19. ¿La moral ayuda a pensar bien?

Quien en nombre de la libertad
renuncia a ser el que tiene que ser,
ya se ha matado en vida: es un suicida en pie.
Su existencia consistirá en una perpetua fuga
de la única realidad que podía ser.

José Ortega y Gasset

¿Inculcar una moral es lavar el cerebro?

—Muchos piensan que inculcar a una persona unos principios morales preestablecidos es un modo de lavarle el cerebro. Dicen que lo mejor es que cada uno vaya sacando de su experiencia personal sus propios criterios morales.

Entiendo que lavar el cerebro a una persona consiste en disminuir su capacidad de juzgar razonadamente. Pero educar a las personas para desarrollar el hábito de ser honradas, veraces, generosas, justas o respetuosas con los demás, no puede decirse que atente contra su capacidad de tomar decisiones razonables. Es justamente al revés. Los buenos hábitos morales refuerzan la capacidad de juzgar razonablemente.

Por el contrario, cuando faltan los hábitos morales resulta más fácil que se extravíe la razón. Fue Lenin quien dijo aquello de que “si queremos dominar a un pueblo, antes corromperemos su moralidad”. Continuar leyendo “19. ¿La moral ayuda a pensar bien?”

20. ¿Por qué no se escucha más a la Iglesia?

Muchos creen
que discrepan de los demás
y lo que pasa es que no tienen valor
para hablar unos con otros.

John Henry Newman

¿Con qué derecho habla la Iglesia?

—¿Y qué dirías a los que piensan que la Iglesia no tiene derecho a decir cuál es esa ley natural?

En primer lugar les diría que la Iglesia goza de libertad de expresión, como cualquier otra persona o instancia social. Todos tienen derecho a manifestarse libremente en una sociedad democrática. Por tanto, es perfectamente legítimo que la Iglesia hable con libertad sobre lo que considera bueno o malo, como lo hacen los gobiernos, los sindicatos, las asociaciones que defienden la naturaleza, y como lo hace todo el mundo. Continuar leyendo “20. ¿Por qué no se escucha más a la Iglesia?”

21. ¿Son mejores los creyentes?

La carencia de vicios
añade muy poco a la virtud.

Antonio Machado

¿De qué sirve creer?

—Hay muchas personas que no tienen fe, pero que son, desde el punto de vista moral, iguales o mejores que los creyentes: en bondad, en abnegación, en honradez o en el ejercicio de las virtudes sociales y familiares.

Esas razones sobre el comportamiento ejemplar de algunos no creyentes, son en el fondo un argumento a favor de la religión. No hay que olvidar que esos hombres, pese a no ser creyentes, en la mayoría de los casos son ejemplares precisamente porque se guían por unos valores que están inspirados en el cristianismo. Intentaré explicarme. Continuar leyendo “21. ¿Son mejores los creyentes?”

22. ¿Y cuando aparecen dudas?

Muy débil es la razón
si no llega a comprender
que hay muchas cosas que la sobrepasan.
Blas Pascal

He perdido la fe

«Recuerdo —me contaba en confianza un antiguo compañero mío— aquellas devociones de mi niñez y mi primera adolescencia, y la verdad es que siento haber perdido la fe. Pero así ha sido.

»Cuando mi pensamiento vuelve, con nostalgia, a aquellos recuerdos, aún adivino que había en ellos algo grande y valioso. Me sentía a gusto entonces, en esa inocencia, pero ahora pienso que todo aquello era demasiado místico, que la realidad no es así. Continuar leyendo “22. ¿Y cuando aparecen dudas?”

23. ¿Para qué sirve rezar?

Nunca están cerradas
todas las puertas
mientras estemos vivos.

José Luis Martín Descalzo

La sordera de Dios

«Me siento engañada. Me habían dicho que Dios era bueno y protegía y amaba a los buenos, que la oración era omnipotente, que Dios concedía todo lo que se le pedía.

»¿Por qué Dios se ha vuelto sordo a lo que le pido? ¿Por qué no me escucha? ¿Por qué permite que esté sufriendo tanto?

»Empiezo a pensar que detrás de ese nombre, Dios, no hay nada. Que es todo una gigantesca fábula. Que me han engañado como a una tonta desde que nací». Continuar leyendo “23. ¿Para qué sirve rezar?”

24. ¿La fe católica no es demasiado exigente?

Nunca sabe un hombre
de lo que es capaz
hasta que lo intenta.

Charles Dickens

No somos héroes

Quizá recuerdes aquella gran película protagonizada por Orson Welles que se titula “El tercer hombre”.

Una gran noria gira lentamente sobre los tejados de una Viena de posguerra, bombardeada y ocupada por las fuerzas internacionales, mientras debajo, como puntos lejanos, unos niños se entretienen en sus juegos.

