Magaly Llaguno: Mi batalla contra el cáncer

El tesoro del sufrimiento He sufrido mucho en los años que he vivido. Sin embargo, en los últimos seis experimenté un sufrimiento tan grande que creí morir de dolor. En este lapso de tiempo tuve que pasar por el rompimiento de mi matrimonio, murieron mis padres y los médicos me diagnosticaron con cáncer. Todos estos sucesos me llevaron a comprobar que se puede crecer espiritualmente a través del sufrimiento. El sufrimiento ha sido para mí uno de los regalos más valiosos de Dios, una verdadera escuela. Me ha enseñado muchas cosas: a tener paciencia, a sentir mayor compasión por los demás y a saber expresarla; y a aceptarlo todo de la mano de Dios. Lo que más agradezco es que me ha acercado mucho más a El a través del dolor.

El sufrimiento nos hace mejores personas y nos madura emocional y espiritualmente si lo aceptamos por amor y obediencia a Dios y si tratamos de sobreponernos a él, buscando nuestro consuelo y fortaleza en Dios. Son incontables las veces en que me he sentido acongojada, deprimida, agotada física, emocional o espiritualmente; pero en todas he acudido a Dios y siempre me ha dado Su gracia para continuar mi peregrinar hacia Él.

Este documento es el relato de algunas de mis experiencias, las cuales escribo, con la esperanza de poder ayudar a personas que se encuentren en circunstancias parecidas a las mías.

El diagnóstico Fue en el mes de febrero del 2000 cuando me diagnosticaron mieloma múltiple; un raro tipo de cáncer de la médula ósea, lugar donde nuestro cuerpo fabrica la sangre. Desde entonces he pasado cientos de días recibiendo quimioterapia, en el hospital como paciente externo o ingresada. Aunque parezca increíble, fue casi un alivio enterarme de que padecía cáncer, pues había tenido cinco dolorosas fracturas espontáneas sin saber por qué; tres de ellas en dos costillas y una vértebra, después de un resfriado. Había sido examinada por cinco médicos y hablado con seis más, hasta que al fin a uno de ellos (el reumatólogo), se le ocurrió hacer la prueba de un tipo de proteínas en la sangre. Lamentablemente, esperó desde noviembre, fecha en que hizo la prueba, hasta que volví a verlo en su consulta en febrero, para ver el resultado y decirme que tengo cáncer.

Al fin, cuando logré ver por primera vez al doctor hematólogo-oncólogo, me puso bajo un tipo de tratamiento, el cual no fue efectivo. Luego, durante seis meses, estuve ingresanda por 5 ó 6 días cada mes para la quimioterapia, la cual tampoco dió resultado. Del 20% de cáncer en la médula de los huesos, que me habían descubierto durante la primera biopsia, pasé el 81%. Fue como si en lugar de matar el cáncer, lo hubieran estado alimentando.

Cuando el doctor me dio esta mala noticia, le pregunté cuánto tiempo me quedaba de vida y me dijo que menos de un año. Yo le dije que no aceptaba ese diagnóstico, porque de hecho, Dios me había prometido más tiempo de vida. La única verdadera alternativa que me dio mi médico fue un tratamiento experimental con arsénico (¡el veneno!), y vitamina C. Puesto que no tenía nada que perder, acepté después de orar, investigar, y hablar con mis cinco hijos al respecto.

El tratamiento experimental Durante meses iba diariamente al hospital a recibir el arsénico con vitamina C. Soporté seis terribles ciclos de cinco semanas cada uno, con dos semanas de descanso seguida de una biopsia después de cada ciclo. Los lunes y los viernes tenían que hacerme electrocardiograma, análisis de sangre, etc. para saber si había llegado al punto de estar en peligro de complicaciones graves debido al arsénico. También me hacían pruebas para conocer el daño que le estaba haciendo el arsénico a todas las células de mi sangre, tales como las rojas, las blancas y las plaquetas. Por supuesto, tuvieron que darme un número de transfusiones, y ni hablar de los demás efectos secundarios de esta quimioterapia experimental.

