Fragmentos de “El diablo propone un brindis”.
Continuar leyendo “C. S. Lewis, “La abolición de la educación””
interrogantes.net – Blog de Alfonso Aguiló
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Fragmentos de “El diablo propone un brindis”.
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“El diablo propone un brindis”, Ed. Rialp.
Continuar leyendo “C. S. Lewis, “La obra bien hecha y las buenas obras””
“La conquista de la Naturaleza por parte del hombre” es una expresión utilizada habitualmente para describir el progreso de las ciencias aplicadas. “El Hombre ha derrotado a la Naturaleza”, le dijo alguien a un amigo mío hace poco tiempo. En su contexto, estas palabras tenían una cierta trágica belleza, pues quien las pronunciaba se estaba muriendo de tuberculosis. “No importa”, siguió diciendo: “Sé que soy uno de las pérdidas. Está claro que hay pérdidas tanto en la parte ganadora como en la parte perdedora. Pero no altera el hecho de que sea ganadora”. He elegido esta historia como punto de partida con el fin de poner en claro que no deseo menospreciar lo que de verdaderamente beneficioso existe en el proceso descrito como “La conquista humana”, y mucho menos toda la verdadera pasión y el sacrificio personal que lo han hecho posible. Pero una vez dicho esto, debo proceder a analizar esta concepción un poco más de cerca. ¿En qué sentido es el Hombre el poseedor de un poder creciente sobre la naturaleza? Consideremos tres ejemplos típicos: el avión, la radio y los anticonceptivos. En una comunidad civilizada y en tiempo de paz, cualquiera que se lo pueda permitir puede hacer uso de estas tres cosas. Pero no se puede decir estrictamente que quien lo hace esté ejerciendo su poder personal o individual sobre la Naturaleza. Si te pago para que me lleves no se puede decir que yo sea un hombre con poderío. Todas y cada una de las tres cosas que he mencionado les pueden ser negadas a algunos hombres por parte de otros hombres: los que las venden, o por los que permiten la venta, o por los que poseen los medios de producción o por quienes los producen. Lo que llamamos el poder del Hombre es, en realidad un poder que poseen algunos hombres, que pueden permitir o no que el resto de los hombres se beneficien de él. De nuevo, en lo que se refiere al poder del avión o de la radio, el Hombre es tanto el paciente u objeto como el poseedor de tal poder, puesto que es blanco tanto de las bombas como de la propaganda. En lo que respecta a los anticonceptivos, existe paradójicamente un sentido negativo por el que todas las posibles generaciones futuras son pacientes u objetos de un poder que ejercen sobre ellas los que aún viven. A través de la contracepción, simplemente se les niega la existencia; a través de la contracepción, se les obliga a ser, sin que les pida opinión, lo que una generación, por sus propias razones, pueda elegir. Bajo este punto de vista, lo que llamamos el poder del Hombre sobre la Naturaleza se revela como un poder ejercido por algunos hombres sobre otros con la Naturaleza como instrumento.
Por supuesto que es un tópico lamentarse de que, hasta ahora, los hombres han usado equivocadamente y contra sus propios congéneres el poder que la ciencia les ha otorgado. Ni siquiera es éste el punto sobre el que quiero reflexionar. No me estoy refiriendo a abusos o corrupciones particulares que una mayor moralidad pudiera subsanar; estoy considerando lo que debe ser siempre y esencialmente lo que llamamos “el poder del Hombre sobre la Naturaleza”. Sin duda, este cuadro se podría modificar con la estatización de las materias primas y las empresas y mediante el control público de la investigación científica. Pero, a menos que existiera un único Estado mundial, esto todavía significaría la preponderancia de unas naciones sobre otras. E incluso esta única Nación o Estado mundial, significaría (en general) el poder de las mayorías sobre las minorías y (en particular) el poder del gobierno sobre el pueblo. Y todas las acciones de poder a largo plazo, especialmente en lo que respecta a la natalidad, significan el poder de las generaciones previas sobre las posteriores.
