Angel García Prieto, “Vencer el sufrimiento, no conseguir la inmortalidad”, PUP, 18.V.01

La investigación médica de los últimos tiempos está consiguiendo resultados diagnósticos y terapéuticos magníficos y todavía es mayor la esperanza que se abre para el futuro casi inmediato. Prácticamente se han erradicado la mayoría de las infecciones, se han logrado avances enormes en las enfermedades cardíacas e incluso el hasta ahora inexpugnable cáncer está experimentando un cambio sustancial, con curaciones que superan ya la mitad de los casos.

La investigación sobre el genoma humano abre unas perspectivas muy luminosas, hasta el punto de que merezca comentarios tan eufóricos como el de William Haseltine , presidente del Human Genoma Sciencies, que manifestaba: “la muerte es una serie de enfermedades evitables”. Nadie dice que la inmortalidad es el objetivo de la medicina – ya Zeus castigó con la muerte al gran médico Asclepío (o Esculapio), hijo de mujer y del dios Apolo, por pretender la eternizar la vida de sus enfermos -, pero si parece influir en los planes de la ciencia médica. La idea de un progreso indefinido se enfrenta a la valoración de los cuidados paliativos de los enfermos crónicos o terminales. No hay que olvidar que en determinadas situaciones la medicina tiene que cuidar y no pretender erradicar la muerte.

“La comunidad científica debería ver su enemigo en la muerte prematura, no en la muerte en sí. El objetivo no debe ser aumentar la longevidad indefinidamente, sino permitir una vida suficientemente larga, que abarque desde la infancia hasta la vejez. Después, la prioridad ha de ser cuidar, no curar”, dice Daniel Callahan, del Hastings Center -institución de investigación bioética – el Internacional Herald Tribune del 6 de abril pasado.

Impedir la muerte no es una meta razonable. Lo sensato es luchar contra la enfermedad crónica, las deficiencias psíquicas y físicas y la invalidez. Estos son los grandes enemigos. La muerte tiene que llegar y la medicina debe ayudar al hombre a enfrentarse a ella en unas condiciones físicas mejores, cuidando a la persona para dar ese último paso en la vida de una manera que pueda afrontarse con la madurez y dignidad más propias del hombre.

Angel García Prieto, “Dedicación y transmisión de valores a los chicos”, PUP, 7.III.02

Una de las razones que se pueden aportar al debate que plantea el problema de la conducta de los jóvenes en las escuelas y en la calle, es que los chicos se sienten cada vez más solos. Se han hecho múltiples estudios sociológicos en países muy adelantados y una de las causas que se esgrimen es que los padres, por razones laborales o de otro tipo, tienden a dedicar menos tiempo a sus hijos y que los chicos se sienten solos. Diversos estudios norteamericanos, hechos con poblaciones de niños y jóvenes entre los años 1980 y 1990 ven aumentos de cifras de fracaso escolar, delincuencia juvenil, embarazos precoces, a pesar de que los ingresos económicos del hogar por niño aumentaron. Se alcanzaron cifras record de malestar infantil, que despertaron la preocupación social. Así, una encuesta publicada en 1991 por la revista “Time”, afirmaba que al 60% de los jóvenes estadounidenses le gustaría dedicar a sus hijos más tiempo del que ellos recibieron de sus padres, pues, como afirmaba el profesor Louv en “La niñez del futuro”, la autonomía de que disponían los niños, “más que a la educación en la libertad, se acercaba al abandono”.

Los hijos requieren una dedicación, un consejo, un apoyo, una seguridad y necesitan saber que tienen la retaguardia asegurada. Y que en un momento determinado, cuando tengan dudas o problemas de algún tipo, hay alguien querido y cercano que les ayude a sobrellevarlos. Esto es absolutamente fundamental, pues es imprescindible la función de la familia, aunque ésta sea vicaria, porque la familia no siempre puede ser el padre y la madre; y hay familias monoparentales por viudedad o por separación… Es muy importante siempre que las personas se puedan sentir valoradas en su justa medida, lo que adquiere característica de auténtica necesidad durante la adolescencia, en la que la inseguridad producida al abandonar la niñez determina una vivencia de precariedad que puede llegar a ser agobiante y muy destructiva. El peor de los chicos tiene un valor enorme como persona que es, y eso hay que dejárselo siempre muy claro.

