Los jóvenes europeos y la religión: Los padres dejaron la religión, sus hijos la redescubren.
Aceprensa, “Cuando falla la ética se evapora la confianza”, 17.VII.02
El descubrimiento de escándalos financieros e irregularidades contables en grandes empresas de EE.UU. ha creado un clima de desconfianza entre los inversores y ha provocado la caída de altos directivos. También ha dado lugar a un debate sobre los factores que han minado la ética empresarial.
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Alfonso Sanz, “Custodiar el tesoro del celibato”, Palabra, IV.01
El don divino del amor célibe requiere una respuesta cotidiana de fidelidad.
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José Ignacio Moreno, “La filosofía, una ciencia práctica”
El nombre filosofía es de una actualidad siempre nueva. No es fácil sustituir el nombre de filosofía por otro sinónimo porque filosofía significa amor a la sabiduría. Definir la sabiduría es algo atrevido, pero atractivo. Pretendo acercarme un poco a esta noción de un modo práctico y relativo a lo que he visto. Me parece que ser sabio es ser feliz; o, mejor dicho… intentar serlo. A la sabiduría la he visto más o menos encarnada en algunas personas distintas pero con un núcleo común: me parece que son mujeres y hombres felices y capaces de hacer felices a otros. Tienen también otros factores comunes: son gente práctica, laboriosa, con sentido común, paz, guasa, abnegación, fe, y -sobre todo- un amor maduro que se manifiesta en estar en las cosas de los demás de un modo simpático e ilusionado, sabiendo exigir cuando hace falta.
Es por lo que pienso que sabiduría es amor maduro, es decir: amor que sabe lo que es el sacrificio y cuenta con el dolor. En este sentido filosofía es querer alcanzar este tipo de actitud. Así vista la filosofía es algo que puede ser asumido por cualquier tipo de persona con una profesión honrada.
¿Qué pasa entonces con lo que comunmente se entiende por filosofía? Miles de razonamientos sobre lo que es la verdad y la mentira, qué sentido tiene la vida y la muerte, qué es moral o qué no lo es. Tienen el valor de buscar lo verdadero y procurar desmantelar lo falso porque no se puede amar sin conocer. Sin embargo alguien podría decir, con razón, que son muchas y muy distintas, incluso contrapuestas, las filosofías que han existido y existen. Es más, esta diversidad es con frecuencia presentada como cargo contra el estatuto científico de la filosofía. ¿Qué escoger? ¿Quién dice la verdad?… Pienso que hay que ser prudente: ayudarse por personas que merezcan nuestra confianza, dejarse asesorar, y ejercitar luego la libertad personal, porque la filosofía es una ciencia donde interviene de modo muy especial la voluntad. ¿Quién dice que se puede ser feliz a pesar de las cosas duras? ¿Quién fundamenta un auténtico sentido del humor que no sea ácido ni tonto? ¿Quién afirma que la felicidad pasa a través de los que me rodean y que esto no es una tontería?… Cada uno es quien ha de elegir una respuesta positiva y, si no quiere ser un renegado de la existencia, procurar vivirla. Conviene tener los suficientes resortes intelectuales y de voluntad para incrementar las propias convicciones hechas vida con un talante, dispuesto a rectificar, abierto al diálogo pero descubridor de errores y desviaciones, presentadas en ocasiones de modos muy sugerentes. Es una tarea antigua y novedosa.
Pienso que este es el valor de la filosofía como tarea intelectual: ayudar a vivir una vida lograda, una vida verdaderamente humana, una vida feliz. No son las luces por las sombras, sino al revés y siempre es una tarea actual, en el paisaje de la existencia, detectar dónde hay ceguera y dónde visión.
