Mantener el buen humor

Tomás Moro, al llegar al pie del cadalso, no perdió su habitual serenidad y sentido del humor. Le dijo al alcalde: “Ayúdeme a subir, que ya me las arreglaré para bajar solo.” Y al verdugo: “Anímate, hombre, y no temas en cumplir tu oficio. Corto es mi cuello: procura no darme un tajo torcido. Aparta mi barba, sentiría que la cortases. Ella no es culpable de alta traición”.

Erasmo decía sobre Tomás Moro: “El hombre que se adapta tanto a la seriedad como a la broma y cuya compañía resulta siempre agradable, ése es el hombre que los antiguos llamaban: “omnium horarum homo”, un hombre para todas las horas”.

Jonás y la ballena

Una niña estaba hablando de las ballenas a su maestra. La profesora dijo que era físicamente imposible que una ballena se tragara a un ser humano porque aunque era un mamífero muy grande su garganta era muy pequeña. La niña afirmó que Jonás había sido tragado por una ballena. La profesora le repitió con ironía que una ballena no podía tragarse a ningún humano, pues físicamente era imposible. La niña contestó: “Cuando llegue al cielo le voy a preguntar a Jonás”. La maestra le preguntó: “¿Y qué pasa si Jonás se fue al infierno?”. La niña contestó: “Entonces tendrá que preguntarle usted”.

El hilo rojo

Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando. No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad. Pensé que debía adentrarme en el misterio de tantas personas que quizá no nos buscan como el señor del hilillo, pero nos necesitan.

Bruno de Stabenrath: A los 35 años irrumpió el dolor en su vida

Pido perdón por hablar de mí mismo. Pero son mis circunstancias personales las que motivan este artículo. Acabo de salir del hospital tras una operación. La convalecencia está resultando bastante molesta y dolorosa. En esta tesitura uno comprende mejor que haya mucha gente que no le encuentre sentido a la enfermedad, al dolor y al sufrimiento. Estando en estas cavilaciones, leí la contra de La Vanguardia del día 27 de este mes de enero. Es una entrevista que hace Ima Sanchís a Bruno de Stabenrath, antiguo actor, músico y guionista. A consecuencia de un accidente de coche a los 35 años cambió su vida. Ha escrito un libro, “Al galope”, sobre su experiencia. De la entrevista entresaco algunos párrafos que ciertamente tienen bastante enjundia: —“Soy tetrapléjico. Mis piernas no responden y la musculatura de los brazos y los dedos está muy disminuida. Soy muy dependiente, no puedo mover la silla por la calle, no puedo cocinar, ni vestirme, ni atarme los zapatos”.

—“Tengo contratadas a dos personas que se turnan para ayudarme. La mayoría de los tetrapléjicos no pueden pagar esos salarios y malviven en centros esperando la muerte. Yo al principio deseé morir”.

—“Estuve un año en el hospital, sólo podía mover la cabeza. Me abandonó la alegría de vivir, la salud y el deseo”.

—“Me había dado cuenta de que en la vida hay cosas que decides por propia voluntad, pero que hay algo que se te escapa por completo y que es el misterio humano. Me puse en contacto con los hermanos de Saint Jean y recuperé la oración. Mi interlocutora preferida es la Virgen María”.

—“El amor que he sentido, de gente inesperada, ha hecho que mi vida cobrara un sentido”.

Al final de la entrevista, cuando la periodista le pregunta qué ha aprendido, responde: —“A despojarme de cualquier ambición; he tomado conciencia de que no estamos solos, de que quizá la respuesta viene de los demás. Me siento feliz porque mi sufrimiento físico no deja espacio a cuestiones intrascendes que antes me consumían. Ahora voy a lo esencial”.

Al leer esto último me acordé de lo que escribió un gran pensador francés, Gustave Thibon: “Cuando un hombre está enfermo si no se encuentra esencialmente rebelado, se da cuenta de que cuando estaba sano había descuidado muchas cosas esenciales; que había preferido lo accesorio a lo esencial” Después de lo anterior se despertó mi curiosidad sobre el sentido del dolor y de la enfermedad y empecé a indagar en otros autores. Esto es lo que he encontré: Dice Víktor Frankl el célebre psiquiatra judío que estuvo internado en un campo de concentración nazi: “El hombre que no ha pasado por circunstancias adversas, realmente no se conoce bien”.

El gran escritor inglés, amigo de Tolkien, C: S: Lewis, afirma: “El dolor es el megáfono que Dios utiliza para despertar un mundo de sordos”.