En el ambiente enmarcado dentro de la “Década de Niño”, como fue el de los años noventa y tras la convocatoria de las Naciones Unidas de la “Cumbre Mundial de la Infancia”, una comisión de personalidades políticas, médicas, educativas y empresariales, de los Estados Unidos publicaron un “Código Azul” en el que se dicen muchas cosas sobre la situación de la juventud de aquel país. Con los datos de ese informe, Willian J. Bennett, entonces secretario de Educación, pronunció un discurso en la Universidad de Notre Dame (Indiana) en el que entre otras muchas cosas dijo que “la crisis no se limita, como algunos creen, a comunidades azotadas por la pobreza y el crimen sino que afecta a millones de adolescentes de todos los barrios a lo largo de la nación”. Para ilustrarlo apuntaba estadísticas: una de cada diez adolescentes embarazadas, con más de 400,000 abortos anuales, duplicación de suicidios y un número treinta veces mayor de muchachos detenidos en comparación con las cifras de tres décadas anteriores. “Demasiados chicos norteamericanos son víctimas del fracaso parcial de nuestra cultura, de nuestros valores y de nuestras normas morales: drásticas alteraciones en la composición de la familia, un diálogo escaso y débil entre la gente joven y los adultos, degradación de los vecindarios tradicionales y así sucesivamente.” –decía.

Su discurso no era un lamento, pues apuntó soluciones, como éstas: “En los últimos años hemos hecho un trabajo razonablemente bueno enseñando a nuestros hijos virtudes delicadas como la tolerancia, la comprensión, la propia estima y la sensibilidad. Y eso está muy bien. Pero creo que todavía nos perdemos en discusiones inútiles sobre la necesidad de enseñar virtudes fuertes como la disciplina y el dominio de sí, la responsabilidad individual y cívica, la perseverancia y la laboriosidad. Y añadía: “Así es como se configura el carácter de una sociedad: mediante la moralidad individual, que acumula un capital social de generación en generación, en beneficio de nuestros hijos. Las convicciones privadas son una condición del espíritu público. Pero hay que renovar continuamente la inversión en convicciones privadas: han de hacerlo los adultos. Esa es nuestra misión”.

Angel García Prieto, “Un mapa de la felicidad matrimonial”, PUP, 8.I.01

La prestigiosa revista norteamericana Newsweek, en su número de 26.IV.99, publica un reportaje sobre los estudios que está llevando a cabo John Gottman, psicólogo del laboratorio de Investigación de la Familia de la Universidad de Washington. Este investigador lleva años buscando las claves del éxito conyugal y ha publicado un libro – The Seven Principles for Making Marriage Work – que explica el resultado de los estudios y es un mapa científico de la felicidad matrimonial. Golttman, para su estudio, partió de la consideración de que los trabajos psicológicos sobre los matrimonios casi siempre se establecían en torno al análisis de los fracasos y problemas. Y decidió lanzarse a la investigación de los motivos que hacen que las parejas vayan bien. El psicólogo – de 56 años de edad – reconoce que sus resultados no tienen la categoría de datos empíricos sólidos, pero sirven para entender las conductas y ayudan a otras parejas a encontrar su felicidad matrimonial. Insiste en la idea de que la construcción de “una casa con buenos cimientos matrimoniales” pasa por apreciar lo mejor del otro, compartir las obligaciones domésticas y el cuidado de los hijos. Las parejas felices son las que saben, además de ser esposos, ser padres y vivir compartiendo las obligaciones hacia ellos. Aceptar los rasgos de carácter que no van a cambiar nunca en el otro y amarse por lo que tienen en común y lo que les hace complementarios, es otra de las fórmulas magistrales que aporta. Las riñas no son las razones principales del enfriamiento conyugal. Los auténticos demonios son la indiferencia, el desprecio, la crítica, el encerramiento en sí mismo y la actitud defensiva frente al otro. Gottman señala, además, que hay dos épocas delicadas durante el matrimonio, pues existe un elevado número de divorcios después de una media de 5,2 años de matrimonio y otro pico estadístico después de pasados 16 a 20 años. Otra apreciable observación es que las parejas felices se esfuerzan en no dejarse desbordar por los conflictos que siempre surgen. El sentido del humor, la distensión momentánea ante la riña, son muy útiles para evitar entrar en una dinámica de discusión de complicada salida. Tampoco se debe caer en el tópico de aceptar que la relación entre el hombre y la mujer debe partir de mundos emocionales muy distintos. Según sus estudios, estas diferencias de género puede contribuir a que haya problemas, pero no son su causa. Prácticamente el mismo número de mujeres que de hombres entrevistados estuvieron de acuerdo en que la amistad dentro de la pareja es el factor más importante de satisfacción matrimonial.