Este último punto no siempre se enfatiza lo suficiente, pues los estudiosos de los asuntos sociales aún no han aprendido a imitar a los físicos en la consideración del tiempo como dimensión. A fin de comprender totalmente lo que significa realmente el poder del Hombre sobre la Naturaleza y, por tanto, el poder de algunos hombres sobre otros, debemos considerar en el tiempo la raza humana, desde la fecha de su aparición hasta la de su extinción. Cada generación ejercita un poder sobre sus sucesores y cada una, en la medida que modifica el medio ambiente que hereda y en la medida que se rebela contra la tradición, limita y se resiste al poder de sus predecesores. Esto modifica el cuadro que, a veces, se nos presenta: una progresiva emancipación frente a la tradición y un control progresivo de los procesos naturales resultantes del continuo incremento del poder humano. En realidad, por supuesto, si cada generación realmente alcanzara, mediante una educación eugenésica y científica, el poder de realizar en sus descendientes lo que ella deseara, cualquier hombre que viviera tras dicha generación sería objeto de tal poder. Y no sería más fuerte, sino más débil: aunque hayamos podido poner útil maquinaria en sus manos, habremos prefijado cómo se debe usar. Y si, como suele suceder, la generación que hubiera logrado el máximo poder sobre la posteridad fuera también la generación más emancipada de la tradición, se vería comprometida en reducir el poder de sus predecesores tan drásticamente como el de sus sucesores. También tenemos que recordar que, aparte de esto, cuanto más reciente es una generación, tanto más cercana está de la fecha en que las especies se hayan de extinguir, y tanto menos poder tendrá para avanzar, pues sus sujetos serán cada vez menos en número. Por consiguiente, no se puede plantear la cuestión del poder conferido a la raza como algo que se asienta con firmeza en la medida en que la raza progresa. Los últimos hombres, lejos de ser herederos del poder, serán sobre todo los más sujetos a la mano mortal de los grandes planificadores y manipuladores, y serán menos capaces de ejercer un poder sobre el futuro.
El cuadro resultante es el de una época dominante -pongamos por caso el siglo X d.C.- que resiste con éxito a las generaciones precedentes y domina de forma irresistible a las posteriores y, por tanto, es la auténtica guía de la especie humana. Y centrándonos en esta generación, (que es en sí una minoría infinitesimal de la especie) el poder lo ejercerá una minoría aún más reducida. La conquista de la Naturaleza, si se cumple el sueño de ciertos científicos planificadores, resultará ser el proyecto de algunos cientos de hombres sobre miles de millones. Ni hay ni puede haber incremento alguno del poder por parte del Hombre. Todo poder conquistado por el hombre es también un poder ejercido sobre el hombre. Todo avance debilita al tiempo que fortalece. En toda victoria, el general, además de triunfar, es también el esclavo que sigue el coche triunfal.
Aún no estoy considerando si el resultado de tales victorias ambivalentes es algo bueno o malo. Sólo pretendo clarificar lo que significa la conquista de la Naturaleza verdaderamente y, en especial, cuál es el peldaño final de tal conquista (peldaño que, por otra parte, no parece estar lejano). El peldaño final se alcanza cuando mediante la eugenesia, mediante la manipulación prenatal y mediante una educación y una propaganda basadas en una perfecta psicología aplicada, el Hombre logra un completo control sobre sí mismo. La naturaleza humana será el último eslabón de la Naturaleza que capitulará ante el Hombre. En ese momento se habrá ganado la batalla. Habremos “arrancado el hilo de la vida de las manos de Cloto” y, en adelante, seremos libres para hacer de nuestra especie aquello que deseemos. La batalla estará, ciertamente ganada. Pero ¿quién, en concreto, la habrá ganado? El poder del Hombre para hacer de sí mismo lo que le plazca significa, como hemos visto, el poder de algunos hombres para hacer de otros lo que les place. No cabe duda de que siempre, a lo largo de la historia, la educación y la cultura, de algún modo, han pretendido ejercer dicho poder. Pero la situación que tenemos en ciernes es novedosa en dos aspectos. En primer lugar, el poder estará magnificado. Hasta ahora, los planes educativos han logrado poco de lo que pretendían y de hecho, cuando los repasamos (cómo Platón considera a cada niño “un bastardo que se refugia tras un pupitre”, y cómo Elyot desearía que el niño no viese hombre alguno hasta los siete años, y cumplida esa edad, no viese a ninguna mujer, y cómo Locke quiere a los niños con zapatos rotos y sin aptitudes para la poesía) podemos agradecer la beneficiosa obstinación de las madres reales, de las niñeras reales, y sobre todo, de los niños reales por mantener la raza humana en el grado de salud que todavía tiene. Pero los que moldeen al hombre de esta nueva era estarán armados con los poderes de un estado omnicompetente y una irresistible tecnología científica: se obtendrá finalmente una raza de manipuladores que podrán, verdaderamente, moldear la prosperidad a su antojo.