El protagonista de la película es un adulterador de penicilina sin escrúpulos. Desde lo alto de la noria, su amigo le pregunta si ha llegado a ver personalmente la desgracia de alguna de sus víctimas, y este le contesta cínicamente: «No me resulta agradable hablar de eso. ¿Víctimas? ¡No seas melodramático! Mira ahí abajo: ¿sentirías compasión por algunos puntitos negros si dejaran de moverse? ¿Si te ofrecieran veinte mil dólares por cada puntito que se parara, me dirías que me guardase mi dinero…, o empezarías a calcular los puntitos que serías capaz de parar tú? Y… libre de impuestos. ¡Libre de impuestos! Hoy es la única manera de ganar dinero…».

«Antes creías en Dios», le recordó su amigo.

El protagonista reflexionó un momento y dijo: «¡Y sigo creyendo en Dios, amigo! Creo en Dios y en su misericordia; pero creo que los muertos están mejor que nosotros: ¡para lo que han dejado aquí…!». Continuar leyendo “24. ¿La fe católica no es demasiado exigente?”

25. ¿La fe aleja de la vida real?

Nadie es más esclavo
que quien se considera
libre sin serlo.

Goethe

Facilidades para pensar

—Las razones que has venido dando hasta ahora son interesantes… para pensar en ellas. Pero a veces, luego, parece como si la vida real fuera por otro lado.

Recuerdo una anécdota que contaba el profesor Allan Bloom. Un día se le acercó un estudiante y le dijo que después de leer “El banquete”, de Platón, había concluido que hoy sería imposible aquel ambiente cultural ateniense, en el que aquellos hombres reflexivos y educados se reunían para mantener apasionantes conversaciones sobre el significado de los anhelos de su espíritu.

Pero lo que ese alumno no sabía —continuaba Bloom— es que ese ambiente cultural tenía lugar en Atenas en medio de una terrible guerra.

Fue el amor de aquellos hombres por la sabiduría lo que aportó a la civilización occidental unas conquistas intelectuales de un valor inestimable. Buscaban apasionadamente la verdad, por difíciles que fueran las circunstancias en que vivían. Continuar leyendo “25. ¿La fe aleja de la vida real?”

Alfonso Aguiló, “Vanidad”, Hacer Familia nº 161-162, 1.VII.2007

Una rana se preguntaba cómo podría alejarse un poco del clima frío del invierno de su tierra. Unos gansos le sugirieron que emigrara con ellos hacia el sur. El principal problema era que la rana no sabía volar. «Dejadme que piense un momento —dijo la rana—, tengo un cerebro privilegiado».

Pronto tuvo una idea. Pidió a dos gansos que le ayudaran a buscar una caña lo suficientemente ligera y fuerte. Les explicó que cada uno tenía que sostener la caña por un extremo, y que ella iría en medio, fuertemente agarrada por la boca a esa caña.

Continuar leyendo “Alfonso Aguiló, “Vanidad”, Hacer Familia nº 161-162, 1.VII.2007″

Ignacio Sánchez Cámara, “Iglesia católica y reconciliación”, La Gaceta, 27.VI.2007

La manía persecutoria de la «memoria histórica», pieza esencial del proyecto político del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, tiene una de sus dimensiones fundamentales en la cristofobia, especialmente en la aversión al catolicismo. Su obsesión parece consistir en erradicar todo rastro público de la tradición cristiana de España. En el punto de mira, por supuesto, está la Iglesia católica. El estigma, como en otros casos, es el apoyo al franquismo. Es decir, el franquismo es culpable, y el comunismo (y, por cierto, también el socialismo), al parecer, son inocentes. Y todo aquel que se oponga al maniqueísmo, es porque es maniqueo.

Es cierto que el 1 de julio de 1937, los obispos españoles publicaron una carta con motivo de la Guerra de España. Y es también cierto que, en ella, prestaban su apoyo a la causa de los sublevados contra el desastre republicano. También lo es que todos los católicos españoles sufrieron en los días aciagos del Frente Popular una de las más atroces persecuciones religiosas del siglo XX.

Es humano que la jerarquía de la Iglesia católica en España prestara su apoyo a la causa de todos aquellos que los defendían frente a la de quienes los asesinaban. Con ello, terminaron por ser complacientes o silenciosos con los errores políticos y morales de la época del franquismo.

Es esta una herencia que aún pesa sobre ella, pero al parecer no ya la complacencia o el silencio sino la pura criminalidad, si es izquierdista, es fácilmente olvidada o comprendida. Por lo demás, mientras la Iglesia pide perdón por sus errores, otros niegan sus crímenes o se jactan de ellos. Y cuando digo la Iglesia, no digo únicamente la jerarquía, sino también infinidad de víctimas y familiares de víctimas que, en la hora del dolor, perdonaban a sus victimarios. Y no porque fueran mejores personas que ellos sino porque seguían las enseñanzas de quien les prescribía el amor a los enemigos y el perdón a las ofensas.

Y vemos ahora cómo historiadores, con el criterio historiográfico sesgado a la izquierda, niegan la existencia de una revolución comunista en el seno del Frente Popular. Que se lo cuenten no ya a los católicos sino, por ejemplo, a los anarquistas. Por no hablar de la revolución socialista de 1934 contra la voluntad popular expresada en las urnas. Al parecer, pura legalidad republicana.

