Alfonso Aguiló, “Acertar en las causas”, Hacer Familia nº 291, 1.VI.2018

En el año 1958 Mao Zedong lanzó su famoso gran proyecto que llamó “El Gran Salto Adelante”, una serie de medidas económicas, sociales y políticas que pretendían transformar la tradicional economía agraria de China a través de una rápida industrialización. Se crearon las famosas comunas populares, se prohibió la agricultura privada y se promovieron muchos proyectos intensivos en mano de obra dentro de la política que llamó “caminando con dos piernas”, que combinaba pequeñas y medianas colectivizaciones industriales con grandes emprendimientos, alejándose así del modelo soviético.

Una de las campañas más tristemente famosas de aquel plan fue la de “Las Cuatro Plagas”, decretada el 13 de diciembre de 1958. Se propuso el exterminio de cuatro especies que el dictador consideraba letales para las cosechas: ratones, moscas, mosquitos y gorriones.

El gran argumento contra el gorrión era que devoraba el grano. Se publicaron cálculos según los cuales cada gorrión comía una media de 4,5 kg de grano al año. Por tanto, con solo matar a 15 gorriones se podría alimentar a una persona más. Mao Zedong aseguró que los gorriones eran enemigos de la Revolución porque se comían las cosechas, y nada les podía detener hasta acabar con ellos.

Se movilizó a la población para que golpease ollas y sartenes para ahuyentarlos, hasta que los gorriones y otros pájaros caían muertos de agotamiento. En toda China se popularizó la imagen de lugareños golpeando tambores o agitando banderas rojas para asustar a las bandadas de pájaros. La masacre fue sistemática y toda la población se involucró en ella, unas veces por obligación pero otras con bastante entusiasmo. Millones de trabajadores fueron destinados a matar pájaros de todas las formas posibles, con trampas, cebos envenenados o armas de fuego.

Un año después, el gorrión y otras especies estaban al borde de la extinción. Sin embargo, no se produjo un aumento en la producción de grano, sino todo lo contrario. Y la razón era bastante obvia: las aves comían insectos, y ahora los insectos, libres de sus depredadores naturales, se convirtieron en verdaderas plagas de escarabajos, saltamontes, langostas y gorgojos… y aquello originó una terrible hambruna.

Al principio, Mao desdeñó las advertencias que le hacían sobre aquel inesperado resultado. Seguía fiel a su principio de que el hombre debía derrotar a la naturaleza. Finalmente decidió detener la matanza de pájaros, cuando las cosas empezaban a ir tan mal que nadie se molestaba en disimularlo. Pero la hambruna ya no se podía detener y ocasionó millones de muertos.

Quizá la plaga de langosta fue la peor de todas. Como es fácil de entender, los insectos se apoderaron de un espacio en el que ya no volaba ninguno de sus enemigos naturales. Ante aquel horror, Mao pidió que se importaran aves desde la Unión Soviética, pero el remedio fue escaso y lento, así que ordenó el empleo masivo e indiscriminado de pesticidas. A comienzos de 1962, el campo chino estaba devastado por las plagas y cubierto de todo tipo de venenos, con lo que se prolongó y agravó el hambre en todo el país.

Hay ocasiones en que una idea, normalmente un poco simple, nos seduce por completo y nos precipita hacia una serie de acciones o decisiones poco afortunadas. Por eso conviene analizar bien los fenómenos que observamos, los escenarios en que se producen, los inconvenientes posibles de cada una de nuestras reacciones y, sobre todo, ver con atención cuáles están siendo o serán sus consecuencias reales. La razón debe contar con la experiencia. Cualquier teoría, por muy sólida y atractiva que nos resulte, debe ser comprobada en su aplicación práctica, sin negar las evidencias empíricas, aunque comprobemos que van en contra de nuestros deseos, nuestras afirmaciones o nuestros intereses.

 

Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”