La segunda diferencia es, si cabe, más importante aún. En los antiguos sistemas, tanto el tipo de hombre que los educadores han pretendido producir como sus motivos para hacerlo estaban prescritos por una Norma moral; una Norma a la que estaban sujetos los propios maestros y frente a la que no pretendían tener la libertad de desviarse. No aquilataban a los hombres según el esquema por ellos preestablecido. Manejaban lo que habían recibido: iniciaban al joven neófito en el misterio de la humanidad que a ambos concernía; es decir: los pájaros adultos enseñando a volar a los jóvenes. Pero esto se modificará. Los valores no son simplemente fenómenos naturales. Se pretende generar juicios de valor en el alumno como resultado de una manipulación. Sea cual fuere la Norma, será el resultado y no el motivo de la educación. Los Manipuladores se han emancipado de todo esto. Han conquistado una parcela más de la Naturaleza. El origen último de toda acción humana ya no es, para ellos, algo dado. Es algo que manejan, como hace con la electricidad: es misión de los Manipuladores controlar dicho origen y no someterse a él. Saben cómo concienciar y qué tipo de conciencia suscitar. Ellos se sitúan aparte, por encima. Estamos considerando el último eslabón de la lucha del Hombre ante la Naturaleza. La última victoria se ha producido. La naturaleza humana ha sido conquistada, sea cual fuere el sentido de dichas palabras.
Los Manipuladores, en ese punto, estarán en condiciones de elegir el tipo de Norma artificial que quieran imponer, según sus propias razones adecuadas, sobre la raza humana. Son los motivadores, los creadores de motivos. Pero ¿de dónde sacarán ellos esos motivos? En principio, quizás tengan reminiscencias en sus propias mentes de la antigua Norma “natural”. Por tanto, se considerarán a sí mismos como servidores y guardianes de la humanidad y creerán tener el “deber” de hacerlo “bien”. Pero sólo la confusión les permitirá permanecer en esa situación. Consideran el concepto de deber como el resultado de ciertos procesos que ahora pueden gobernar. Su victoria ha consistido, precisamente, en pasar del estado en que eran objetos de dichos procesos al estado en que los utilizan como herramientas. Una de las cosas que deben decidir ahora es si condicionarnos al resto de tal modo que podamos seguir teniendo la vieja idea del deber y las antiguas reacciones ante él. ¿De qué manera les puede ayudar el deber a decidir una cosa así? Someten a juicio el propio deber: pero en dicho juicio el deber no puede ser al mismo tiempo juez. Y así, lo intrínsecamente “bueno” se queda estancado, no mejora. Saben con precisión cómo producir en nosotros una docena de concepciones diferentes del bien. La cuestión es cuál de ellas se lleva a la práctica, en caso de que se lleve alguna. Ninguna de las distintas concepciones del bien les puede ayudar a decidir. Es absurdo centrarse en algo que se compara para hacerlo modelo de comparación.