Angel García Prieto, “Agorafobia y crisis de angustia: miedo a salir de casa”, PUP, 19.V.01

Es cada día más frecuente, en la consulta psiquiátrica, el número de pacientes que acuden por presentar un molestísimo, progresivo e invalidante cuadro de síntomas físicos y psíquicos que se manifiestan sobre todo fuera de casa, o de aquellas otros lugares o situaciones en los que la persona se suela también encontrar muy segura o acompañada.

Se trata de un trastorno que denominamos “Agorafobia con crisis de angustia, pánico agorafóbico o de otras maneras semejantes”. Y que se caracteriza porque el enfermo que lo padece – casi siempre enferma, pues suele haber tres o cuatro mujeres por cada varón con dicha patología – va adquiriendo un progresivo miedo fóbico a situaciones en las que le es dificultoso encontrar salida hacia sus habituales lugares seguros. Y así, acaban por evitar la asistencia a grandes almacenes, cines, iglesias, autobuses, banquetes,… o el paso por amplios espacios abiertos, túneles, puentes, autopistas, parajes deshabitados, etc. Hasta llegar a no poder salir solo de casa, por miedo a sufrir una “crisis de angustia”.

Dicha crisis se suele presentar de modo brusco, y se manifiesta con la agobiante presencia de palpitaciones, hormigueos, sofocos, ahogos, mareo, sudoración, tensión muscular y sensación de que se puede morir o volverse loco o perder el control de sí mismo. Esta crisis de angustia, que las primeras veces se presenta sin ningún motivo aparente, es la que poco a poco va previniendo al enfermo frente a las situaciones de menor seguridad ambiental, o de las que sería dificultoso o escandaloso escapar, y va conformando la fobia hacia ese tipo de espacios y situaciones.

Este trastorno, que se da en un 2 a 5% de la población, afecta de un modo predominante a mujeres jóvenes, entre los veinte y los cuarenta años de edad. No se diagnostica fácilmente, y por eso no se trata de un modo adecuado, produciendo muchos casos de falsa urgencia en los servicios de cardiología o medicina interna, sin que inicialmente nadie suponga que son trastornos de pura ansiedad.

El tratamiento farmacológico, acompañado de unas sencillas técnicas psicoterapéuticas conductuales, es muy eficaz, llegando a poner al enfermo en condiciones de hacer una vida activa normal y libre de angustias, en un periodo menor o mayor de tiempo.