José Ignacio Moreno, “Ideas sobre la dignidad humana”
1. La sabiduría de Nelson Horatio Nelson fue un conocido almirante inglés que vivió entre los años 1758 y 1805. Tuvo mala salud y llegó a perder un brazo en un combate. Sin embargo era un genio militar. Cuentan de él que, en medio del fragor de las batallas, bajaba a su camarote y abría un misterioso cofre. Rápidamente volvía a subir y, renovado en su ánimo, continuaba dando órdenes muy eficaces. Tras su muerte unos compañeros suyos se decidieron a abrir el misterioso cofre. Contenía un papel en el que estaban escritas estas palabras: “izquierda, babor; derecha, estribor”.
Tantas veces la sabiduría está en no olvidar las cosas más sencillas, incluso las perogrulladas. Es difícil que alguien diga que esto son letras y que no lo son al mismo tiempo y en el mismo sentido. Pero…aquella jugada de fútbol decisiva…¿fue penalty?; lo que le he dicho a esta persona…¿está bien?…o: ¿puedo encontrar una razón verdadera para romper este compromiso?…No siempre las respuestas son fáciles aunque quizás en muchas ocasiones las dificultades provienen de que nuestros intereses o nuestra voluntad no coincide con la realidad de las cosas. No es una cuestión únicamente de inteligencia sino también de voluntad.
Las personas humanas a veces buscamos el término medio en lo que ya es un extremo, pero por mucho que nos afanemos eso no será nunca una virtud. Con tesón equivocado buscamos en ciertos momentos la cuadratura del círculo pero si somos más sencillos caemos en la cuenta de que esto es imposible o absurdo.
Así las cosas puede parecer que las reglas de la realidad un poco o bastante aguafiestas frente a los sueños de nuestra imaginación. A veces tal vez sí; pero otras no. Quisiera destacar una y una muy importante. Recuerdo la penetrante pregunta de un antiguo alumno mío: ¿por qué la vida no puede ser absurda? …Es cierto que ocurren cosas a las que no siempre sabemos encontrarles una respuesta: millones de personas sumidas en la pobreza, jóvenes o niños que encuentran la muerte de súbito, graves injusticias o, algo más cotidiano, la propia fealdad interior o exterior. Todo esto puede parecernos más o menos absurdo pero “la vida no puede ser totalmente absurda por la misma razón que un círculo no puede ser cuadrado”. Esta regla férrea de la no contradicción nos libera de la inquietud del absurdo y nos da una base andadera sobre la que avanzar con un sentido.
2. Resulta que es al revés Entre 1616 y 1633 tuvo lugar el famoso proceso de Galileo. Lo que tal vez no sepas es que la junta de teólogos astrónomos que juzgó las tesis de Galileo también sospechaban que era la tierra la que giraba alrededor del sol. Pero no tenían las pruebas suficientes y la matemática de Galileo estaba equivocada. Sobre el caso Galileo, Walter Brandmüller publicó un interesante libro titulado “Galileo y la Iglesia”. Lo he recordado ahora porque “realmente nos parece que desde el alba hasta el ocaso es el sol el que gira alrededor de nosotros y, sin embargo, resulta que es al revés”. Esta observación, que durante miles de años tenía la seguridad de una evidencia, se repite en otros órdenes de la vida: si escuchamos nuestra propia voz grabada en una cinta nos parecerá extraña; quizás si nos grabaran en vídeo durante un día nos resultaría francamente curioso.
La verdad de las cosas es anterior a nosotros y está fuera de nosotros; conviene no olvidarlo. Viktor Frankl ha afirmado en su best-seller “El hombre en busca de sentido” que es mejor plantearse la pregunta ¿qué espera la vida de mi?, en vez de ¿qué espero yo de la vida?…Desde luego no se trata de carecer de proyectos ni ilusiones, ni tampoco de tener un conformismo negativo, pero “hay que saber tomar la vida como viene y ser realistas para poder tener eficacia y fecundidad”. Chesterton escribió: “cuantas cosas se vuelven santas sólo con volverlas del revés”.
3. La originalidad Tal vez la originalidad tenga que ver con el origen. Y el origen nos puede recordar el lugar donde uno ha nacido, donde estaban los amigos de la infancia; en definitiva: la patria chica. Es un lugar entrañable. Allí uno se encuentra a gusto. Esta bien consigo mismo.
