En su ensayo más conocido, Jacinto Choza hablaba de “la supresión del pudor” como uno de los signos definitorios de nuestro tiempo. Si queremos una prueba de ello, basta seguir el mundo de la moda, sobre todo de esa moda que sirve para que los diseñadores den el salto a los titulares y que los telediarios de la tele pública recogen con puntual fidelidad. Esa moda que nadie sabe por qué se llama así, puesto que nadie exhibe en la calle los increíbles trapos que se pasean en Cibeles, Gaudí y demás. El pudor ahí es un concepto extraño, un “flatus vocis” del que tal vez puedan dar razón los arqueólogos. A diario se muestran en aquellas pasarelas elementos del “hardware” femenino cuya visión se reservaba antes a los médicos, sin que nadie ose romper una lanza por esa “parte de la templanza que preserva la intimidad de la persona” y “designa el rechazo a mostrar lo que debe permanecer velado”.
Y sin embargo ha saltado el escándalo. Sí, señor: escándalo en la pasarela. ¿Qué puede escandalizar en una pasarela? Pues que, al parecer, a uno de estos creadores se le ha ocurrido ataviar a las modelos con un embalaje de capuchones, vendas y otros tapujos y que a algunos publicadores y a otros tantos políticos les ha parecido un atentado contra la dignidad de la mujer. Así, tal como lo acabo de escribir y lo han leído esos ojitos suyos.
¿Supresión del pudor? A la vista de estas cosas, creo que el fenómeno es más bien de sustitución. Han intentado liquidar eso que unos llamaban decencia, modestia, pudor, y otros llamaban tabúes sexuales, y lo han conseguido; pero parece que no hay modo de que la criatura humana deje de pensar que hay cosas intocables. Antes te empapelaban por quitarte demasiada ropa, ahora por llevar un velo. El pudor ha dejado de guardar la castidad para custodiar la autoestima, pero ya ve, amigo diseñador, uno no puede sacar a la luz pública todo lo que se le ocurra. A usted y a mí nos han machacado los oídos con todo eso de la autonomía del arte y la libertad del creador, y ahora nos salen con estas. Creo que estos asesinos del pudor empiezan a sentir lo que Adán en el paraíso: estamos desnudos. Desnudos de principios. Y se tapan con malas hojas de parra que a duras penas encubren su inopia.
Tomado de www.PiensaUnPoco.com