Lamentablemente, uno de los efectos secundarios graves de esta medicina (el arsénico), es que daña el sistema inmunológico, porque destruye las células buenas que están en la sangre, junto con las malas (cancerosas). Por añadidura, el tipo de cáncer que yo tengo tiene el mismo efecto en la sangre (además de dañar los huesos). Por tanto, desde hace mucho tiempo he estado luchando contra las infecciones. Fui hospitalizada por tres semanas debido a una septicemia, por una infección en el “port” (catéter colocado quirúrgicamente en la vena cava para administrar la quimoterapia). Estuve en casa una semana, y acto seguido tuve que ser hospitalizada de nuevo debido a una neumonía y para remover el catéter infectado y colocar uno nuevo. Sin embargo, Dios no quiso que muriera en esa oportunidad tampoco y me salvé para continuar el tratamiento con arsénico. ¡Fui la primera en EE.UU. en llegar al final de los seis ciclos viva y hasta me entrevistó un canal de televisión! Durante la segunda semana de hospitalización por la neumonía, cuando comencé a mejorar, se me presentaron otras complicaciones, las llamadas “enfermedades oportunistas”. Por ejemplo, contraje la “culebrilla” (muy dolorosa), sinusitis (la cual me ha dejado sin olfato ni gusto permanentemente), flebitis en ambos brazos debido a los sueros (muy dolorosa también), y otras infecciones más. Por supuesto, debido a la debilidad de mis huesos y la fuerza con que tosía, se me rajó de nuevo una costilla.

Una noche, cuando estaba hospitalizada, después de tantos sueros e inyecciones, tuve problemas con mis venas. El catéter no se podía utilizar por orden del médico, hasta que no transcurrieran 48 horas de ser insertado. Sin embargo, las medicinas había que administrarlas por vía intravenosa. Una hermana en Cristo y yo, hicimos la Coronilla de la Divina Misericordia y le rogamos a Sor Faustina, Apóstol de la Divina Misericordia, su intercesión (todavía no había sido canonizada). Ella nos escuchó. Después de haber tratado de establecer una línea para el suero tres enfermeras, tres veces cada una, otra enfermera me dijo: “Déjame probar una vez más”. ¡Y milagrosamente lo logró! Durante esa estancia en el hospital, aprendí mucho sobre el valor infinito del sufrimiento, tanto para nosotros como para los demás. También medité mucho más sobre la pasión de Cristo. Le doy gracias a Dios por haber derramado tantas bendiciones sobre mi persona durante esta difícil etapa de mi vida, no sólo al darme la fortaleza para continuar luchando por sobrevivir, sino también, por darme el grandísimo honor de compartir su cruz, a pesar de que no soy digna de hacerlo.

El recordar el sacrificio que Jesús hizo por nosotros en la cruz, me ayudó a soportar todos los sufrimientos. Cada vez que me pinchaban con una aguja pensaba en que Jesús fue coronado de espinas y le decía a El: “Esta es una ofrenda tan pequeña, Señor, comparada con lo que tú sufriste para salvarme.” Y cuando me arrancaron dos pequeñitos pedazos de piel al removerme un esparadrapo (al cual soy alérgica) y me dolió tanto, recordé que Jesús fue brutalmente azotado, le pusieron una capa sobre su sangrante espalda y después se la removieron violentamente. Según los relatos científicos, una gran parte de su sanguinolenta piel le fue arrancada junto con la capa, pues se le pegó a la tela. ¡Cuán grandes son los dolores que El sufrió por nosotros! Fue su amor lo que lo llevó a la cruz y lo hizo permanecer en ella, a pesar de los que le gritaban que bajara y se salvara. Y ha sido providencial para mí, el que estos sufrimientos míos hubieran tenido lugar durante el Mes del Sagrado Corazón de Jesús. ¡Qué hermoso regalo de amor pude brindarle! Ofrecí mis sufrimientos (y todavía lo estoy haciendo), por el movimiento provida y por Human Life International y la Sección hispana que dirijo, Vida Humana Internacional y sus organizaciones afiliadas en el mundo hispano.

Dios me dio el regalo del gozo durante esa etapa en que estuve a punto de morir, y me enseñó que no debo temerle a la muerte ni al sufrimiento, pues Él está siempre conmigo.

Enfrentándome al transplante El doctor me dijo que ya que me había bajado tanto el nivel de cáncer en los huesos con la ayuda del arsénico y la Talidomida que recibí por meses, era hora de planear un transplante de células estaminales, utilizando mis propias células. Puesto que el tipo de cáncer que tengo es incurable, solo se trataba de alargar un poco mi vida.

Dos semanas antes de mi transplante, me sentía tan agotada de esta lucha que he estado librando contra el cáncer por los últimos dos años, que no tenía ya las fuerzas para continuar. Sabía que me esperaban muchas más dificultades y sufrimientos. Por lo que había leído, este tipo de transplante es un procedimiento muy largo, difícil y peligroso que requiere mucho tiempo de recuperación.

