Debates serios, sin polarizaciones ideológicas

Quien conozca un poco a fondo los debates sobre derechos y libertades en la enseñanza sabe bien que no son cuestiones sencillas ni obvias. Y sabe también que con facilidad se constituyen bloques ideológicos en los que apenas hay apertura a las ideas de otros sino una simple defensa poco meditada de los estereotipos que tradicionalmente se han alineado en uno u otro lado.

Quizá por eso en educación importa especialmente reconocer la complejidad de las cosas y evitar la tendencia a simplificar las opiniones de otros para rebatirlas fácilmente. No suele haber respuestas sencillas para problemas difíciles. Y en educación tampoco suele haber cuestiones sencillas ni respuestas fáciles.

Todos debemos ser personas comprometidas con la educación, personas con un profundo sentido social, que dedican grandes esfuerzos al servicio de la educación de las jóvenes generaciones, conscientes de la enorme responsabilidad que con ello asumimos.

Necesitamos seguridad jurídica para hacer proyectos ambiciosos a largo plazo que añadan valor a la educación en nuestra sociedad. Necesitamos seguridad para poder hacer planes a largo plazo sin estar temiéndonos la enésima reforma política de la educación. Necesitamos que cada reforma no haga tierra quemada con lo anterior. Necesitamos que no se legisle contra nadie, porque nadie sobra en educación, hacemos falta todos, hay que sumar todas las fuerzas y desenmascarar a los que buscan beneficios personales dividiendo a los que trabajamos por la educación, una estrategia verdaderamente infame.

Establecer frentes es equivocar el enemigo. El enemigo es el fracaso escolar, el abandono escolar, los modestos resultados en las evaluaciones internacionales, las clases mal impartidas, la mala atención a los alumnos o familias, el empleo ineficiente del dinero público, un dinero que es de todos y no de quien lo administra. No es tiempo ya de descalificaciones simples que solo descalifican a quienes las hacen. No es tiempo ya de enfrentar a pública y concertada en vez de afrontar los verdaderos problemas que cada uno tenemos. Todos sabemos que esos elevados índices de fracaso escolar y abandono temprano generan múltiples problemas sociales, muy dolorosos y muy bien conocidos por quienes trabajamos en el mundo de la educación.

La educación en España tiene muchos problemas. Basta con ver unos cuantos de los principales indicadores internacionales. Es preciso admitirlo y no negar la realidad. Tenemos que dar ejemplo de unidad ante esos problemas. Juntos podemos mejorar la educación. Lo que no debe haber son luchas de egos, disputas por ridículos protagonismos políticos o sociales, estrategias que se alimentan de resentimientos o revanchismos.

Hay que estar dispuestos a ceder todos un poco, por amor a la educación. Es necesario para desmarcarse de retóricas vacías. Para pactar no hace falta que todos pensemos lo mismo. Basta un poco de amor por la pluralidad, un poco de respeto a la diversidad y un poco de tolerancia y de espíritu democrático. Saber trabajar con los que piensan diferente sin pretender su progresiva exterminación. Confiar en los demás para otorgar más autonomía. Estar dispuestos a ser evaluados para rendir cuentas del dinero (público o privado) que recibimos, de la autonomía que nos dan.

Quizá parece que hablo demasiado de alcanzar acuerdos. Cada día que pasa veo más necesario hacerlo. Veo cómo se producen debates ficticios sobre problemas inexistentes. Y, al mismo tiempo, cómo se orillan los problemas reales. Todo por ese frentismo del que hemos hablado. Por buscar en el otro las causas de los problemas en vez preocuparse en cómo mejorar cada uno: cada alumno (es importante no dejar de nombrarlo en primer lugar, pues es quien debe tomar las riendas de su recorrido personal), cada familia, cada profesor, cada centro, cada administración educativa, cada responsable político.

Hay bastante coincidencia en lo principal. Renunciemos a victorias políticas en detalles que son un flaco servicio a la educación. No añadamos problemas nuevos inventando conflictos que ya han sido resueltos pacíficamente y no obligan a nadie. No queramos imponernos sobre la voluntad de las familias cuando desean acudir a un centro o a otro. Busquemos un modelo plural, abierto, tolerante. Es lo que demanda nuestra sociedad y lo que espero que todos sepamos hacer.

Debemos centrarnos en un mensaje y un enfoque siempre proactivo, de clara esperanza, de esfuerzo, de superación. Centrarnos en un relato que resulte realmente inspirador para toda la comunidad educativa, lograr entre todos prestigiar la figura del educador, trabajar desde la familia para que el profesorado tenga cada vez mejor consideración y reconocimiento social. Un empeño de todos que permita atraer el mejor talento para la educación.

Insistiría en eso, en que debe atraer a los mejores. Tenemos que hacer ver a toda la sociedad la importancia que tiene dar una mejor formación a la siguiente generación. Los que tenemos cierta edad hemos sido testigos de innumerables avances científicos y técnicos, de un gran desarrollo social. No podemos fracasar en la educación de la nueva generación, de quienes tomarán nuestro relevo. Tenemos que trabajar todos ─familias, profesores, alumnos, autoridades educativas y toda la sociedad─ con un profundo sentido de servicio, con una gran conciencia de nuestra responsabilidad en la transmisión de valores democráticos, éticos, ciudadanos, de convivencia. Tenemos que poder mirar a la cara a la gente y decirles que ponemos la educación en primer lugar, que queremos servir a los intereses de nuestra sociedad y que tenemos un papel importante en ayudar a las nuevas generaciones a estar a la altura de los grandes retos que tenemos en el horizonte.

Alfonso Aguiló, “Educar en una sociedad plural”, Editorial Palabra, 2021

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