Y una persona bien experimentada en el dolor tras 50 años de atender enfermos, y él mismo víctima de un cáncer, el Dr. Ortiz de Landázuri, expresaba a este respecto: “La enfermedad siempre nos enseña muchísimo. Es el camino que nos conduce a Dios. Es uno de los caminos más importantes para llegar a ese encuentro… y al final, uno lo agradece”.

Finalmente tenemos lo que señala Juan Pablo II en la Carta “Salvifici Doloris”: “Para percibir la verdadera respuesta al porqué del sufrimiento, tenemos que volver nuestra mirada a la revelación del amor divino, fuente última del sentido de todo lo existente. El amor es también la fuente más rica sobre el sentido del sufrimiento que es siempre un misterio”.

Creo que la experiencia que nos cuenta Bruno de Stabenrath, confirma la veracidad de todos los testimonios anteriores. Y que yo no tengo motivos para quejarme y sí mucho que aprender del misterio del dolor.

Federico Gómez Pardo www.PiensaunPoco.com

Convertido por una frase del Papa

París. Parque de los Príncipes. Un universitario logra acercarse al Papa y le grita: “Santo Padre, soy ateo, ¡ayúdeme!”. El Papa se le acercó. Hablaron a solas unos instantes. De regreso a Roma, Juan Pablo II recordó a ese chico y le dijo a don Estanislao: “Pienso que quizá podía haberle ayudado mejor. Quizá todavía se puede hacer algo por él”. Escribieron a París. La respuesta fue algo así como “lo intentaremos pero va a ser más difícil que encontrar una aguja en un pajar”. Sin embargo, al final se localizó al muchacho y le dijeron: “El Papa quiere que sepas que reza diariamente por ti y está preocupado porque quizá no resolvió tu problema”. Aquel muchacho explicó que al salir de allí fue a una librería y compró un Nuevo Testamento, como el Papa le había dicho…, “y nada más abrirlo, encontré la respuesta que buscaba. Díganselo al Papa. Ya me preparo para mi bautismo”.

Tomado de Miguel Angel Velasco, “Juan Pablo II, ese desconocido”, p.56.

Descubrir al que sufre

Edith Zirer es judía y en 1995, cuando contaba este relato, tenía 66 años. En 1945 fue liberada por los soldados rusos después de pasar tres años en campos de concentración y haber perdido a su familia. Dos días después llegó a una pequeña estación ferroviaria. “Me eché en un rincón de una gran sala donde había docenas de prófugos. Wojtyla me vio. Vino con una gran taza de te, la primera taza caliente que probaba en unas semanas. Después me trajo un bocadillo de queso. No quería comer, pero me forzó levemente a hacerlo. Luego me dijo que tenía que caminar para poder subir al tren. Lo intenté, pero caí al suelo. Entonces me tomó en sus brazos y me llevó durante mucho tiempo, kilómetros, a cuestas, mientras caía la nieve. Recuerdo su chaqueta marrón y su voz tranquila que me contaba la muerte de sus padres, de su hermano, y me decía que él también sufría, pero que era necesario no dejarse vencer por el dolor y combatir para vivir con esperanza. Su nombre se me quedó grabado para siempre”.

Tomado de Miguel Angel Velasco, “Juan Pablo II, ese desconocido”, p.20.

Saber mirar a nuestro alrededor

El drama de un desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iban viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en le instante de reventarse contra el pavimento había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena ser vivida.

Relato de Gabriel García Márquez

Ser un héroe o morir

Rubén González Gallego nació sin extremidades y fue abandonado por sus padres. Le tocó vivir en un orfanato soviético. Casi nada. Cuando te compadezcas de tu suerte piensa en que otros muchos, como él, no han tenido la suerte que tú has tenido.

Soy apenas un pequeñín. Noche. Invierno. Necesito ir al baño. Es inútil llamar a la cuidadora.

La única solución es arrastrarme hasta los lavabos. Lo primero es salir de la cama. Es posible; a mi solito se me ha ocurrido el modo de hacerlo. Me arrastro hasta el borde de la cama, me doy la vuelta hasta quedar apoyado sobre la espalda; me dejo caer. El golpe contra el suelo. El dolor.

Me arrastro hasta la puerta del pasillo, la empujo con la cabeza y salgo de la habitación, relativamente tibia, al frío, a la oscuridad.

Por la noche, dejan abiertas las ventanas del pasillo. Hace frío, mucho frío. Estoy desnudo.

El trayecto es largo. Cuando paso por delante de la habitación donde duermen las niñeras, en voz alta pido ayuda y con la cabeza doy golpes contra la puerta. Nadie responde. Grito. Silencio. Acaso mis gritos no tienen fuerza suficiente para despertarlas.

Cuando llego al baño estoy totalmente helado.