Desde hace dos años, ha comenzado a existir una “Asociación para la Ayuda y la Divulgación de la Agorafobia”, ya que éste es un problema en aumento, que aún no es conocido en la mayoría de los ambientes, y que requiere que se le preste la debida atención en los medios informativos para que se pueda atender de modo precoz y adecuado. Y , desde que tuvo lugar el estreno de la película “Copycat”- en la que la protagonista aparece como afectada por esta patología – se comenzó a desarrollar una campaña de divulgación, de la que la “Sociedad Asturiana de Psiquiatría” también se está haciendo eco, con la organización de actos públicos y presencia en los medios de comunicación.

Angel García Prieto, “Futurólogos y el prejuicio de Edipo en nuestra sociedad”, PUP, 27.VI.01

Nuestra cultura tiene muchas referencias del mito de Edipo, a través de la literatura en las obras de Esquilo Sófocles, Eurípides, Séneca, Corneille, Gide, Cocteau, o en la música de Mussorgsky, Mendelssonh, Strawinsky, etc.Pero sobre todo, son los seguidores de Freud quiénes han dado más vuelo al nombre del rey de Tebas, al popularizar el célebre y confuso complejo de Edipo, tan en boga las décadas pasadas, cuando el psicoanálisis hacía un furor que se va apagando poco a poco.

El complejo de Edipo podría sintetizarse mucho al describirlo cómo un trastorno de la afectividad y la conducta derivados de carencias por falta de autonomía e independencia emocional respecto a las figuras paternas; que con frecuencia se interpreta sobre todo en el ámbito de la madurez psicosexual. Se puede decir que Edipo no padeció el complejo de Edipo, o al menos no parece deducirse de lo que se ha descrito de este personaje. Aunque, en el drama del héroe de Tebas, haya símbolos que le sirvieran a Freud para bautizar con el nombre de Edipo dicho trastorno psíquico.

Edipo era hijo de los reyes de Tebas, Layo y Yocasta. El augurio predijo a Layo que un hijo suyo lo mataría, casándose con su madre. Por eso Layo lo llevó al monte Citerón y lo abandonó colgado de un árbol por los pies para librase de él. Sin embargo Edipo fue recogido por un pastor y cedido al rey Polibo, de Corinto, que no tenía hijos y lo adoptó. Ya adulto, Edipo comenzó a dudar de su verdadera identidad y acudió al oráculo de Delfos – ¡otra vez el oráculo! – para aclarar el misterio. La Pitia no le reveló el nombre de sus padres, tan sólo le advirtió que no volviese a su patria, pues su futuro estaba determinado a matar a su padre y casarse con su madre. Muy asustado, Edipo abandonó Corinto y se dirigía a Tebas, cuando en el camino fue atropellado por un carro muy veloz. Lleno de furor, Edipo entabló una pelea, en la que mató al conductor, un lacayo y al dueño, que no era otro que su verdadero padre, Layo – desconocido para Edipo.

Continuando Edipo su camino, encontró a la Esfinge, un monstruo con cuerpo de león y rostro de mujer, que tenía aterrorizada a la población de Tebas. La venció con su lógica, descifrando una adivinanza del malvado ser, y fue recibido triunfalmente en la ciudad, donde recibió el premio de su hazaña y se casó con Yocasta, su madre, pasando a ser rey. Los dos vivieron felices, ajenos al conocimiento de su relación natural y tuvieron cuatro hijos. Hasta que la fatalidad asoló la ciudad y Edipo recurrió de nuevo al oráculo, que acusó al asesino de Layo como culpable de la ira de los dioses contra Tebas. Un anciano servidor del palacio le reveló su verdadera identidad y Yocasta se ahorcó al conocer la verdad, a la vez que él mismo se arrancó los ojos y los tebanos le obligaron a abandonar la ciudad.