Me encontraba “al pie de una enorme montaña” que sabía tenía que escalar, pero no tenía las fuerzas para comenzar a hacerlo. Hay momentos en la vida de uno en que súbitamente sentimos sobre los hombros y sobre el corazón, todo el peso de muchos años de sufrimientos. Era como si me hubiera caído con mi cruz y no tuviera fuerzas para levantarme. Hasta ese punto, Dios me había dado una fortaleza sobrenatural que me llenaba de optimismo, energías y hasta gozo espiritual. Pero fue como si en aquellos momentos me la hubiera retirado por completo, quizás para que me diera cuenta de lo débil y frágil que soy, y de lo mucho que dependo de Él. Las palabras de San Pablo cobraron aun más importancia para mí y me aferré a ellas con todo mi corazón: “A todo puedo hacerle frente, gracias a Cristo que me fortalece.” (Filipenses 4: 13 ) Y las de Cristo : “Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí no pueden ustedes hacer nada” (San Juan 15:5), me hicieron comprender, como nunca antes, que es verdadera y personalmente Cristo quien nos fortalece.

Antes de poder ingresar para el transplante de células estaminales tuve que someterme a un procedimiento llamado eféresis. Me insertaron quirúrgicamente en la vena cava un catéter mucho más grande que los que había tenido anteriormente. Tenía tres tubos en la parte de afuera: por un lado sacaban la sangre, por el otro administraban anticoagulante, y por el tercero devolvían la sangre al cuerpo. Me estimularon primero la médula ósea con unas inyecciones. El objetivo era separar las células estaminales inmaduras del resto de la sangre, y hacer que salieran a flote en la sangre.

Durante el procedimiento tuve una complicación: me bajó mucho el calcio y comencé a sentir como unas terribles corrientes eléctricas por todo el cuerpo, hasta llegar al punto de que se me engarrotaron ambas manos y se me paralizaron los dedos. En aquel momento pasé un gran susto porque creí que me estaba dando un derrame cerebral. De momento no pude evitar las lágrimas y el desaliento y la desesperación, pero de nuevo Cristo me fortaleció. Después de quedar una noche ingresada en el hospital, con los medicamentos que me administraron pudieron seguir el proceso iniciado. Lamentablemente, no alcanzaron a colectar todas las células necesarias para el transplante, pero de todos modos, mi médico decidió seguir adelante porque era la mejor decisión con respecto a mi salud.

El ingreso al hospital Era el 7 de octubre de 2002, Festividad en la Iglesia Católica, de Nuestra Señora del Santo Rosario. El hecho de que iba a ingresar en el hospital en esta piadosa fecha, me dió ánimos para el suplicio que sabía se acercaba inexorablemente. Pensé: He pasado tanto tiempo en este complejo de hospitales, que ya prácticamente son mi segunda casa.

La primera semana de ingreso para el transplante no fue fácil. El primer día me dieron una dosis extremadamente alta de “Melphalen”, una quimioterapia muy fuerte. Según me informaron, era una dosis diez veces más alta que la que regularmente les dan a los pacientes. Inmediatamente, el segundo día, me pusieron por vía intravenosa, las células estaminales que me habían extraído de la sangre y habían congelado.

Después de la quimioterapia, no pude mantener nada en el estómago por mucho tiempo. Las náuseas eran una parte constante de mi vida cuando estaba despierta, no había nada que verdaderamente permitiera que mantuviera líquidos o alimentos en mi estómago. Por 24 días en el hospital viví mediante los sueros. Las pocas veces que pude mantener algún líquido fue gracias a la oración. Pero hasta la oración se me hacía difícil, porque las náuseas eran muy intensas. Con toda mi alma le pedí al Señor que estabilizara mi estómago, no sólo porque me sentía muy débil, sino también porque me dolía la quijada izquierda (afectada por el cáncer), de tanto devolver los alimentos.

Prepararnos para escuchar, tener paciencia y perseverancia Una mañana caí en una pequeña depresión, al sentir que todavía no toleraba alimento en el estómago y que estaba tan débil. De nuevo me fallaron las fuerzas y dejé de tratar de ingerir alimentos. Para colmo de males, los dolores en el cuero cabelludo mientras se me caía el cabello, me molestaban mucho cuando ponía la cabeza en la almohada. Clamé al Señor llorando y su ayuda me llegó de nuevo. El enfermero me aconsejó, explicándome muy delicadamente, que mi actitud era negativa y esto alargaría más tiempo mi recuperación. Me dí cuenta de que había caído en la trampa de pensar negativamente. Dios actúa a veces a través de quien menos esperamos.