En el baño las ventanas están abiertas. En el borde de la ventana hay nieve.

Llego hasta el orinal. Descanso. Necesito descansar antes de emprender el camino de vuelta. Mientras lo hago, la orina empieza a helarse por los bordes.

Me arrastro de vuelta. Llego a mi habitación. Con los dientes, tiro sobre mí la manta de la cama, me envuelvo en ella como puedo y trato de dormir.

Soy un héroe. Ser un héroe es fácil: si no tienes brazos ni piernas, eres un héroe o estás muerto. Si no tienes padres, confía en tus brazos y en tus piernas. Y hazte un héroe. Pero si no tienes extremidades y además te ha caído en suerte nacer huérfano, ¡no hay duda!: estás condenado a ser un héroe hasta el final de tus días. O a palmaría. Yo soy un héroe. Simplemente no me queda otro remedio.

Tomado de “Nueva Revista”, marzo-abril 2002.

Torpes y agonizantes

La ballena azul está desapareciendo por culpa del ser humano, pero el hecho de verse sometida a su brutal depredación no impide que las formas naturales de exterminio se sigan produciendo. Las orcas, unos cetáceos carnívoros, que cazan como los lobos, en manada, atacan también a las ballenas y lo hacen con una crueldad que convierte a cualquier arpón en un arma de la misericordia. Las orcas localizan una ballena solitaria, la rodean y acompasan su nadar al suyo, incluso salen a tomar aire a la vez que su majestuosa víctima. Navegan a ambos lados y van arrancando de ella a dentelladas enormes trozos de carne. La ballena no puede hacer otra cosa sino seguir nadando, incapaz de huir de la jauría asesina. El mar se va tiñendo de rojo, mientras la manada de orcas sigue mordiendo con furor, en un terrible festín sobre un ser vivo que aún respira. Las manadas de orcas –veinte, treinta– jamás podrán devorar por completo a su presa: pueden saciarse cuando ya han arrancado de ésta cuatro o cinco toneladas de carne. Y la enorme ballena azul sigue nadando, torpe y agonizante. Muchas veces en nuestra vida, por nuestra culpa, por dejarnos cercar por el peligro, acabamos como esas ballenas, pesadas y torpes, a merced de los mordiscos de las tentaciones.

Eugenio Zolli: La conversión del Gran Rabino de Roma

Israel Zoller (Zolli es la italianización del apellido) nació en la Galizia polaca en 1881, último de una familia de cinco hijos. En 1904, el joven marcha a Viena para seguir la carrera de rabino, fiel a la tradición familiar, ya que por vía materna se habían sucedido antepasados rabinos durante más de dos siglos. Acabará los estudios en Florencia y conseguirá la plaza de vicerrabino de Trieste. En 1918, es nombrado rabino jefe de la ciudad, cargo que ocupará hasta su traslado a Roma y que hará compatible con su tarea docente como profesor de lengua y literatura semíticas en la Universidad de Padua.

En aquellos años, la idea de la conversión no se le pasaba ni tan siquiera por la cabeza. Todas las tardes se limitaba a abrir por donde cayera la Escritura, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, para meditar. Fue así como la persona de Jesús y sus enseñanzas se le hicieron familiares, sin que ningún prejuicio se interpusiera ni le diera el gusto de lo prohibido. El fruto fundamental de sus años de Trieste será la obra El Nazareno (1938), un estudio lingüístico y etimológico en el que realiza una exégesis metódica del Evangelio a la luz del Antiguo Testamento.

“Nadie ha tratado de convertirme –relataba algunos años después–. Mi conversión ha sido una lenta evolución interior. Desde hace años, y yo mismo lo ignoraba, mis escritos tenían ya un carácter tan cristiano que un arzobispo dijo de El Nazareno: ‘todos podemos equivocarnos, pero por cuanto puedo juzgar, pienso que podría firmar yo mismo ese libro’”.

Los rumores de guerra hicieron que el eco del libro fuera limitado. Durante esos años, Zolli había ayudado a los hebreos que dejaban la Europa central para trasladarse al futuro Israel. Sus contactos y el conocimiento de la lengua alemana favorecían que contara con informaciones de primera mano sobre el peligro que se acercaba. En 1935 envió una carta al rabino jefe de Roma, Angelo Sacerdoti, sobre los “actos inhumanos” cometidos contra los hebreos en Alemania, para que informara a Mussolini. El Duce dijo que protestaría ante el embajador alemán. Sea lo que fuere, lo cierto es que en 1938, cediendo a las presiones nazis, también en Italia se introdujeron leyes racistas. Zolli protestó públicamente y el gobierno como represalia le quitó la nacionalidad italiana.