A alguien podría parecerle que estoy imaginando dificultades ficticias para mis Manipuladores. Otros críticos, más ingenuos, podrían preguntar: “¿Por qué presupones que son tan malvados?” Sin embargo, yo no presupongo que sean hombres malvados, pues ni siquiera son ya hombres -en el antiguo sentido de la palabra-. Son, si se quiere, hombres que han sacrificado su parte de humanidad tradicional a fin de dedicarse a decidir lo que a partir de ahora ha de ser la “Humanidad”. “Bueno” y “malo”, aplicadas a ellos, son palabras vacías, puesto que el contenido de las mismas se deriva, en adelante, de ellos mismos. No es ficticia, por consiguiente, la dificultad. Podemos suponer que fue posible decir: “Después de todo, la mayoría queremos más o menos lo mismo: comida, bebida e intercambios sexuales, diversión, arte, ciencia, y una vida lo más larga posible para los individuos y para la especie. Digámosles, simplemente: Esto es lo que nos gusta; y manipulemos a los hombres de modo que logremos el objetivo. ¿Cuál es el problema?” Pero no es ésta la respuesta. En primer lugar, es falso que a todos nos gusten las mismas cosas. Pero aunque así fuera, ¿qué motivo impulsa a los Manipuladores a despreciar satisfacciones y vivir días laboriosos a fin de que, en el futuro, tengamos lo que nos gusta? ¿Su deber? Su deber no es otro que la Norma, que decidirán si imponernos o no, pero que no será válida para ellos. Si la aceptan ya no serán los que deciden sobre las conciencias, sino que aún estarían sujetos a la Norma y, en tal caso, no habría acontecido la conquista definitiva de la Naturaleza. ¿La preservación de las especies? ¿Por qué han de ser protegidas las especies? Uno de los problemas que dejarían tras ellos sería si a este sentimiento hacia la posteridad (que bien saben ellos cómo producir) se le debe dar o no continuidad. No importa cuánto se retrotraigan o cuánto profundicen, pues no encontrarán base alguna sobre la que fundamentarlo. Todo motivo que pretendan poner en juego se convertirá, de primera, en petitio. No es que sean hombres malvados; es que no son hombres en absoluto. Apartándose de la Norma han dado un paso hacia el vacío. Y no es que sean, necesariamente, gente infeliz. Es que no son hombres en absoluto: son artefactos. La conquista final del Hombre ha demostrado ser la abolición del Hombre.
Dios, que es amor y vive en una comunidad de amor, al crear al hombre a su imagen y semejanza le ha conferido una vocación como la suya: una vocación al amor. Este amor es siempre don de sí mismo.
«El hombre y la mujer pueden llevar a cabo esa llamada, o como personas individuales, o unidos con carácter permanente en una pareja que forma una comunidad de amor. Si lo hacen individualmente vivirán la virginidad; cuando establecen una comunidad de amor, la viven en el matrimonio. Pero en ambos casos es la totalidad de la persona la que hace el don de sí» (Engracia A. Jordán, La educación para el amor humano).
Siendo el hombre un compuesto de cuerpo y alma, su radical vocación a amar abarca también el cuerpo humano, que se hace partícipe del amor espiritual. El hombre ama con todo su ser, en cuerpo y alma.
Educación de la afectividad La sexualidad no puede reducirse a un fenómeno puramente biológico: a la experiencia genital, a la unión carnal hombre–mujer. La sexualidad alcanza categoría humana cuando se enlaza en el misterio del amor, esencial en la existencia del hombre. Por esta razón, la educación sexual ha de estar incluida en el marco de la educación de la afectividad, es decir, en la educación de los sentimientos y tendencias humanas, entre las que el amor tiene carácter primordial.
Cuando el sexo no se entiende enmarcado en la espiritualidad se vuelve inhumano, y lo inhumano es más bajo que lo puramente animal. El sexo aislado del mundo espiritual –del contexto global del hombre– ve en el otro un «objeto sexual», no «una persona amada». La pura unión carnal, desprovista de espíritu, rebaja las personas a la condición de cosas que sólo tienen sentido en cuanto producen satisfacción o placer.