Hay niveles más profundos de encontrarse uno a sí mismo; de aceptarse -sin que esto suponga una claudicación por superarse-, de estar contento. Quizás sea ahí: en el conocimiento de nuestra naturaleza, en la madurez que supone saber algo sobre nuestras posibilidades y límites, donde uno puede lograr ilusión para hacer de sí mismo “un clásico”.
Quizás para ser un “clásico”, genio y figura, no hace falta poseer la intuición de Einstein o la imaginación de Spielberg, o el ritmo de los Beatles. Simplemente puede consistir en sacar fuera lo mejor de nosotros mismos. Tal vez todo sea tan sencillo como ser normal o ser natural. Pero…¿qué es ser natural? Actuar según nuestra naturaleza más verdadera. Explica Millán Puelles (1) que las personas estamos compuestas por una tendencia a abrirnos a la realidad y por otra tendencia a cerrarnos en nosotros mismos. De la pugna entre ambas surgirá el resultado de la propia vida. La tendencia a la apertura puede llamarse vocación profesional, afectiva, espiritual, etc; la clausura: egoísmo. Así la vocación es para algunos motivo de felicidad y para otros motivos de angustia.
Hay algo que a los humanos nos atrae como un poderoso imán: la alegría. Al entender la vida al revés sustituyendo la autorrealización o “egobuilding” por el servicio a los demás uno se libera de las autoritarias exigencias de su propio yo. Exigencias que pueden ser gigantes e irrealizables y, por tanto, sustituidas con el tiempo por la apatía o el peor conservadurismo: la cobardía de encerrarse en el anonimato.
Salir de uno mismo supone iniciar la aventura de acceder a una realidad que es anterior a mí; es disfrutar con la existencia de unas leyes previas a mí, en las que puedo descansar. Esta actitud ofrece resortes para afrontar los imprevistos de la existencia.
Posibilita abandonar la pesada carga de algunos proyectos personales que tal vez no sean necesarios. Cuando uno aprende a ponerse en su sitio también aprende a quererse mejor a si mismo.
4. Tu verdad “Hay verdades parciales porque hay Verdad máxima de modo análogo a que hay móviles porque hay una red”. Un teléfono que no tuviera conexión con el resto o insistiera en llamarse a sí mismo no sirve de mucho. Algo parecido nos ocurre a las personas. Tu verdad no es “tu verdad”…sino tú verdad relativa a la de los otros y a la Verdad primera que causa a todas.
Una antigua canción tonaba este estribillo “lo que soy es guapo”. Puede ser cierto, o no. Hay etapas en la que no nos cuesta nada aceptarnos; todo lo contrario: estamos muy orgullosos de nosotros mismos, tal vez con motivos poco fundados. Existen otros periodos en los que nos puede doler nuestra propia vida. Aceptar la penosa situación que atravesamos se nos revela como algo arduo y áspero. El realismo y el sentido común nos dicen que hay que seguir adelante, pero tal motivación no es por sí sola atractiva. Rechazamos el sinsentido y el puro azar como causa de lo que nos pasa por considerarlos motivos absurdos, irracionales e inhumanos. La familia, los amigos, la empresa -quizá en menor grado-, pueden ser puntos de referencia para proseguir la tarea de vivir.
Hay otra motivación más profunda que no sé si acertaré a expresar: nuestra vida es, ante todo, una llamada a la existencia, una biografía. Nadie hará por ti tu vida. En cualquier novela o película el protagonista encuentra dificultades, situaciones no previstas, difíciles, que tiene que afrontar. Sin ellas no habría ni encanto, ni atractivo, ni novela. Ninguno hemos elegido vivir sino que “hemos sido elegidos”; y es más ilusionante ser elegido para algo digno como es vivir, que elegir. Este es el motivo, como explicaba en sus clases el profesor Antonio Ruiz Retegui, por el que no cambiamos nuestra vida por la de nadie: porque nos ha sido dada con un sentido personal, no siempre fácil de descubrir, con una misión que solo cada uno puede cumplir.