En esta leyenda tan dramática hay mucho prejuicio, facilitado por tanto oráculo. Quizá las cosas han cambiado y la perspectiva actual no es la misma que la del mundo griego, dominado por la idea determinista de la fatalidad, los tiempos cíclicos y, sobre todo, de los aconteceres ya prederterminados por los vaticinadores. Pero no hay que olvidar que las enseñanzas de la mitología tienen una validez perenne y, por lo tanto, deben interpretarse con los matices que pueda darle el tiempo en que se recrean. Así, ahora, me parece que en esta historia hay aprensiones, adquiridas por la creencia en lo que dicen los adivinos. Y son, precisamente estos temores concebidos de antemano, los que alteran la libertad, los que conducen por derroteros equivocados la conducta hasta el sarcasmo, hasta el drama…Como Edipo y Layo que, sin complejos, llevaron hasta la exasperación la fatalidad de sus prejuicios.

Angel García Prieto, “Adolescentes estresados”, PUP, 9.I.01

La adolescencia siempre ha sido considerada una época de la vida propicia a las dificultades inherentes a la propia naturaleza del desarrollo de la persona. Hace ya seis siglos, con palabras muy ricas, el poeta Dante la dibujó de esta manera: “Es acrecentamiento la vida (…) nuestra alma atiende al crecimiento y hermoseamiento del cuerpo, y de ahí los muchos y grandes cambios que operan en la persona”. A los conflictos específicos de la edad -inseguridad, dificultades de relación, ambivalencia emocional, falta de autoestima y tantos otros- se añaden nuevos factores familiares y sociales, propios del tiempo que toca vivir a nuestra sociedad, que contribuyen sin duda a agravar el estrés. Muchos adolescentes se encuentran perdidos o desencantados al carecer de puntos de referencia sólidos, ya que las propuestas de futuro que les ofrecen los adultos no son ni halagüeñas ni entusiasmantes. Los adolescentes se han acostumbrado a tener más, a disponer de más medios, pero no encuentran en esa riqueza la felicidad, ni siquiera la esperanza. También son factores frecuentes de estrés las dificultades emocionales -y materiales- derivadas de los conflictos o de la separación conyugal de los padres y de los propios problemas de pareja por relaciones sexuales prematuras, así como del paro y desempleo familiar. Igualmente son factores de desasosiego y ansiedad los que se crean en torno a la moda y actitud de adquisición de bienes de consumo para vestir, divertirse, desplazarse, cuidar la propia figura o desarrollar al máximo las posibilidades de preparación profesional. La falta de comunicación con los padres y familiares, aludida en todas las épocas al tratar de la adolescencia, se acrecienta por el trabajo y la menor permanencia de éstos en la casa, así como por los factores distorsionantes de la relación -televisión, walkmans, etc -. Los vínculos interpersonales con compañeros y amigos también están dificultados por circunstancias peculiares del momento actual, derivadas de la enorme competitividad en los estudios ante el futuro de los puestos de trabajo, que favorecen la falta de compañerismo y el aislamiento. En fin, los problemas son numerosos y sólo se han enunciado algunos de los más acuciantes. Se podrían sintetizar, a juicio del Prof. Ángel Rodríguez González, catedrático de Psicología Social de la Universidad de Murcia, en que desde niños se van aprendiendo, en la familia y en el ambiente, dos principios responsables de la insatisfacción y principales fuentes de estrés: “El primero es de tipo psicológico individual, la comparación social. Sólo nos sentimos inteligentes, ricos o guapos si nos consideramos más que los demás; aunque nademos en la abundancia, nos sentimos miserables si los demás tienen más que nosotros”. El segundo principio es de carácter social: “ Preferimos tener a ser, es decir, que la medida de nuestra valía son los bienes materiales que poseemos. Cuanto más tenemos, más necesitamos para lograr una imagen positiva de nosotros mismos”. La violencia y el suicidio crece entre los adolescentes, detrás de ello hay una realidad familiar y social subterránea de la que ellos no son culpables, sino víctimas. Y con esta perspectiva los adultos deberíamos afrontar otro de los más importantes defectos que aquejan a la sociedad que estamos construyendo.