«Dado que la vida se hace específicamente humana en la medida en que se utiliza la razón –afirma Víctor García-Hoz–, la educación empieza por una acción sobre la inteligencia. De aquí la consecuencia de que toda educación en le aspecto sexual tiene que apoyarse en la formación de una conciencia clara del papel que desempeñamos cara a Dios en nuestra vida».
Esta educación afectivo-sexual debe ser, por tanto, una educación para el amor, que oriente a cada uno, según su vocación específica, hacia la virginidad o hacia el matrimonio. La primera es una vocación al amor, al don de sí mismo primero a Dios y en Él a todos los hombres. La segunda requiere una sana educación para el amor conyugal, que es un amor de totalidad.
Actualidad y urgencia «En la actual situación socio–cultural es urgente dar a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes una positiva y gradual educación afectivo–sexual, ateniéndose a las disposiciones conciliares. El silencio no es una norma absoluta de conducta en esta materia, sobre todo cuando se piensa en los numerosos «persuasores ocultos» que usan un lenguaje insinuante» (S. C. para la Educación Católica, Orientaciones educativas sobre el amor humano. Pautas de educación sexual, nº 106).
La razón es obvia: el tema del sexo está en la calle y entra en el hogar a través de los medios de comunicación social, que con gran frecuencia emplean un lenguaje destinado únicamente a estimular el instinto y a provocar manifestaciones sexuales desconectadas con el sentimiento y el espíritu, con el don de sí, con la apertura a los otros, a la vida y a Dios. Es ésta «una cultura que banaliza en gran parte la sexualidad humana –afirma Juan Pablo II–, porque la interpreta y la vive de manera reductiva y empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta» (Familiaris consortio, nº 37).
Por eso es preciso oponer, a esta acción deformadora y corruptora, la verdadera educación afectivo-sexual, centrada en el concepto cristiano de la sexualidad humana.
Derecho y deber de los padres Como toda educación, también la afectivo-sexual corresponde principalmente a los padres. La familia es la primera comunidad de amor y en ella se forman los hijos en el verdadero amor, como un servicio sincero y solícito hacia los demás. Es en la familia donde surgen numerosas ocasiones para entablar el diálogo sobre distintos temas relacionados con el sexo y la afectividad: la llegada de un nuevo hijo, la gestación del niño en el seno de la madre, el desarrollo sexual en la pubertad, la atracción de los adolescentes hacia amigos y conocidos de distinto sexo, etcétera. Son momentos oportunos para conversar sobre el tema.
Sobre esta materia, el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer aconseja: «Que sean los padres los que den a conocer a sus hijos el origen de la vida, de un modo gradual, acomodándose a su mentalidad y a su capacidad de comprender, anticipándose ligeramente a su natural curiosidad; hay que evitar que rodeen de malicia esta materia, que aprendan algo, que es en sí mismo noble y santo, de una mala confidencia de un amigo o de una amiga» (Conversaciones, nº 100).
Para esta importante labor educativa los padres cuentan con la gracia de estado recibida en el sacramento del Matrimonio, que «los consagra en la educación propiamente cristiana de los hijos (…) y los enriquece en sabiduría, consejo, fortaleza y en los otros dones del Espíritu Santo, para ayudar a sus hijos en su crecimiento humano y cristiano» (Familiaris consortio, nº 38).
Existen, además, libros sencillos y apropiados, asociaciones familiares, cursillos de orientación familiar organizados por entidades de confianza, etcétera, que permiten profundizar en la mejor forma de impartir la urgente educación afectivo-sexual.
Modo de impartirla La educación afectivo-sexual ha de ser: — Verdadera: ha de ajustarse siempre a la realidad de las cosas, con precisión y delicadeza.
— Clara: comprensible para el niño o adolescente.