5. Unidad en la pluralidad La unidad entre las personas que compran en unos grandes almacenes es por lo general una relación de interés y agregación. Sus relaciones son sobre todo utilitarias. La unidad entre los hinchas de un mismo equipo deportivo es algo más, comparten una afición: un interés no necesario. La unidad que se da entre los hombres de bien tras la liberación de un secuestrado que ha sufrido torturas es mucho mayor: las personas se alegran profundamente por la alegría de la persona que estaba siendo maltratada. Esta es una unidad por la que se quiere el bien de la otra persona. El hecho de que le hayan sido devueltas las condiciones propias de su dignidad crea en los demás un clima de unidad. Se comprende al otro porque de algún modo es igual a los demás. La persona es el ser capaz de comprender; de ponerse en el lugar del otro; de salir de si misma. Por esto, afirma Spaemann (2), la persona es un símbolo del absoluto.
Hay otro aspecto que no conviene olvidar: Lewis, al hablar de la amistad en su obra “Los cuatro amores” al hablar de la amistad afirma que cada amigo me revela parte de mi yo. La amistad no es sólo un lujo sino algo que nos engrandece; algo que nos hace ser más. La riqueza interior de cada uno depende de todos aquellos que le aprecian bien. Aquí hay algo muy importante: de alguna manera el otro está en el fondo de mí: su verdad está conectada a la mía, aunque ambas son distintas.
Si una mujer o un hombre viven rodeados de injusticias que afectan a otros y no hacen nada que esté a su alcance por evitarlas, sus propias vidas empiezan a perder sentido. Si trabajan por mejorar las condiciones de vida de sus semejantes comienzan a estar satisfechos: a estar a bien conmigo mismos, a ser felices. Tenemos mayor unidad interior, integridad y plenitud de sentido en la medida en que somos generosos.
6. Enfermedad y muerte No llevamos el timón de la realidad, ni siquiera totalmente el de nuestra propia vida pero aunque en el mar de la existencia haya tormentas que no entendemos no por eso carecen de un sentido que quizás más adelante podremos entender. Este es un punto importante para saber que “la vida es una verdad imperfecta en la que nos podemos realizar como personas”.
La enfermedad, especialmente la crónica, es una acompañante de camino bastante antipática, francamente desagradable y, en ocasiones, brutalmente ofensiva. Sin embargo resulta ser una catedrática de fina sabiduría y tras su rostro feo esconde un alma delicada y una tenaz entusiasta de nuestra mejora personal.
Cabalgar por las amargas estepas del insomnio o sentir la ácida y abotargada sensación de las jaquecas o el desaliento y el malestar no es algo solamente nefasto. El espíritu puede entonces sacar de la autosuficiencia dependencia, de la pedantería sencillez, de la torpeza comprensión, de la angustia paz, de la tragedia comedia. Empieza a entenderse la vida como regalo y al descostrarse nuestro egoísmo podemos volver a entender de un modo nuevo la actitud más básica y fundamental del hombre, tan frecuentemente olvidada: la gratitud.
El enfermo es para su familia fuente de contradicción e incluso de aburrimiento; pero en mucho mayor grado es causa de generosidad y de fraternidad. En especial cuando nuestro enfermo entra en fase terminal y fallece. Llega así un momento, un día radicalmente distinto, en el que uno va por primera vez detrás del coche funerario donde llevan a un ser muy querido. La insuficiencia de este mundo se manifiesta patente, nítida; pero no su sinsentido si se tienen ciertas referencias. Más todavía, como he visto, si la persona fallecida ha encarado su enfermedad y muerte con categoría humana, con plenitud de sentido y con amor a los demás. Tal actitud no aparece como absurda sino todo lo contrario: como la más noble, digna y verdaderamente humana. Su capacidad de transformar es poderosa. Verdaderamente la auténtica buena muerte, su aceptación llena de paz y de esperanza es toda una escuela para la vida.
