Islam: Una religión monoteísta, totalizante y en expansión.
La fe islámica es personal, pero está llamada a configurar lo familiar, lo político y lo social en exclusiva El Islam –término que significa «sometimiento»– surgió en el primer tercio del siglo VII como una religión de creencias sencillas, livianas obligaciones y escaso bagaje intelectual, pero con una nítida convicción de verdad incontrastable y fuerte impronta expansionista. Casi catorce siglos después, sus fieles son mayoritarios en más de cuarenta países del mundo y suman en total unos 1.100 millones de personas.
Mahoma, el Pro feta, fundador del Islam, predicó su doctrina en la actual Arabia Saudí. Hoy, el entero territorio de este país es considerado Tierra Santa musulmana y, por tanto, inviolable por el más pequeño símbolo de cualquier otra religión (salvo en el estricto marco de una legación diplomática).
Mahoma Mahoma nació hacia el año 570, en La Meca. Pertenecía a la tribu más importante: los quraysíes. Quedó huérfano de padre y madre a los 6 años y fue recogido por la familia materna. Se casó a los 25 años con una mujer de 40, rica y viuda, con la que tuvo cuatro hijas. Después se casaría otras ocho veces más. Al frente de varias caravanas viajó hasta Siria, donde conoció el judaísmo y a algunos cristianos herejes, huidos de Bizancio.
La predicación de un monje cristiano sobre el juicio final se le grabó profundamente. Al acercarse a los 40 años, se siente hastiado del comercio y se retira a las cuevas de Hira, monte cercano a La Meca, durante casi tres años. Sale de allí afirmando que Alá le ha hecho inteligible la Sagrada Escritura y le envía como apóstol, después de haber entrado en frecuentes éxtasis y de contemplar el paraíso y el infierno desde una asna alada. Mahoma era analfabeto, pero dictó la revelación de Alá a sus seguidores y éstos redactaron El Corán, el libro básico del Islam.
Al comienzo de su predicación es rechazado y tiene que huir a pie hasta Yatrib (Medina), a casi 300 kilómetros, con unos pocos fieles: es la llamada Hégira, momento que marca el comienzo del calendario mahometano; corría el año 622. En Medina estableció los pilares del Islam y proclamó la hermandad de todos los musulmanes en una sociedad confesional.
Emprende luego la guerra santa, conquista La Meca y va ampliando sus conquistas, hasta que muere el 8 de junio del 632, tras realizar la última peregrinación a La Meca.
Las creencias del Islam Un solo Dios Al principio Mahoma rinde culto a las diosas Manat, Allat y Al-Uzza, hijas de Alá, pero al proclamar los pilares del Islam las rechaza y persigue el politeísmo. «No hay más Dios que Alá y Mahoma es su Profeta»: esta creencia sostiene todo el islamismo.
Alá, creador del universo Alá creó a los ángeles, algunos de los cuales se convirtieron en demonios por soberbia. Se negaron a postrarse ante Adán, la criatura más perfecta de Dios, por lo que fueron condenados al infierno y persiguen a los hombres. Además Dios creó a lo genios, seres intermedios entre los espíritus y los hombres con un cuerpo generalmente invisible, que son buenos o malos según se hayan convertido o no al Islam.
El Profeta Alá eligió a Mahoma como sello de todos los profetas: el que confirma a los demás elegidos de Dios, incluido Jesucristo. El arcángel San Gabriel tradujo al árabe la última revelación de Alá y la entregó a Mahoma después de visiones, trances y revelaciones que duraron varios años.
El Corán La suprema revelación está contenida en El Corán, palabra que puede traducirse como canto sacro, salmodia; un ritmo sencillo y sobrio que ayuda a memorizar. Escrito en árabe, su autor es Alá. El Corán rige la vida privada y pública de los musulmanes. En sus 114 capítulos se observan, junto a lo genuinamente mahometano, elementos del Antiguo Testamento, cristianos –pocas veces fielmente descritos–, influencias de apócrifos judeo-cristianos, de maniqueos y de fuentes árabes preislámicas.