— Gradual: el conocimiento ha de adquirirse al compás del desarrollo corporal y espiritual. De este modo irá evolucionando armónicamente toda la personalidad, primero del niño y después del adolescente. –Individual, pues lo que convenga decir a un chico o una chica, quizá otro de la misma edad no esté en condiciones de asimilarlo.
— Completa: tanto en cuanto a los temas, como en cuanto a la extensión y profundidad con que se tratan.
— Oportuna: deben aprovecharse las ocasiones más favorables, que ordinariamente se presentan cuando el niño hace preguntas sobre estos temas, o en determinados períodos críticos, como son los siete años y la pubertad. Sin ir más allá de lo que pregunta, pero dejando siempre abierta la puerta para que pueda hacer nuevas preguntas.
La respuesta personal Toda educación exige una respuesta por parte del alumno: no sólo debe ser asumirla, sino también complementarla mediante la lucha personal. Con mayor motivo cabe afirmar esto a propósito de la educación y de la vivencia afectivo-sexual. «El uso cristiano de la sexualidad –afirma García-Hoz– no se realiza sin esfuerzo, sobre todo en la época de la adolescencia y de la juventud, en las que la fuerza de las tendencias sexuales y la poca madurez de la personalidad exigen una lucha más rigurosa».
Es preciso concienciar a adolescentes y jóvenes de que la vida humana sólo se realiza a través del esfuerzo. La impureza es, en buena parte, un problema de pereza. Una y otra –o una con otra–, si se descontrolan, si no se las encauza del modo adecuado, machacan la personalidad embaucando con el goce inmediato, roban la auténtica alegría, pasan siempre amargas facturas al cabo del tiempo y pueden dejar hondas heridas para el futuro.
Resulta desaconsejable cargar las tintas en los aspectos meramente costosos y negativos, que chocan con su falta de perspectiva y sus afanes juveniles y, a veces, fomentan un insensato espíritu de rebeldía. Por el contrario, a adolescentes y jóvenes –ellos y ellas– debe animárseles a pasar al campo de los fuertes, de los generosos, de los magnánimos, que es el campo de las personas nobles y sabias, de las felices y de las que tienen porvenir.
Los medios De igual modo es necesario descubrirles los medios, tanto humanos como sobrenaturales, para coronar con éxito el empeño.
He aquí algunos medios humanos: — Desear de veras la pureza, y rebelarse contra el mal que intenta esclavizarles, es el primero de los medios humanos.
— Estar siempre ocupado mediante el trabajo, estudio, deporte o cualquier otra actividad, ya que «la ociosidad –como dice la Escritura–, es maestra de todos los vicios».
— Vivir el pudor y la modestia: «el pudor, afirma Max Scheller, no sólo da forma humana a la sexualidad, sino que favorece, además, su armónico desarrollo».
— Vigorizar la voluntad, venciendo pequeñas dificultades de todo estilo que se presenten, sin ceder a la pereza, la comodidad, el desorden, el capricho, etcétera.
— Despreciar o sortear las ocasiones innobles: lecturas, amistades, películas, conversaciones subidas de tono, etcétera.
Entre los medios sobrenaturales destacan: — La oración, ya que sin ella es imposible vencer de modo habitual: «orad, dice Jesús, para no caer en la tentación».
— La mortificación, pues no sólo fortalece la voluntad, sino que –como enseña el Beato Josemaría Escrivá– «es la oración de los sentidos».
— La frecuencia de sacramentos, ya que, tanto en la Sagrada Comunión como en la Penitencia, Jesucristo fortalece el alma con su gracia y la ayuda a vencer.
— El trato frecuente con la Santísima Virgen.
— La conversación periódica con un sacerdote.