7. La vida como regalo “Se trata de que no se vaya el santo al cielo sino que venga el cielo al santo”. Esta frase la decía un amigo mío en la mesa, señalando un magnífico postre en un día de fiesta.¡Cuanta razón tenía! Hoy parece que se ha acentuado el afán de disfrutar. Muchos buscan una auténtica cultura del “subidón”, un empeño por gustar sensaciones fuertes, potenciado y extendido por capitalismos mediáticos publicitarios. Es lógico querer pasarlo bomba; sin embargo el problema está en que curiosamente no se sabe vivir bien . Las prisas, la búsqueda del éxito y del dinero rápido, la aceleración como modo de vida puede que no sea, en el fondo, más que una huida hacia delante.
La exaltación de las emociones nocturnas no da respuesta a la realidad del trabajo cotidiano. Se vive con cierta histeria una única realidad en la que no se encuentra la unidad de sentido de la vida. Y esto se debe, como afirma Alfonso Aguiló (3) en alguno de sus artículos, a que se busca la felicidad donde no está y se ignora que para ser feliz lo que hay que modificar no es tanto lo de fuera sino lo de dentro de uno mismo.
Reflexionar en que uno ha nacido sin ningún mérito personal ni consulta previa es mucho más que una perogrullada: es la pura verdad que, sin embargo, olvidamos con mucha frecuencia. A pesar de los flagrantes males del mundo, de la enfermedad y del dolor moral, la vida sigue siendo una llamada, un regalo de valor incalculable. El bien suele ser más discreto y silencioso que el mal, pero mucho más sólido y fundamental…como lo es una madre buena. Lo que podemos hacer, en expresión de Julián Marías es “educar la mirada” y también el entendimiento y la voluntad para caer en la cuenta de la cantidad de cosas estupendas que nos suceden: desde respirar hasta optar por aventuras quizás sencillas pero llenas de verdad y de bien, maduras de humanidad y sazonadas de buen humor. Quien procura vivir siempre así, de hecho, es bastante probable que lo haga desde la fuerza de la fe.
Hay un salto de confianza, de esperanza, de aptitud para la felicidad – esto es en parte la fe- que no puede ser impuesto racionalmente, porque la mano de Dios sólo se coge si libremente se quiere. Lo que sí se puede constatar es que quien así lo hace está en condiciones de disfrutar tanto en día laborable como en fin de semana: y con un gozo enorme, porque todo se llena de sentido. Y ese sentido es la fuente de la felicidad.
8. Ser querido Ser querido, dejarse querer, parece lo más natural del mundo. Se ve muy claro en los niños y en los ancianos; y en todo el mundo. Sin embargo, en épocas más o menos largas, nos cuesta aceptar el aprecio de los demás aunque en el fondo lo deseamos.
Nuestra autonomía, incluso en el darse, puede impedir algo que tal vez es más importante que querer: aceptar ser querido. La razón es quizá sencilla: nadie da de lo que no tiene. Nadie que no haya sido querido sabrá querer. Querer a otra persona, como dice Pieper, no es quererla para mí sino querer lo mejor para ella. Ser querido es por tanto ser dignificado, ser dotado de sentido, de valor.
Ser querido es en cierta manera permitir que nuestra identidad dependa de otro, por esto puede dar vergüenza. Ser querido es aceptar la unión con las demás personas, y supone -si se puede hablar así- perder algo de casta para ganarlo de personalidad. Aceptar ser querido es la base para querer; y sólo quien se sabe muy querido sabrá querer y darse con toda su persona.
9. Fijarse en lo positivo El agujero es en el queso y la herida en el cuerpo. Las sombras son por las luces; no al revés. Fijarse en lo positivo, en lo bueno, es ser realista. No se trata de la necedad de ignorar el mal ni sus consecuencias, a veces tremendas. Se trata de comprender una cosa: ser es ser agradecido.