Después recordé el poder sanador de Dios a través de la música. Puse en mi equipo portátil un cassette de música religiosa que sabía me daría el mensaje que necesitaba oir de consuelo y fortaleza. La letra de la primera canción titulada “Amigo, no temas”, me recordó la promesa de Jesús de estar siempre conmigo. Dice la canción : “Amigo, no temas, yo estoy contigo en tu caminar” y habla de cómo Dios cuida de las aves y las flores del campo, “y ellas no son más que tú”. Si el Padre Celestial viste los campos de primorosos colores, con muchas flores que duran solo un día, cómo no va a poner en nuestra alma una y otra vez, el amor y la fortaleza que necesitamos en momentos difíciles. ¡Acabé por cantar, bailar, y alabar a Dios! Fue otro encuentro personal con Dios que me fortaleció emocional, física y espiritualmente.

Verdaderamente debemos estar atentos a la Palabra de Dios y obedecerle, si queremos recibir Sus gracias especiales. Si yo hubiera ignorado el consejo del enfermero de cambiar mi actitud y me hubiera dedicado a sentir lástima de mí misma, no habría recibido las gracias que recibí. Debemos recordar siempre la importancia de las “tres p” : Preparar los oídos para escucharle y obedecerle, tener paciencia y perseverancia.

Como nos aconsejó Santa Teresa de Jesús en su poema “Nada te turbe”: “…confianza y fe viva mantenga el alma”. Mi ánimo había cambiado hasta tal punto, que tuve el valor de dejarme rapar la cabeza pues de todos modos el pelo se me estaba cayendo. Y le di gracias a Dios porque al mirarme al espejo, no sentí dolor sino orgullo. Consideré mi calvicie, una de las cicatrices, producto de la difícil batalla que estoy librando.

Ahora, cuando me deprimo por todos mis sufrimientos y ni siquiera tengo deseos de orar; escucho una música religiosa alegre. Entonces comienzo a cantarle a Dios como nos pide la palabra de Dios : “Canten y alaben de todo corazón al Señor” (Efesios 5:19), y acabo siempre dándole gracias y alabándolo. Es indudable que Dios nos da siempre las fuerzas y hasta el gozo espiritual, sin importar las circunstancias, cuando se los pedimos de todo corazón.

Necesitamos el amor de nuestros seres queridos Hay evidencias científicas de que el amor y el apoyo de los demás ayudan a lograr la sanación. Los estudios realizados muestran grandes diferencias con respecto al tiempo que sobreviven las personas gravemente enfermas que reciben amor y apoyo, y las que no los reciben. Uno de los estudios, realizado en la Universidad de Tejas, les preguntó a los pacientes si participaban regularmente en un grupo de apoyo, como por ejemplo asistiendo a una iglesia, y si esa participación les proporcionaba fuerzas y consuelo. Seis meses después del tratamiento, los que contestaron que no a ambas preguntas tuvieron siete veces más probabilidades de morir que los demás. Otro estudio de la Universidad de Los Angeles (UCLA) realizado con grupos de apoyo, investigó a personas a quienes se les practicó una cirugía debido al cáncer melanoma. Después de dicha cirugía algunas de las personas participaron en grupos de apoyo por seis semanas, mientras el resto simplemente se fue a su casa. Cinco años después los investigadores encontraron que entre los que no participaron en ningún grupo de apoyo hubo tres veces más muertes y dos veces más metástasis que entre los que lo hicieron. (“Cancer Recovery Today”, boletín de la organización Cancer Recovery Foundation of America.) Verdaderamente, el amor y el apoyo de otras personas constituyen una necesidad básica para los enfermos. El no obtenerlos es dañino; ¡cuánto más dañino será el ofrecerle a una persona enferma la eutanasia o el suicidio asistido! Los que estamos gravemente enfermos necesitamos una verdadera compasión, no la falsa compasión que ofrecen los promotores de la eutanasia y el suicidio asistido.Y aun más importante es para los enfermos, el amor de sus seres queridos.