— El aprecio del cuerpo, ya que es templo del Espíritu Santo. Vale la pena tener en cuenta que el sentimiento de dignidad es uno de los rasgos fundamentales de la personalidad, que se vive con especial intensidad en la juventud, y por lo que constituye uno de los estímulos más fuertes para la educación. n CASTIDAD Y CAPACIDAD DE AMAR La conciencia del significado positivo de la sexualidad, en orden a la armonía y al desarrollo de la persona, como también en relación con la vocación de la persona en la familia, en la sociedad y en la Iglesia, representa siempre el horizonte educativo que hay que proponer en las etapas del desarrollo de la adolescencia. No se debe olvidar que el desorden en el uso del sexo tiende a destruir progresivamente la capacidad de amar de la persona, haciendo del placer –en vez del don sincero de sí– el fin de la sexualidad, y reduciendo a las otras personas a objetos para la propia satisfacción. Tal desorden debilita tanto el sentido del verdadero amor entre hombre y mujer –siempre abierto a la vida– como la misma familia, y lleva sucesivamente al desprecio de la vida humana concebida, que se considera como un mal que amenaza el placer personal.
Consejo Pontificio para la Familia, Sexualidad humana: verdad y significado. Orientaciones educativas en familia, 8-XII-1995, n. 105 Miguel Ángel Cárceles Revista Palabra, nº 442-443, abril 2001
La historia no es útil
tanto por lo que nos dice del pasado
como porque en ella se lee el futuro.
J. B. Say
Los primeros cristianos
Los primeros años del cristianismo no pudieron comenzar con más dificultades exteriores. Desde el primer momento sufrió una dura persecución por parte del judaísmo. Sin embargo, en poco menos de veinte años desde la muerte de Jesucristo, el cristianismo había arraigado y contaba con comunidades en ciudades tan importantes como Atenas, Corinto, Éfeso, Colosas, Tesalónica, Filipos, y en la misma capital del imperio, Roma.
Desde luego, no podía atribuirse ese avance a la simpatía del Imperio Romano. En realidad, el cristianismo era para ellos incluso más molesto en sus pretensiones, sus valores y su conducta que para los judíos. No solo eliminaba las barreras étnicas entonces tan marcadas, sino que, además, daba una acogida extraordinaria a la mujer, se preocupaba por los débiles, los marginados, los abandonados, es decir, por aquellos por los que el imperio no sentía la menor preocupación. Continuar leyendo “¿Qué ha aportado el cristianismo en la historia de la humanidad?”
Haz lo que sea justo.
Lo demás vendrá por sí solo.
Goethe
La Santa Sede y el Holocausto nazi
De vez en cuando se repite la acusación de que la Iglesia católica mantuvo una actitud un tanto confusa ante el exterminio de millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Estas críticas no comenzaron hasta 1963, cuando se estrenó una obra teatral del dramaturgo alemán Rolf Hochhuth, y desde entonces han venido repitiéndose con una notable falta de documentación histórica.
La realidad, en cambio, es que las más contundentes y tempranas condenas del nazismo en aquellos años provinieron precisamente de la jerarquía católica. Y si no fueron más contundentes aún fue por los difíciles equilibrios que hubieron de hacer para denunciar los abusos de Hitler sin poner en peligro la vida de millones de personas. Nunca dejaron de combatir y condenar los atropellos nazis. Pero tenían las manos atadas: pronto comprobaron que cuando arreciaban sus denuncias, las represalias nazis eran mucho mayores. Continuar leyendo “¿Cómo actuó la Iglesia ante el nazismo?”
Pronto se arrepiente
el que juzga apresuradamente.
Pablio Siro
Una comparación
—¿Y qué me dices del famoso caso Galileo, condenado a morir quemado en la hoguera por defender una teoría científica hoy comúnmente aceptada?
Hay un poco de leyenda en torno a la figura de Galileo. Sin pretender ser puntilloso, lo cierto es que Galileo Galilei falleció el 8 de enero de 1642, de muerte natural, a los 78 años de edad, en su casa de Arcetri, cerca de Florencia. No pasó ni un solo día en la cárcel ni sufrió ninguna violencia.
Si poseyeseis cien bellas cualidades,
la gente os miraría
por el lado menos favorable.
