Querer entenderse

Lo que no esperaban los protestantes alemanes era que el Papa, en su primer viaje a Alemania, citase varias veces a Lutero y lo definiese como “alguien que buscaba respuestas a sus interrogantes”. El presidente del Consejo de la Iglesia Evangélica alemana había sido implacable contra los católicos y sus dificultades ecuménicas. Estaba ante el Papa sin pestañear, hasta que rompió en aplausos. Un periodista comentaba que: “vale más mirarse a los ojos y estrecharse las manos tras hablar con franqueza, que diez mil documentos pensados hasta la última sílaba”.

Tomado de Miguel Angel Velasco, “Juan Pablo II, ese desconocido”, p. 92.

He estado con Dios

Había una vez un pequeño niño que quería conocer a Dios. Él sabía que era un largo viaje llegar hasta donde Dios vivía, así es que preparó su mochila con sandwiches y botellas de leche chocolatada y comenzó su viaje. Cuando había andado un tiempo, se encontró con un viejecita que estaba sentada en el parque observando a unas palomas. El niño se sentó a su lado y abrió su mochila. Estaba a punto de tomar un trago de su leche chocolatada cuando notó que la viejecita parecía hambrienta, así es que le ofreció un sandwich. Ella, agradecida, lo aceptó y le sonrió. Su sonrisa era tan hermosa que el niño quiso verla otra vez, así que le ofreció una leche chocolatada. Una vez más, ella le sonrió. El niño estaba encantado. Permanecieron sentados allí toda la tarde. Cuando oscurecía, el niño se levantó para marcharse. Antes de dar unos pasos, se dio la vuelta, corrió hacia la viejecita y le dio un abrazo. Ella le ofreció su sonrisa, aun más amplia. Cuando el niño abrió la puerta de su casa un rato más tarde, a su madre le sorprendió la alegría en su rostro. Ella le preguntó: “¿Qué hiciste hoy que estás tan contento?”. Él respondió: “Almorcé con Dios”. Pero antes de que su madre pudiese decir nada, él añadió: “¿Y sabes qué? ¡Tiene la sonrisa más hermosa que jamás he visto!”. Mientras tanto la viejecita, también radiante de dicha, regresó a su casa. Su vecina estaba impresionada con el reflejo de paz sobre su rostro, y le preguntó: “¿Qué hiciste hoy que te puso tan contenta?”. Ella respondió: “Comí unos sandwiches con Dios en el parque”. Y antes de que su vecina comentara nada, añadió: “¿Sabes, es mucho más joven de lo que esperaba”.

El milagro de Lanciano

Lanciano es un pueblo del Abruzzo, al sur de Chietti y Pescara. En el siglo VII un monje basiliano duda de la presencia del Señor en las Especies, mientras celebraba la Misa. Y, ante él, la Hostia se transforma en un trozo de carne, redondo, de la misma forma que la Hostia; y en el cáliz, el vino se transforma en Sangre que se coagula enseguida: forma 5 coágulos. Así se conserva hoy en día. La Hostia en una custodia y los coágulos en una ampolla. El 18-IX-70 se hizo una consulta a Roma para analizar lo que hay dentro. Los profesores Lindi y Bertelli, el 4-III-71, publican los resultados: carne y sangre humanas; grupo AB (el mismo de la Sábana Santa); de una persona viva; diagrama de la sangre corresponde a la sangre extraída ese mismo día del paciente; carne: fibras de miocardio.

Escarmiento a la avaricia

Juan Gavaza casó a sus dos hijas con dos caballeros muy nobles. El padre quería tanto a sus yernos que les repartió sus posesiones en oro y demás bienes. Ellos se mostraban agradecidos. Pero cuando se acabó el tesoro y sus yernos se olvidaron del suegro. Él, muy apenado, decidió darles una lección. Pidió unas monedas a un amigo y las guardó en un cofre. Hizo que sus hijas espiaran la operación. Cuando ya habían caído en el engaño, devolvió el dinero a su amigo, esta vez, en total secreto. Los últimos días del señor Gavaza discurrieron con todo tipo de atenciones por parte de sus yernos e hijas. Cuando murió abrieron el cofre y encontraron una maza muy grande con una escritura en el mango que decía así: “Yo, Juan Gavaza hago este testamento: que quien menosprecie a alguien porque ya ha repartido todos sus bienes, como se hizo con Juan Gavaza, que en la frente le den con esta maza”.

La oración de un hombre sencillo

En el pueblo de Ars había un labrador que siempre hacía una visita a la iglesia cuando volvía del trabajo. Dejaba la azada y el hato en la puerta, entraba, y permanecía un buen rato de rodillas delante del sagrario. El Santo lo había observado. Le llamó la atención que sus labios no se movieran, aunque sus ojos no se apartaban del Tabernáculo. Un día se le acercó y le preguntó: —Dígame, ¿qué le dice al Señor durante esas largas visitas? —No le digo nada. Yo le miro y Él me mira.

Tomado de Trochu, “El cura de Ars”.

Dos estrellas

Un ermitaño recogía diariamente un hato de ramas, lo cargaba en su borriquillo y lo intercambiaba en el pueblo por lo que le ofrecieran: queso, verduras… A mitad de camino de regreso, cuando el cansancio y el calor arreciaban, pasaba delante de una fuente de agua fresca, y el ermitaño pasaba de largo ofreciéndoselo a Dios. Por la noche Dios le obsequiaba ese sacrificio con una luminosa estrella en el firmamento. Un día un muchacho se unió al ermitaño en su camino. Ese día el sol apretaba especialmente y la cuesta se hacía pesada. Cuando se acercaban a la fuente, el viejo ermitaño leyó en los ojos del joven que el chico no bebería si él no lo hacía. Decidió beber aun a costa de quedarse sin estrella. Esa noche, brillaron dos estrellas.

Amigos como tú

Dos amigos atravesaban un bosque cuando apareció un oso. El más rápido de los dos huyó sin preocuparse del otro que, para salvarse se tiró por tierra, como muerto.

El oso, creyéndolo muerto, lo chupó y se fue. Parecía como si le hubiese dicho algo.

—¿Qué te ha dicho? Le preguntó el huidizo.

—Sólo me ha dicho que no me fíe de los amigos como tú.

Leon Tolstoi

La vanidad de un pobre gallo

Un gallo estaba convencido de que gracias a la potencia y belleza de su canto se despertaba el sol cada mañana. Un día, agotado, se quedó dormido y comprobó con horror que el sol salía como todos los días.

Samuel Alexander Armas: Un gran gesto cuando era un feto de 21 semanas

Foto de un niño con espina bífida se convierte en nuevo estandarte de la causa pro-vida.

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A lo mejor no es todo tan difícil

Christine se asombra de lo fácil que le resulta de pronto la conversación. Algo se estremece bajo su piel. ¿Quién soy yo de hecho, qué me está pasando? ¿Por qué puedo hacer de pronto todo esto? ¿Con qué soltura me muevo, y eso que siempre me decían que era rígida y patosa? Y con qué soltura hablo, y supongo que no digo ninguna ingenuidad, porque este caballero tan importante me escucha con benevolencia. ¿Me habrá cambiado el vestido, el mundo, o lo llevaba todo dentro y sólo carecía de valor, sólo estaba siempre demasiado atemorizada? Mi madre me lo decía. A lo mejor no es todo tan difícil, a lo mejor la vida es infinitamente más ligera de lo que creía, sólo hay que tener arrojo, sentirse y percibirse a sí misma, y la fuerza acude entonces de cielos insospechados. (Stefan Zweig, “La embriaguez de la metamorfosis”)