Las sentencias del Corán se completan con la tradición –sunna–, conservada en los hadices, narraciones orales o escritas autorizadas sobre Mahoma, que en el siglo IX compilaron Bujari y Muslim.
Cielo e infierno Después de morir, cada hombre es juzgado en la sepultura por dos ángeles sobre su Dios, su religión y su profeta. Las almas de los condenados mueren tras este juicio personal, pero resucitarán y se unirán a sus cuerpos para el juicio universal. Ese día se proclamará la suerte eterna de cada quien: cielo o infierno, con siete estancias cada uno. El cielo, junto a la contemplación de Alá, está lleno de placeres sensibles; el infierno, de toda suerte de dolores para los condenados. Aunque se reconoce la libertad humana, a quien Alá predestina al infierno no le salva ni el arrepentimiento. Los muertos en la guerra santa –mártires– van derechos al paraíso. Creen también en el purgatorio y en el limbo.
Los deberes Para ser musulmán basta con hacer la correspondiente profesión de fe: «No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta».
Cada fiel debe rezar cinco veces al día, a horas determinadas, el salat, una breve oración con ritmo de letanía. Se recita de rodillas en dirección a La Meca, con el tronco inclinado y realizando los gestos de adoración prescritos. El Corán recomienda que los varones, descalzos y lavados ritualmente, participen los viernes –día santo– en la oración comunitaria de la mezquita, dirigida por el imán. También pueden asistir a ella las mujeres, decentemente vestidas y situándose detrás de los hombres.
Otro de los deberes musulmanes es la limosna anual o de cada cosecha. Se destina a los indigentes, a costear la guerra santa o a otras necesidades públicas.
Los fieles deben ayunar el mes del Ramadán, que conmemora la primera revelación de Alá a Mahoma. El ayuno dura mientras hay luz diurna y obliga desde la pubertad.
Al menos una vez en la vida cada fiel ha de peregrinar a La Meca, en recuerdo de la última vez que Mahoma visitó esa ciudad en junio del año 632. Allí está la Caaba (cubo), piedra negra que el ángel Gabriel habría lanzado a la tierra por orden de Alá y recogió Abraham, constructor del recinto de la Caaba. La piedra, que representa la mano y el ojo de Dios, se halla enmarcada en plata y todo ello recubierto con grandes telas.
La peregrinación está salpicada de ritos: vestimenta especial, perfumes, rapado del cabello…, y de oraciones y vueltas en torno a la Caaba. Quienes al ponerse el sol participan en la carrera desde el Monte de las Misericordias hasta la localidad vecina de Muzdalifa recitando: «Henos aquí, Señor, a tu servicio», obtienen el perdón de todos sus pecados.
La guerra santa, yihad, es otra de las obligaciones del Islam. Tiene dos variantes: la gran yihad, o lucha interior contra las malas costumbres del alma; y la pequeña yihad, o guerra contra los infieles, si ponen en peligro la paz o la seguridad de la comunidad islámica.
El Corán prescribe la pureza ritual, lavatorios requeridos si se va a participar en algún acto de culto. También dicta normas determinadas sobre los alimentos y bebidas. No se pueden comer animales impuros –carnívoros, cerdos, peces sin escamas–, ni los que hayan sido sacrificados de modo profano: sin invocar a Alá ni orientarlos hacia La Meca. Se prohíbe el consumo de alcohol y de cualquier droga.
Por otra parte, en muchos de los pueblos musulmanes se sigue practicando la circuncisión de los niños y la ablación de las niñas.
División Los sunnitas (tradicionalistas), obedientes a las cuatro escuelas que se reconocen como ortodoxas, constituyen la rama principal del Islam.
La mayor escisión de los musulmanes, ocurrida poco después de la muerte del Profeta, es la de los chiíes o chiítas. Aunque en tiempos tuvieron mayor preponderancia, hoy sólo representan un 10% del total, fundamentalmente en Irán e Irak. Entienden que Dios designa a los ayatollah (guías supremos) a través de Mahoma; más aún: todo el imanato lo consideran de institución divina y vinculado a los descendientes de Alí –yerno de Mahoma por su boda con Fátima–, apartado del califato sucesorio por las intrigas de Aisha, la esposa preferida del Profeta. También incluyen la guerra santa como uno de los pilares de la fe.