Angel García Prieto, “Literatura, psicoterapia y confesión”, PUP, 13.I.01

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Angel García Prieto, “¿Son los jóvenes malvados delincuentes?”, PUP, 30.I.01

El capítulo de sucesos de la última temporada está llena de desagradables acontecimientos protagonizados por niños, adolescentes y jóvenes. En algunos casos estos hechos son especialmente trágicos y en ocasiones espeluznantes. Fuera de nuestra latitud este problema se proyecta sobre todo en las aulas de los colegios e institutos. Baste citar el tiroteo de Columbine en Estados Unidos, como prototipo sangriento y las medidas que han debido tomar en Francia para mantener un mínimo de seguridad en los institutos de las periferias de las grandes ciudades, con unos planes que suponen la contratación de 7,000 personas (4,000 como auxiliares de profesores, 2,000 jóvenes dedicados a la vigilancia, 800 guardias jurados, 100 enfermeras y 100 consejeros educativos) además de que la Gendarmería vigile más de 200 centros escolares y se habiliten 350 aulas para alumnos con problemas de integración.

En nuestro país parece que la violencia es más extraescolar, muchas veces protagonizada por muchachos que no van a clase y casi siempre relacionada con la movida a altas horas de la madrugada, El alcohol excesivo, el uso de drogas de síntesis en los lugares de ocio juvenil tiene bastante que ver con estas conductas conflictivas y – lo que es más lamentable – desintegradoras para el desarrollo de la personalidad de esos chicos. En ocasiones esta violencia está organizada en bandas urbanas que añaden a la mala conducta una orientación, más visceral que ideológica, de lucha, reivindicación más o menos xenófoba o sectaria. En el fondo de estos problemas hay múltiples carencias que tienen en la familia la mayor carga de la causa. Hijos que ven poco a sus padres, o que ven a padres a su vez violentos o desestructurados, Poca vida de familia, excesos de sustitutivos para las relaciones domésticas: mucha televisión, walkkmans que aislan, comecocos que como su propio nombre indica comen el coco, desorden, falta de disciplina mínima…En fin, son chicos que crecen sin conocer los límites, inmaduros caprichosos a los que no se les han enseñado los valores de la convivencia, el sacrificio, el trabajo…incluso que no se les hace capaces de valorarse y quererse a sí mismos como personas humanas y las más de las veces presentan cuadros psicopatológicos de frustración, desesperanza, y autodesprecio.

A su vez los padres se sienten, en muchas ocasiones, incapaces de educar a sus hijos en un ambiente social en el que campan a sus anchas – sobre todo a través de la televisión – la violencia, las promiscuidad sexual – la escena de propaganda televisiva gubernamental de la mamá que recomienda a su hija llevar el casco de la moto y el preservativo es una invitación a abrirse la cabeza, como se la abren por miles en las madrugadas del fin de semana, y a que se abran también otras partes del cuerpo para acabar tantas veces en embarazos prematuros y abortos adolescentes – , el mal entendido “progresismo” a base de continuas dejaciones…Y los políticos mientras tanto inauguran narcosalas y piden sexosalas, repartiendo píldoras del día después y condones en los colegios…Eso sí, luego vienen las circulares que presionan a los profesores para que mantengan el orden en aulas y pasillos, que se enfrenten al navajero, que se peleen con unos padres que defienden las conductas espantosas de su “cielo” de hijo… En fin, a ellos siempre les quedará el recurso de pedir la baja por depresión, pero esos chicos ¿a dónde van?. ¿Esto es progreso?

Angel García Prieto, “La angustia de nuestros niños opositores”, PUP, 28.VI.01

En la consulta psiquiátrica de los últimos años se viene observando un fenómeno nuevo, relativo a los problemas de ansiedad y depresión en niños y adolescentes, que se caracteriza por el progresivo aumento del número de casos y por la posible relación de su causa con el esfuerzo en conseguir el éxito escolar.