Fue en ese contexto en el que le ofrecieron el puesto de rabino jefe de Roma. La comunidad hebrea de la capital (de la que el rabino era un empleado a sueldo) estaba dividida entre filofascistas y sionistas. Tal vez la fama de persona independiente y profundamente religiosa que se había ganado Zolli en esos años influyó en la elección. Sus dos interlocutores fueron Dante Almansi, presidente de las comunidades israelitas de Italia, que había sido jefe de la policía fascista y tenía buenos contactos con el régimen, y Ugo Foà, presidente de la comunidad hebrea de Roma.

Los primeros meses de la estancia de Zolli en Roma se caracterizaron por la defensa de los hebreos ante las leyes antisemitas. La situación, sin embargo, precipitó en septiembre de 1943 con la llegada de las tropas alemanas a la capital italiana. Después de los años pasados en Trieste, Zolli tiene experiencia: advierte a Almansi de que es preciso proteger a la población judía, pero éste sostiene que el día anterior un ministro le había asegurado que no había de qué preocuparse y que no convenía alarmar a la gente.

La respuesta vino pocos días después. El 10 de septiembre, el ejército nazi controla Roma. Un comisario de policía, de sentimientos antifascistas, aconseja a Zolli que se esconda, ya que –como se vio en Praga en esas mismas fechas– la primera víctima entre los hebreos solía ser el rabino.

El 26 de septiembre, el comandante Herbert Kappler impone a los judíos de Roma el pago de cincuenta kilos de oro, en un plazo de 24 horas, como rescate para no deportar a una lista de trescientas personas. La comunidad hebrea consigue reunir treinta y cinco kilos. Los presidentes Almansi y Foà piden a Zolli que acuda al Vaticano para pedir ayuda. Así lo hace –aunque sobre su cabeza pesaba una recompensa de 300.000 liras–, y recibe una respuesta positiva. Al final, los quince kilos del Vaticano no harán falta porque se habían conseguido por otras vías (incluidas, según se escribe, las de algunas casas religiosas y párrocos).

En esas semanas Zolli tuvo un encuentro con Foà en el que presentó un plan práctico para dispersar a los judíos de Roma. La acogida no pudo ser más fría: “Si hay que tomar decisiones, las tomaré yo con mi consejo –respondió Foà–. De momento no se ha decidido nada. Vaya a comprar un poco de valentía en la farmacia”. Años después escribirá Zolli: “Se me había concedido el don de ver sin poder actuar; y a otros, el poder de actuar sin poder ver”.

El oro, desde luego, no sirvió para nada, pues el 16 de octubre comenzaron las deportaciones, que sólo se frenaron por intervención de Pío XII. Zolli, que podía haberse exiliado fuera de Italia, vivió nueve meses en la clandestinidad, huésped de familias amigas, al igual que su mujer Emma y su hija Miriam (la otra hija, Dora, fruto de su primer matrimonio, no corría peligro por estar casada con un “ario”).

En febrero de 1944, la comunidad hebrea lo destituye como rabino, pero en junio los aliados lo ponen de nuevo al frente de la sinagoga. Allí permanecerá solo unos meses, pues en otoño presenta la dimisión por motivos personales. Y es que el día de Yom Kippur, durante la ceremonia en la sinagoga, había oído una voz interior que le dijo: “Estás aquí por última vez. Desde ahora, me seguirás”. Ya en los meses anteriores había meditado dar el paso del bautismo, pero no quiso hacerlo durante la persecución nazi.

La noticia del bautismo de Zolli causó enorme estupor (su mujer se bautizó el mismo día y su hija Miriam, que superaba ya la veintena, lo hizo un año después). La sinagoga de Roma decretó varios días de ayuno como expiación. El paso había dejado a Zolli literalmente en la calle: a los 65 años y sin casa ni sueldo. El futuro cardenal Dezza le ofreció un puesto de docente en el Pontificio Instituto Bíblico, de la Universidad Gregoriana.

Tal vez el mensaje principal de Zolli que se desprende de la lectura de su vida es precisamente la conexión que existe entre la Sinagoga y la Iglesia: “La Sinagoga era una promesa y el Cristianismo es el cumplimiento de esa promesa. La Sinagoga indicaba el Cristianismo; el Cristianismo presupone la Sinagoga”. Por eso, a pesar de la hostilidad que encontró en ambientes judíos, se preocupó por mejorar las relaciones entre hebreos y católicos: es suya, por ejemplo, la primera iniciativa que llevaría a suprimir de la liturgia del Viernes Santo, en 1961, la expresión “pérfidos judíos”: dio como razón que pocos entendían ya su significado original de “judíos incrédulos”.