Alfonso Aguiló, “Vencer la timidez”, Hacer Familia nº 10, 1.XII.1994

Si te consideras tímido, has de saber que perteneces a un sector de la humanidad más amplio de lo que parece, y al que también pertenecen personas que probablemente no sospeches.

La timidez puede tener raíces muy diversas: baja autoestima, envidia, torpeza física, orgullo, falta de sociabilidad, o muchas otras. Resulta interesante, a la hora de esforzarse por configurar positivamente el carácter propio o el ajeno, analizar las posibles causas y reflexionar sobre ellas.

Hay personas que se consideran tímidas simplemente porque son –o les parece que son– un poco patosas en lo que hacen o lo que dicen. En estos casos, la timidez y la torpeza se alimentan la una a la otra. La torpeza física suele tener su raíz en algún defecto de coordinación motora: chocan con todo, se les cae todo y se les rompe todo. Otros son desafortunados más bien a la hora de expresarse o de intervenir en una conversación y, como consecuencia, suelen ser remisos a actuar ante los demás y pueden volverse tímidos. A su vez, la timidez les lleva a estar demasiado pendientes de su imagen y a ser menos naturales y, por tanto, más torpes.

La timidez siempre actúa dentro de un lamentable círculo vicioso, que es preciso romper haciendo descubrir a esas personas sus puntos fuertes, y haciendo que los demás los valoren. Por eso, por ejemplo, el buen profesor pregunta en clase al alumno tímido cuando supone que está en condiciones de responder correctamente, y hace así que tome seguridad y vaya actuando, poco a poco, en presencia de otras personas. Y el padre sensato sabe dar confianza a su hijo de modo que poco a poco vaya mejorando su nivel de autoestima, que siempre facilita al tímido consolidar su voluntad indecisa.

También hay que enseñar a no tener envidia de ése o de ésa que son tan extrovertidos, tan graciosos, tan ocurrentes…; con tanto afán de protagonismo quizá. Muchos de ellos son muy agradables, es verdad, pero quizá sólo para estar un rato, y no hay quien conviva con ellos tres días seguidos. Otros serán excelentes, de acuerdo, y habrá que aprender y sentirse estimulado por ellos, pero… ¿para qué la envidia? Recházala.

A veces será por orgullo, que lleva a una soledad que deshumaniza a quien la practica y que hace perder la objetividad. Hay quienes huyen a la soledad para olvidar, y sólo logran acrecentar sus recuerdos, revolver en sus vagabundeos mentales una y otra vez, o rumiar obsesivamente los fracasos y las heridas de la vida.

Cuando te propongas superar tu timidez en algo, no te consientas a ti mismo volverte atrás. No seas como el bañista vacilante, que mete el pie en el agua varias veces, comprueba que tampoco está tan fría, que no pasaría nada, que es cuestión solo de lanzarse…; pero no se atreve y vuelve a casa cabizbajo, avergonzado de sí mismo. Deja de pensar en si sabes hablar; y habla. O en si sabes de verdad ser amigo o amiga de alguien; y esfuérzate por serlo. O en si sabes educar, o comportarte en tal situación, o hacer tal otra cosa; y ponte a hacerlo como mejor sepas, sin tanto miedo al ridículo o al fracaso. Y si fracasas, no te atormentes y vuelve a intentarlo. Pero no llames intentarlo a algo que no es más que un vago deseo de que eso suceda pero sin proponértelo seriamente.

 

Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”