La simple observación clínica indica que los chavales sufren más tensiones psíquicas que años atrás, o al menos son traídos a las consultas especializadas con una mayor frecuencia. Se ve que algunos – tanto chicas como chicos – comienzan a manifestar síntomas de ansiedad y depresión en los cursos medios del bachillerato, con manifestaciones de obsesión, desasosiego, irritabilidad, insomnio y tristeza, sobre todo en las épocas de exámenes o en relación más o menos directa con las actividades escolares. La mayor parte de las veces se trata – además – de muchachos muy responsables, con notas buenas o excelentes, que parecen no conformarse con un rendimiento normal en sus tareas escolares.

Naturalmente, en el origen de estos trastornos- que denominamos técnicamente como reactivos o adaptativos – influyen muchas razones de tipo congénito, caracterológico, físico o familiar, pero todo parece indicar que hay un importante factor socioambiental de reciente aparición que ha multiplicado la presencia de estas afecciones psíquicas: la competitividad.

Nuestros chavales conocen, de un modo más o menos racional o explícito, que tienen que estudiar no sólo para saber, sino también para aprobar y lo que es peor para conseguir mejores calificaciones que los demás. Los niños, ya desde pequeños, opositan, luchan para encaramarse en las listas de resultados escolares, porque de la nota media va a derivarse su posterior admisión en tal universidad, facultad o centro de formación. Esta competencia se extiende a otras actividades, y se preparan también para ser mejores en el deporte, la música, el aspecto físico o las habilidades recreativas y de afición…

La perspectiva de muchos años por delante, sometidos al esfuerzo de esta competición, acaba con los nervios de un porcentaje cada vez mayor de adolescentes – a veces incluso niños aún – que son demasiado conscientes de su autoexigencia y responsabilidad y que no saben, o se olvidan, que lo primero es vivir tranquilos y tratar de ser felices.

Nadie, ninguno, podrá conseguir ser un buen estudiante si antes no es capaz de sentirse medianamente en paz consigo mismo. No se puede ser profesional antes que persona. Y es misión de los padres y educadores irles haciendo comprender que antes que estudiantes tienen que ser niños; que antes de sacar buenas notas tienen que aprender a sonreir, a jugar, a ser felices. Es misión de toda la sociedad frenar esta espiral de competitividad y velar para que nuestros niños lleguen a ser personas, no suicidas, ni monstruos.

Angel García Prieto, “Narciso o la necedad de enamorarse de sí mismo”, PUP, 10.I.01

La mitología griega se encarga de avisarnos, a través del símbolo, la poesía, el drama y tantas otras bellas maneras de expresión, de los problemas y dificultades que acechan a nuestra existencia. No ha estado nada contenida a la hora de manifestar las diversas formas de insensatez que cualquier humano es capaz de personalizar. El ejemplo de Narciso tiene en la actualidad una vigencia clamorosa: personas perdidamente enamoradas de sí mismas, que se creen el centro del universo, algo que con bastante frecuencia desemboca en una grave patología existencial y médica. Narciso es un niño gracioso, guapo. Hijo del río Cefiso y de la ninfa Liríope, está muy pagado de sí mismo y desprecia las atenciones de los demás. La preocupación materna lleva a Liríope a preguntar al ciego Tiresias si su hijo vivirá mucho tiempo. Y la respuesta del sabio no se hace esperar: “Sí, siempre que no se mire a sí mismo”. Las palabras de Tiresias no fueron comprendidas en aquel momento, y cayeron en el olvido. Pero el paso del tiempo y la insensibilidad del muchacho al amor y cariño de los demás fueron creciendo en Narciso, hasta el preciso momento en que un buen día de mucho calor el joven se acercó a una fuente para refrescarse. Allí reparó en su figura reflejada por el agua y se enamoró tan perdidamente de sí mismo, que quedó días y días en una postura de autocontemplación, hasta olvidarse de comer y llegar a la soledad y la muerte. Incluso, cuando fueron a recoger su cadáver para quemarlo en la pira funeraria, había desaparecido. Eso sí, en su lugar apareció una flor de color azafrán con una corola de pétalos blancos…