Sí, es cierto que solo Dios basta, como dijo Santa Teresa de Jesús. Si tenemos que continuar nuestro peregrinar totalmente solos, lo hacemos con la fuerza que Dios nos da. Sin embargo, el amor de otros seres humanos es para nosotros en momentos difíciles lo que la lluvia para las flores. A ellas las alimenta y las hace abrirse en toda su belleza. A nosotros también, porque nos alegra el alma y nos transforma en personas más humanas. Con ello nos hacemos más compasivos y tenemos aún más fortaleza para enfrentar nuestro dolor.

Enfrentándome a la recuperación Llegó el momento de salir del hospital después del transplante y no tenía quien me ayudara (vivo sola), ni siquiera pagándole. Había hecho muchas gestiones, hablado con varias personas pero al final, las dos que me prometieron ayuda me llamaron para decir que no podían. Desde el principio había confiado en Dios y le había pedido que si no podía conseguir a nadie, me diera las fuerzas para poder cuidar de mí misma. De nuevo, Su gracia no se hizo esperar, pues Dios me dio las fuerzas para cuidarme durante el mes que estuve en casa recuperándome.

Y cada vez que he necesitado algo que no podía resolver por mí misma, Dios me ha enviado personas para ayudarme. Una amiga y hermana en Cristo, que es psiquiatra, me ha ayudado mucho espiritual y psicológicamente. No hubiera podido avanzar tanto en mi recuperación emocional sin su ayuda. Otra buena amiga a quien quiero como una hermana y un matrimonio de mi parroquia, fueron también algunos de los hermanos en Cristo que me ayudaron.

En Dios confiemos Recientemente mi oncólogo me dijo que aunque mi cáncer al fin parece estar en remisión, se me ha presentado otra grave enfermedad de la sangre llamada mielodisplasia, debido a la cantidad de quimioterapia que he recibido o como consecuencia del tipo de cáncer que tengo. La médula de mis huesos no está produciendo las células (rojas, blancas y plaquetas), que mi cuerpo necesita, y algunas de las que produce son anormales. Por lo que me quede de vida, tendré que continuar recibiendo a menudo transfusiones a través de un catéter en la vena cava y medicinas para estimular la producción de las otras células. De este modo podré sobrevivir un tiempo más, puesto que no es posible una curación. Entre otros, me esperan los riesgos de infecciones y hemorragias. Además el doctor me dijo que tengo un 80% de posibilidades de contraer un tipo de leucemia.

Sin embargo, no tengo miedo. Por el contrario, mi alma está llena de gozo, porque hoy Jesús me dio en la misa las gracias extraordinarias que necesitaba para enfrentar este nuevo sufrimiento. Instantes antes de recibir la sagrada comunión, vi claramente en la faz de una escultura de Jesús, una sonrisa.

Hay quienes creen que la religión es solo un bastón en el cual las personas se apoyan cuando se encuentran en circunstancias difíciles de su vida. Piensan que la fe es una creencia en “algo” intangible y esto es cierto, pero es mucho más. La realidad es que la verdadera fe, la fe fructífera, la que crece cada día más si la nutrimos con la oración, la lectura espiritual y los sacramentos (esto último para aquellos que somos católicos); no es algo intangible que imaginamos o que nos hemos inventado. Es una relación íntima y personal con nuestro Creador, que es más real que la luz que vemos y el aire que respiramos. Nuestro Dios nos ama tanto, que está involucrado hasta en los más insignificantes acontecimientos de nuestra vida. Está atento a nuestras más pequeñas necesidades, sabe lo que queremos y necesitamos, y se apresura a dárnoslo si es para nuestro bien.

A través de toda mi odisea, que continuará cada día hasta que Dios quiera, nunca he estado sola, pues Jesús siempre está conmigo y me lo demuestra de diferentes maneras.Y además, he tenido y todavía tengo la inmensa bendición y la alegría de poder contar con incontables oraciones (inclusive en diferentes países del mundo), de personas que he conocido por mi labor en defensa de la vida y la familia. Las cartas, tarjetas y llamadas que he recibido de líderes del movimiento provida hispano han sido numerosas. A todos los tengo en mi corazón , y a Dios he ofrecido mis sufrimientos por la labor que realizan estos valientes hermanos en Cristo en sus respectivos países. Se están enfrentando a grandes batallas para defender la vida y la familia, los cuales sufren graves ataques en los países hispanos.

Un mensaje especial Por último, quiero dirigirte un mensaje personal a ti, que estás enfermo(a) de cáncer o tienes otra enfermedad grave.