Muchos bienes no son noticia. Dicen, con respeto y aprecio a las verdades difundidas por el periodismo, que “el ruido no hace bien y que el bien no hace ruido”. Fijarse en lo bueno es el requisito previo para conseguirlo. En ocasiones el escalador tiene que mirar hacia abajo pero sobre todo debe mirar arriba para poder llegar.
Cada persona se transforma en aquello hacia lo que se dirige. Si nos fijamos en el bien y nos acercamos a él seremos buenos. Esto requiere un ingrediente difícil de obtener: el conocimiento propio. En este conocimiento, donde juegan un papel importante la sensatez, la experiencia y el consejo cualificado, también hay que fijarse en lo positivo, en lo bueno de nosotros mismos, por las mismas razones que hemos antes, para recuperar, con más temple, la propia ilusión de vivir.
Mirar a la victoria, sin desconocer las dificultades que pueda llevar consigo, es ya empezar a conquistarla.
10. Vida y misterio La vida esconde en su origen y en su actualidad el misterio de su por qué. La palabra misterio era traducida por los latinos como sacramentum; esto es: algo visible que connota lo invisible, lo que está detrás; lo que es su sentido. La realidad visible es de alguna manera un símbolo; algo que remite a su origen, a lo que la dota de unidad de sentido. Y, en la realidad, viven unos símbolos vivos y libres que somos nosotros mismos.
Los hombres podemos representar personalmente el mundo; por ejemplo al escribir una novela, pero no podemos dotarla de realidad. Hay Alguien que si puede. En El su ser se identifica con su pensamiento y su querer con su poder. Un literato ha creado la novela en que vivimos. Alguien entiende el mundo y al entenderlo lo ama. Nos entiende a través de su Idea, de su Nombre. Somos porque nos quiere. En expresión de Chesterton, “el mundo es una novela donde los personajes pueden encontrarse con su autor” (4). Cada persona es una biografía dentro de la novela. Y hace falta un personaje principal que dé unidad de sentido a todas nuestras vidas.
11. Cuatro puntos de apoyo Vamos a destacar cuatro ideas. Hemos visto que desde experiencias parciales podemos extraer conclusiones generales que a su vez son reglas sólidas de la realidad y condiciones para que exista: “el sentido del mundo está diseñado desde fuera del mundo”. Otra conclusión estudiada es que “ser original es ponerse en el lugar del otro”. También tu verdad personal tiene mucho que ver con la verdad de los demás :existe una “unidad en la pluralidad”. Y, entre otras muchas cosas interesantes, “la realidad, y la propia vida de cada uno, remite a un misterio que permanece desconocido a unos y llena de sentido a otros”.
¿Piensas que hay una relación entre estas cuatro ideas y algo que está a diario al alcance de nuestra vista? (1) Cfr. Antonio Millán Puelles, “La estructura de la subjetividad”, Rialp, Madrid, 1967. (2) Cfr. Robert Spaeman,”Felicidad y benevolencia”, Rialp, Madrid, 1991. (3) Cfr. www.interrogantes.net (4) Cita recogida en “Alfa y Omega”, Nº 1, 9-XII-95, Madrid, p.27.
Alfonso Aguiló, “La vocación de los hijos”
La llamada divina, un gran don de Dios
La vocación es un don divino completamente inmerecido para cualquier persona; y para los padres, que Dios llame a sus hijos supone una muestra de un especial afecto por parte de Dios. Cuando Dios llama a un hijo para que se entregue plenamente a su servicio (en cualquiera de sus formas: en el sacerdocio, en la vida religiosa, en la entrega plena en medio del mundo, etc.), deben agradecerlo a Dios como un verdadero privilegio.