Molière
Un concepto errado de libertad religiosa
El origen de la Inquisición se remonta al siglo XIII. El primer tribunal para juzgar delitos contra la fe nació en Sicilia en el año 1223. Por aquella época surgieron en Europa diversas herejías que pronto alcanzaron bastante difusión. Inicialmente se intentó que cambiaran de postura mediante la predicación pacífica, pero después se les combatió formalmente. En esas circunstancias nacieron los primeros tribunales de la Inquisición.
—¿Y no es un contrasentido perseguir la herejía de esa manera?
Lo es. Pero no debe olvidarse la estrecha vinculación que hubo a lo largo de muchos siglos entre el poder civil y el eclesiástico. Si se perseguía con esa contundencia la herejía era sobre todo por la fuerte perturbación de la paz social que causaba.
—¿Y cómo pudo durar tanto tiempo un error así?
Cada época se caracteriza tanto por sus intuiciones como por sus ofuscaciones. La historia muestra cómo pueblos enteros han permanecido durante períodos muy largos sumidos en errores sorprendentes. Basta recordar, por ejemplo, que durante siglos se ha considerado normal la esclavitud, la segregación racial o la tortura, y que, por desgracia, en algunas zonas del planeta se siguen aún hoy practicando y defendiendo. La historia tiene sus tiempos y hay que acercarse a ella teniendo en cuenta la mentalidad de cada época. Continuar leyendo “¿Qué sucedió realmente con la Inquisición?”
Un hombre nunca debe avergonzarse
por reconocer que se equivocó,
que es tanto como decir
que hoy es más sabio de lo que fue ayer.
Jonathan Swift
Un acto de coraje y humildad
Hoy es corriente, por fortuna, que instituciones y Estados pidan públicamente perdón por agravios cometidos por sus antecesores. También la Iglesia, sobre todo desde el Concilio Vaticano II, se ha mostrado dispuesta a realizar esa tarea de revisión histórica de los errores e incoherencias de los católicos a lo largo de los siglos.
La Iglesia, al exponer las verdades del depósito de la fe que tiene confiado, goza de una infalibilidad otorgada por el mismo Jesucristo. Esa infalibilidad, según la doctrina católica, se extiende a las declaraciones del magisterio solemne, al magisterio ordinario y universal, y a lo propuesto de modo definitivo sobre la doctrina de la fe y las costumbres. Sin embargo, en las actuaciones personales de los católicos, ha habido y habrá siempre errores, más o menos graves, como sucede en todos los seres humanos. La Iglesia asume con una viva conciencia esos pecados de sus hijos, recordando con dolor todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, los católicos se han alejado del espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo. Continuar leyendo “¿Debe la Iglesia pedir perdón por sus errores?”
La sátira
es una crítica que, casi siempre,
se transforma en disculpa.
Eduardo Terrasa
Falta de pluralismo
—Algunos afirman que en la Iglesia hay poco pluralismo, porque se quita de sus puestos a quienes manifiestan honrada y sinceramente su disconformidad con la doctrina oficial.
No dudo que las personas que han sido sancionadas por ese motivo hayan llegado de forma sincera a esas opiniones que se apartan del Magisterio de la Iglesia. Y tampoco dudo que las defiendan con honradez. Lo que parece poco honrado es que quieran continuar enseñando esas opiniones no católicas en las iglesias, aulas o catequesis de la Iglesia católica.
Un hombre que se ganara la vida como representante de una empresa, una fundación, un partido político, un sindicato, o cualquier otra organización, puede honradamente cambiar de opinión y hacerse sinceramente seguidor de otra empresa, partido o sindicato, y pasar entonces a defender rectamente otras ideas. Lo que no sería nada honrado ni recto es que quisiera seguir como representante de uno apoyando la política de otro (y además cobrando su sueldo de aquel a quien ataca). Cuando la Iglesia católica retira a alguien el permiso para enseñar en su nombre no hace más que aplicar el sentido común. Continuar leyendo “¿Una institución opresiva y anticuada?”