De nuestra actitud depende mucho el poder sobrevivir más tiempo. He leído que aquellos enfermos graves que tienen una actitud positiva, una vida activa y la voluntad de vivir, sobreviven más tiempo. No dejes que nada perturbe tu paz, te entristezca o te deprima. Sonríe siempre, pase lo que pase, porque Dios te ama y cuida de ti. El apóstol san Pablo nos dice: “Alégrense siempre en el Señor. Repito: ¡Alégrense! Que todos los conozcan a ustedes como personas bondadosas. El Señor está cerca. No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también. Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz cuidará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús”. (Filipenses 4: 4-7) Cuando me olvido momentáneamente de que todo lo que sucede es para nuestro bien, aún lo que nos hace sufrir, repito mentalmente las palabras de San Pablo: “Que la esperanza os tenga alegres, estad firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración.” (Romanos 12:12) La esperanza de poder estar con Cristo algún día me proporciona gozo espiritual, el cual me ayuda a mantenerme firme en la tribulación por medio de la oración.

No temas a los sufrimientos. Cuando me diagnosticaron el cáncer y leí sobre las posibles complicaciones y lo dolorosas que podrían ser en las últimas etapas de mi enfermedad, sentí un gran temor. No temía a la muerte, sino a los sufrimientos que podrían acompañarla. Sin embargo, el Señor me llevó a leer una cita bíblica que me tranquilizó y me recordó que Él estará conmigo hasta el final, y nada me sucederá que con la ayuda de su gracia no pueda enfrentar. A través del Salmo 40, “Oración de un enfermo”, Dios me habló: “El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor, calmará los dolores de su enfermedad”.

Además Dios nos promete: “…Los que confían en el Señor tendrán siempre nuevas fuerzas y podrán volar como las águilas, podrán correr sin cansarse y caminar sin fatigarse.” (Isaías 40: 31) Y Jesús mismo nos dijo: “No se angustien ustedes. Crean en Dios y crean también en mí… Les doy mi paz, pero no se la doy como la dan los que son del mundo. No se angustien ni tengan miedo.” (Juan 14:1, 27) Por último, si unes tus sufrimientos a los de Cristo, aceptándolos por amor a Dios y ofreciéndoselos a Él, verás sus frutos en la eternidad.

Probablemente el tener que enfrentarte a tu enfermedad y la posibilidad de morir debido a ella, ya te han enseñado el valor tan grande que tiene la vida, regalo de Dios. Atesórala, disfrútala en todo lo posible, diles a tus seres queridos cuánto los amas. Vive cada día como si fuera el último, porque no sabes cuándo será el día ni la hora. Utiliza sabiamente ese valioso tiempo de vida que te queda, que es un regalo que Dios te ha dado, para que te prepares para vivir con El para siempre. Trata de acercarte más a El cada día por medio de la oración, la meditación y los sacramentos (si eres católico). Alguien le preguntó a Santa Ángela de Merici, la fundadora de las Hermanas Ursulinas, qué consejo le daba para comportarse debidamente. Ella le contestó : “Compórtese cada día como usted deseara haberse comportado cuando le llegue la hora de morirse y de darle cuenta a Dios.” No temas a la muerte, el mismo Dios que te ama y cuida de ti, te recibirá en sus amorosos brazos, donde estarás por toda la eternidad. Dile al Señor de todo corazón : “Yo, Señor, confío en ti; yo te he dicho: ‘¡Tú eres mi Dios!, mi vida está en tus manos.” (Salmo 31: 14) Que Dios te bendiga y aumente tu fe, tu paciencia y tu fortaleza para enfrentar tus sufrimientos.

Nota: Este escrito, terminado el 9 de febrero del año 2003, es propiedad intelectual de la autora y de Vida Humana Internacional (VHI), Sección hispana de Human Life International. VHI y la autora dan su autorización para que se reproduzca sin hacer ningún cambio en el texto y se distribuya gratuitamente, sin fines de lucro. VHI es una organización católica educativa y misionera que ofrece en su portal en Internet: http://www.vidahumana.org/, información sobre más de 20 temas relacionados con la defensa de la vida humana y la familia, y un catálogo de materiales educativos. Para comunicarse con Vida Humana Internacional diríjase a: 45 S.W. 71 Ave, Miami, Fl, 33144, U.S.A. Teléfono: (305) 260-0525. E-mail: vhi@vidahumana.org. El portal www.masalladelsol.org, ofrece un “chat room” para las personas que tienen cáncer y sus familiares. Puede escribir a: ishen7@hotmail.com.