Son los mismos que critican o condenan los procesos de beatificación o canonización de las víctimas católicas de la persecución religiosa. Con ellos, la Iglesia no mantiene viva la memoria de los vencedores (cosa que sería tan legítima como mantener la de los vencidos), sino que rinde homenaje a quienes dieron testimonio de su fe con su el sacrificio de sus vidas.

Todos aquellos quienes reabren la fatídica «memoria histórica», parecen reivindicar el monopolio hemipléjico del recuerdo. Por más que les pese, la Iglesia, con sus errores, y graves, como formada por hombres falibles que es, ha contribuido, como la institución que más, a la causa de la reconciliación entre los españoles. Baste recordar los años de la Transición y la enemistad del franquismo en retirada y residual contra el cardenal Vicente Enrique y Tarancón.

La Iglesia propugna el perdón mutuo, el reconocimiento de los errores de ambos lados, insta a que no haya dos lados sino una sociedad democrática, libre y vertebrada, y, por ello, se opone al revanchismo de la «memoria histórica», que no persigue tanto el respeto a las víctimas y su recuerdo como reabrir heridas, e invertir la identidad de vencedores y vencidos en lugar de abolir tan nefasta división.

Ignacio Sánchez Cámara, “Clonación ¿terapéutica?”, La Gaceta, 21.VI.2007

El pleno del Congreso de los Diputados aprobó el pasado jueves la nueva Ley de Investigación Biomédica, que convierte a España en el cuarto país europeo que legaliza la clonación con fines terapéuticos. Sólo el Partido Popular se opuso a la medida. La noticia ha pasado casi inadvertida, perdida en algún discreto lugar de las páginas de Sociedad de la mayoría de los diarios y, con apenas alguna excepción, por ejemplo este periódico, sin ningún comentario o análisis valorativo. Es decir, se ha colado de manera vergonzante.

La escasa repercusión en los medios contrasta con la trascendencia de la decisión, acompañada de una buena dosis de hipocresía. Así, la ley prohíbe expresamente crear embriones para la investigación, pero eso es precisamente lo que aprueba, sin más que recurrir a una tergiversación del lenguaje. Sutilmente, lo que se clona no son «embriones» sino «óvulos activados». Esperamos con ansiosa curiosidad la diferencia.

En realidad, estamos ante la aprobación del uso de embriones humanos con fines pretendidamente terapéuticos. Y digo pretendidamente, porque, como explicó magistralmente en estas páginas el viernes pasado Natalia López Moratalla, la clonación carece hasta ahora de uso terapéutico y sólo puede utilizarse, de momento, con fines de investigación.

Hoy por hoy, no cabe esperar de la clonación ninguna curación, sino sólo presuntas expectativas. Por esta razón, no cabe hablar estrictamente de clonación terapéutica, sino de clonación con fines investigadores. Por el contrario, sí es posible curar mediante la utilización de células madre de adulto, lo que no plantea ningún conflicto moral. Cada vez se abre más paso la evidencia científica acerca de la validez de la células del propio paciente en medicina regenerativa. Y se dirá, ¿es que la clonación con fines de investigación médica sí plantea conflictos morales? Y hay que responder afirmativamente, pues se trata de «fabricar» seres humanos (eso sí, invisibles para el ojo humano, y a quién le va a importar el destino de lo que no se ve), aunque el fin sea la búsqueda, que no la curación efectiva, de eventuales métodos terapéuticos.

La clonación es una de esas barreras que la humanidad no debe traspasar, aunque sea al servicio de fines, en principio, loables. Y no sólo por razones de naturaleza moral, sino porque transforma la autoconcepción que los hombres tenemos de nosotros mismos. Es una puerta abierta a algo que va más allá de lo que, al menos hasta ahora, ha sido la humanidad. Si fuera algo de suyo bueno, y que no planteara graves objeciones morales, no se trataría de manera tan vergonzante y con tantos circunloquios y enredos verbales. Se anuncia con cierta complacencia, como si eso nos situara en la vanguardia de la ciencia universal, que España es el cuarto país europeo en aprobarla, después del Reino Unido, Bélgica y Suecia. Y se omite el número de los que no lo han hecho «todavía». ¿Por qué no lo han hecho ya más países si es cosa tan fantástica y que permitirá curar tantas enfermedades? Por otra parte, en Estados Unidos, líder mundial indiscutible en investigación biomédica, aunque la clonación terapéutica no está prohibida, no se practica como consecuencia de las restricciones de los fondos federales para ello y del ambiente contrario en la opinión pública.

Por lo demás, nuestro Parlamento ha aprobado esta medida sin promover el necesario debate en la sociedad y sin alcanzar el consenso con la oposición. Poco ruido para demasiadas nueces. Al parecer, eso de que el fin no justifica los medios empieza a ser considerado como prescindible antigualla.