Existen otras muchas escisiones menores, de las que la más singular es el sufismo. Su anhelo es la identificación con Alá: llegar a convertirse en alguno de los atributos divinos mediante el aniquilamiento del yo por la pobreza, el celibato, la compunción, la lucha ascética, la obediencia a sus maestros y el retiro. Dentro del Islam, según los lugares y épocas, los sufíes pasan de la veneración a la incomprensión. Los derviches son sufíes de espíritu que no son capaces de llevar vida eremítica y profesan una regla adaptada para su vida en el mundo.
Mentalidad musulmana El Islam es una religión totalizante. Pretende incluir a todos los hombres y a todo lo humano. Cualquier otra religión es apostasía, pues «toda persona nace musulmana, pero a veces los padres o la educación la pervierten». Islam y religión son sinónimos. Incluso afirman que «la segunda venida de Cristo será para reconocer el Islam como única religión verdadera. Cristo practicará el Islam durante 40 años y los cristianos se harán musulmanes».
En los primeros tiempos, al apóstata se le condenaba a muerte, y esta mentalidad sigue planeando sobre muchos musulmanes de hoy. De ahí la tentación fundamentalista, con sus fuertes apoyos en la tradición. No obstante, la necesidad de convivir durante muchos siglos con pueblos sometidos donde no eran mayoría, tornó más tolerantes a los musulmanes: a los no conversos les permitían vivir, pagando fuertes impuestos.
La fe islámica es personal, pero llamada a configurar lo familiar, lo político y lo social en exclusiva. Todo queda subordinado a la religión. Los pueblos sometidos al Islam no tienen más que una cultura: la musulmana. La unión de lo religioso y lo civil se ve como un mandato de Alá.
El deseo de todo auténtico musulmán es que la entera humanidad se convierta al Islam y que sus preceptos –sharía– sean acatados en todo el orbe. Se ha afirmado que los musulmanes extrapolan el monoteísmo, haciendo de la unicidad algo sinónimo de verdad: un solo Profeta, un solo Libro, una sola umma (comunidad), una sola autoridad…
Todo musulmán tiene la obligación de extender el Islam y de impedir la apostasía; si es gobernante, con las leyes pertinentes. Por esta razón, los hijos de un musulmán tenidos con una mujer de otra religión, pasan por ley a ser mahometanos y no al revés.
Difícil apertura En 1923, Mustafá Kemal es nombrado Presidente de la República turca y acomete la tarea de occidentalizar la vida político-social de Turquía. Lo mismo intentan los Sha de Persia desde 1926 hasta su derrocamiento en 1978.
Otros, una minoría intelectual educada en universidades europeas, han pretendido reformar el Islam: llegar a su núcleo y quitar las adherencias histórico-culturales, para dejar paso a un islamismo unido y democrático de corte federalista. Es el caso de Nasser en Egipto, Burguiba en Túnez e incluso de Gadafi en Libia.
Finalmente, los fundamentalistas no admiten ni occidentalizaciones ni reformas. Están dispuestos a la guerra santa, en primer lugar contra sus hermanos contaminados de herejía. La purificación o defensa del Islam quieren acometerla desde los centros de poder y desde el pueblo. El punto 5 del credo de los fundamentalistas Hermanos Musulmanes dice: «Creo que la bandera del Islam debe dominar sobre la Humanidad y que todo musulmán está obligado a educar al mundo según las reglas islámicas. Me comprometo a luchar, mientras viva, en la realización de esta misión y a sacrificarle cuanto poseo».
Curiosamente, algunas reivindicaciones fundamentalistas se refieren a realidades no genuinamente musulmanas, como el sador, velo que usaban las mujeres de Arabia siglos antes de Mahoma.
