de los 14 días saltó al Estado de Vitoria, en Australia (Comité Waller, 1982) y al Reino Unido (Comité Warnock, 1984). Sobre la marcha, al argumento de la gemelación monocigótica se sumaron otros. Los australianos distinguen el día 14 como momento en que “se forma la línea primitiva y entonces es claramente evidente la diferenciación del embrión”. Eclécticamente, el Informe Warnock acumula razones en el día 14: es el comienzo del desarrollo individual porque ya no cabe gemelación después de él, porque la línea primitiva es el resello de esa individualidad, porque ese día marca la terminación del estadio implantatorio.
Después de Warnock, el concepto de preembrión y la divisoria de los 14 días obtuvieron un crédito muy amplio, casi universal: se han convertido en artículo de fe de normas éticas y reglamentos legales.
Un concepto que amenaza ruina Impera en los libros de texto de Embriología y Obstetricia una doctrina sobre la cronología de la gemelación en 14 días, basada en la correlación entre momento supuesto de fisión del embrión y estructura de las envolturas fetales. Se trata de una mera hipótesis, cierto que sumamente racional, pero jamás demostrada. Es uno de esos idola tribus médicos, que duran y se transmiten, pero que nadie comprueba. Por lo que dan a entender las recientes investigaciones sobre la compleja arquitectura del embrión inicial, es, muy probablemente, falsa.
La línea primitiva no marca el comienzo de la diferenciación. Ésta viene de mucho antes. La embriología reciente (ver, p. ej., Smith A. The Battlefield of Pluripotency. Cell 2005;123:757-760) está haciendo polvo muchas ideas viejas: la del cigoto como una esfera amorfa, la de la mórula como un colectivo de blastómeros idénticos entre sí, la del blastocisto como yuxtaposición de dos poblaciones. En éste están definidos ya el trofectodermo, el endodermo primitivo, el epiblasto. La línea primitiva marca simplemente el lugar de migración de esas células, pero no es, como se pretende, una especie de artilugio que induce la primera diferenciación celular en el embrión.
Y ¿qué decir del final de la implantación? Datarlo hasta el día 14 es una exageración. Con una mirada libre de prejuicios, los cortes histológicos de embriones muy jóvenes muestran que eso ocurrió unos cuantos días antes. Es poético, no científico, decir que sólo el día 14 la anidación se constituye en símbolo de la aceptación materna.
Poder legislativo y razón científica En 2006, un parlamento que diga que “a efectos de esta Ley, podrán usarse embriones humanos de menos de 14 días en proyectos de investigación aprobados por los organismos competentes” estará ejerciendo su potestad, políticamente correcta, aunque censurable éticamente. Incurriría, en cambio, en un abuso si sostuviera que la norma se basa en el concepto científico de preembrión. No vale hoy ese concepto. No son válidos los argumentos que ligan día 14 con la gemelación monocigótica como marcador de la individualidad, con la formación de la línea primitiva como marcador de la diferenciación del embrión, con el término de la anidación como símbolo de aceptación.
En una tribuna de DM el espacio disponible es siempre poco; hay que hablar esquemáticamente. Lo que he querido decir es sencillo: la noción de preembrión es una idea política con pies científicos de barro. El progreso de la embriología es la piedra que rodó monte abajo y rompió el pedestal de barro. El constructo se ha derrumbado. ¿Por qué mantener un muerto en la legislación? Gonzalo Herranz. Profesor honorario. Departamento de Humanidades Biomédicas. Universidad de Navarra.