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José Miguel Cejas, “La vocación de los hijos”, MC
La edad del hombre
Cuando Dios llama
Dios suele llamar en la juventud
Resistencia a la entrega
La causa definitiva
La Iglesia rezuma alegría de juventud
La edad privilegiada
Otros jóvenes
El tono adolescente
La rebeldía de la juventud
La gran rebeldía
Un sabor amargo
“Jóvenes amaestrados”
Un regalo de Dios
Hijos para el cielo
Un pobre alguacil de Riese
Una solicitud que no se acaba nunca
En la hora del desaliento
La vocación y las “pruebas”
“Es casi una niña”
“No nos oponemos, pero…”
Un prototipo de intransigencia
“He perdido un hijo”
“No nos quieres”
Ley de vida
Mucho se alegrará
Aún más en el cielo
La edad del hombre
La edad. ¿Cuál es la edad de un hombre? Los calendarios, los relojes, las arrugas, las burbujas de champán de cada Nochevieja tejen cronologías extrañas que no coinciden con las fechas del alma.
Hay hombres eternamente niños. Otros, perpetuos adolescentes. Muchos no llegan nunca a la madurez. Hay a quienes les sorprende la vejez embriagados todavía en el vértigo de su frivolidad: tratan entonces de apurar la vida a grandes sorbos, a la búsqueda de lo que ya no volverán nunca a ser.
Unos alcanzan ese equilibrio llamado madurez en cada una de las épocas de su vida: ¡qué magnífica la madurez de un niño plenamente, verdaderamente niño! Sin embargo, otros no lo logran nunca: ¡qué tristeza entonces la del niño crecido prematuramente!; ¡qué ahogo del alma producen esos retratos velazqueños en los que aparecen los niños de la corte, envarados, rígidos y erguidos, con sus gargantillas estrechas, por las exigencias de una etiqueta severa que asfixiaba su niñez!
Por el contrario, ¡qué espléndida la niñez, o la adolescencia, si se sabe ser eso: ni niño ni adulto prematuro, sino un adolescente, es decir, un joven que sabe vivir su juventud intuida, con la mirada abierta hacia el futuro! ¡Qué plenitud la de la vejez si es quintaesencia de vida acumulada, consumación de ideal, culminación de una vida!
Si es cierto que cada uno es responsable de su rostro a los cuarenta años, ¡qué formidable testimonio dan de sí mismos –sin quererlo– los rostros de los santos! Sus ojos, sus gestos, revelan una sorprendente, una casi indestructible juventud interior. Demuestran que, sea cual sea la edad que se tenga, la edad verdadera de un hombre es la edad de su amor y de su generosidad.
Y que su calendario definitivo no es el que marca sus días hacia la muerte, sino el que señala su camino hacia Dios.
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Alfonso Sanz, “Custodiar el tesoro del celibato”, Palabra, IV.01
El don divino del amor célibe requiere una respuesta cotidiana de fidelidad.
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Fernando Sebastián, “¿Faltan vocaciones, o faltan respuestas?”, 21.IV.2002
Este domingo celebramos en la Iglesia católica el Día de oración por las vocaciones. Hay muchas formas de entenderlo. La más fácil es dejar pasar esta fecha sin tenerla en consideración. Seguramente será la mayoritaria.
Pero hay también otros riesgos, incluso entre las personas buenas dispuestas a escuchar la llamada de la Iglesia. No cumplimos si nos limitamos a rezar unas Avemarías pidiendo por el aumento de vocaciones. Con eso no podríamos quedarnos con la conciencia tranquila.
La primera eficacia de la oración recae sobre nosotros mismos. San Agustín dice que cuando pedimos algo a Dios, la gracia principal que nos concede es crear en nosotros las disposiciones para recibir sus dones y colaborar con ellos.
Cuando me comentan que no hay vocaciones, yo suelo invitar a reflexionar por qué ocurre lo que ocurre. Decimos “no hay vocaciones”, sería más exacto decir “que vocaciones sí hay, porque Dios sigue llamando para todo aquello que la Iglesia y el mundo necesitan. Lo que no hay son respuestas.
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Entrevista a Joaquín Navarro-Valls, “El Papa no es un anciano”, El Mundo, 27.III.1999
Entrevista realizada por Ana Romero.