En la actualidad una parte del mundo árabe se ve sumido en la lucha contra Israel y, de modo más general, en un subdesarrollo socio-cultural que no favorece el implante de las tesis fundamentalistas.
La apertura, entendida como libertad religiosa, necesita un replanteamiento sereno y firme del mensaje islámico. Quizá si se entendiese que Alá señaló a Mahoma un camino que debe andarse con libertad y que la guerra santa –la pequeña yihad– no es un pilar de la fe, sino un medio elegido en un contexto histórico determinado, y, por otra parte, se decantase lo accesorio para no hacer de ello algo primordial o dogmático, quizá entonces quedase abierta la vía de entendimiento y de progreso que hoy piden tantas personas de todos los credos, también dentro del Islam.
Islam, cristianismo y judaísmo Para Mahoma, Jesucristo es un verdadero profeta, nacido virginalmente de María, aunque no es Dios. Su predicación es verdadera, pero no completa. Los Evangelios son libros inspirados, divinos, pero precisiones posteriores señalan que han quedado adulterados; en la actualidad se prohíbe su lectura.
Además, la predicación de Cristo no habría sido fielmente recogida por sus discípulos. Por eso –afirman–, reconocen tres personas divinas: Padre, Hijo y María; cuando Jesucristo dice que enviará al Espíritu Santo, lo que dijo es que rogaría a Alá para que enviase al muy alabado, es decir, a Mahoma; la muerte de Cristo fue sólo aparente –«sufrió un desmayo y Alá lo elevó hacia Él»– y no sería redentora…
Estas afirmaciones, entre otras, hacen imposible conciliar ambas confesiones. Para un cristiano, el Islam como religión supone un retroceso de siglos en la Revelación. ¿Qué aporta Mahoma? ¿En qué consiste su pretendida plenitud de Revelación? Un estudio comparativo desapasionado muestra que sus afirmaciones teológicas básicas son judaicas, precristianas: la creencia en un solo Dios, creador del universo y, por tanto, de los ángeles y de los hombres; la fe en el juicio particular y universal; la retribución eterna del cielo o el infierno.
Por paradójico que pueda parecer, los pilares de la fe musulmana son los mismos que los de la judía. Incluso ambas religiones rechazan a Cristo. Sólo hay un punto básico de divergencia entre judíos y musulmanes: la adhesión a Mahoma, nuevo Moisés que los hebreos no reconocen. Ese punto, junto a multitud de tradiciones distintas y enfrentamientos multiseculares, parecen mostrarnos religiones absolutamente dispares, cuando lo común en la fe de ambas es asombrosamente casi todo y su Dios es el mismo.
EXPANSIÓN ACTUAL POR EL MUNDO Comparada con otras, el Islam es una religión sucinta y liviana, con unos deberes cuyo incumplimiento no impide ir al Paraíso –siempre que se esté predestinado–, aunque las faltas hayan de purificarse. Esta característica, junto a otras causas, ha favorecido su expansión.
La geografía del Islam ocupa hoy una ancha banda de países que se prolonga desde el Atlántico al Pacífico, cruzando el Índico: está implantado en el entero Norte de África y Sur de Asia, con la excepción –relativa– de India y salvo en Indochina. Se asoma a Europa por Albania y Bosnia, pero mantiene notables minorías en Rusia y en las naciones en su día sometidas al imperio otomano.
Actualmente se cifran en 1.100-1.200 millones las personas que profesan el Islam. Con 170 millones, Indonesia es el país con mayor número, seguido de Pakistán, con 120.
En Europa Occidental, la expansión moderna comenzó con la llegada masiva de emigrantes islámicos hace cincuenta años y se acrecienta cada día, gracias sobre todo a la elevada natalidad. Los musulmanes son ahora casi cuatro millones en Francia, más de dos en Alemania, rondan esa cifra en Reino Unido, unos 500.000 en Italia y Holanda, o entre 350.000 y 400.000 en España. En América y Oceanía el fenómeno es semejante, aunque sin llegar a este orden de cifras.
Miguel Ángel Torres-Dulce, Revista Palabra, nº 447-448, VIII-IX.01