Ignacio Sánchez Cámara, “Deshumanización”, ABC, 19.VIII.02

Allí donde se niega la realidad personal del hombre sabemos que se ha instalado la inmoralidad. Y niega la dignidad de la persona todo aquel que la trata como medio y no como un fin en sí. Aunque quien lo haga sea uno mismo. También es posible negarse a sí mismo la condición de persona y tratarse como medio y no como fin. Lo vemos todos los días en los medios de comunicación. El periodista que vulnera la intimidad para realizar un reportaje atenta contra el derecho ajeno. Trata al otro como pieza que se cobra, como medio para sus fines. Quien vende su intimidad a cambio de dinero trata a su propia persona como medio y, por lo tanto, se deshumaniza. En este caso, el periodista es cómplice, incluso coautor, de la abyección.

El escritor que busca el éxito y la risa halagadora mediante la reducción de una persona a la condición de objeto de escarnio, por más que ésta pueda dar motivos para ello, incurre en la misma inmoralidad. Toda burla incluye la deshumanización del burlado, su cosificación. Estos comportamientos entrañan la vulneración de la moral y, en muchos casos, también del Derecho.

Existe un caso en el que la degradación, por ser consentida, alcanza quizá el mayor nivel de envilecimiento. En este supuesto, el consentimiento no atenúa la responsabilidad. Es aquél en el que una persona acepta ser insultada y sometida a la violación de su intimidad a cambio de dinero. La deshumanización se produce por partida triple. Se deshumanizan tanto el infamado voluntario, como el periodista coautor, más que testigo, como el espectador. Quien piense que el consentimiento atenúa o borra la culpa se equivoca. Por el contrario, la aumenta. El caso corrobora la falsedad de la tesis que pretende que todo lo que realizan adultos mediante el uso de su libertad es legítimo moralmente. Otra cosa es que haya que tolerarlo jurídicamente. Pero esto no tiene nada que ver con la legitimidad del juicio moral adverso. Mas nada de esto existiría si no fuera por la culpable complicidad de los espectadores. Constituye por eso un deber no leer a escritores ni contemplar u oír programas en los que el asunto no es otro que la deshumanización y la reducción de la persona a mera cosa. Y, por supuesto, en los medios de comunicación públicos estos programas deben ser excluidos, por mayoritaria que sea la audiencia. Por cierto, esto desmiente también la falsa tesis de la soberanía moral de la mayoría.

Los productores de basura no pueden diluir su responsabilidad apelando al ilegítimo tribunal de la audiencia. Ésta no hace sino incrementar las proporciones de su indignidad. Pero el espectador nunca es inocente, pues sin su anuencia no sería posible perpetrar el mal.

Joseph Ratzinger, “El Catecismo, manual de instrucciones de la felicidad”, Zenit, 9.X.02

Congreso internacional con motivo de los 10 años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.

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Informe anual sobre libertad religiosa en el mundo, 11.V.05

El 11 de mayo la Comisión para la Libertad Religiosa Internacional de Estados Unidos (USCIRF) presentaba su informe anual sobre libertad religiosa. Junto con el informe, la comisión anunciaba sus recomendaciones a la secretaria de estado, Condoleezza Rice, sobre «los países de especial preocupación» (CPCs).

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Susanna Tamaro, “El mal no se combate con la retórica de los buenos sentimientos”, El Mundo, 3.IX.02

Nunca he creído en la bondad natural del hombre. (…) Esto ha provocado que no me sorprenda la exhibición de su maldad. Me maravilla, en cambio, que la gente se haya olvidado de esta natural tendencia al mal, que no tengamos ya memoria de nuestros orígenes. No fue Abel, muerto precozmente, sino Caín el que generó todas las estirpes que pueblan la Tierra. Un cielo vacío y un paraíso fácilmente edificable en la tierra sacaron al hombre de su camino. Entender la técnica -y dominarla- le proporcionó la ilusión de que el mismo saber era extensible al corazón. Sin cielo -y sin camino para recorrer-, también el hombre se torna máquina y, como todas las máquinas, puede funcionar bien o mal, depende de la construcción, del programa y del mantenimiento.

(…) Sin la idea de la redención, la Historia se convierte en una arena en la que los vencedores amontonan constantemente los cuerpos de los vencidos. Sin la idea de la redención, la vida de los seres humanos no es muy diferente de la de los excursionistas sorprendidos por la niebla. ¿Cuál es el camino por el que hemos venido? ¿Por dónde vamos caminando ahora? Nadie tiene una brújula, andamos a ciegas, volviendo siempre sobre nuestros pasos. De esta forma, cuando llegue la muerte, habremos gastado todos los zapatos caminando siempre por el mismo lugar. (…) El mal, la enfermedad, la destrucción y la muerte tienen, de hecho, una misteriosa razón de ser y de existir. La salvación no se consigue caminando al atardecer por la playa de un mar en calma, sino trepando por los montes, entre las zarzas y los espinos, con el riesgo constante de caerse por el barranco en cada instante. El mal no se puede combatir con el mal, pero tampoco con la retórica del bien y de los buenos sentimientos. Es como querer construir un tanque con mondadientes. «¡Tenemos que amarlos!», «tenemos que querer la paz». ¿Y por qué, cuando todo el mundo alrededor sólo habla de atropellos, de victoria de los impíos y de la ferocidad que triunfa? El pecado de este tiempo -y de todo tiempo- no es el mal, sino la idolatría. Ella es la que conduce al hombre a la deriva y transforma la historia en una carrera sin frenos hacia la aniquilación.

Sí, tendremos que plantar más árboles, observarlos, entender que entre nosotros y ellos la diferencia es realmente exigua, porque la vida de ambos depende de la generosidad de la luz y de la abundancia de agua. De la luz que es auténtica luz y del agua que calma la sed. Tendremos que sembrar más palabras. Palabras que golpean, que hieren. Palabras que hacen levantar la vista. Palabras que, en la estación justa, sepan germinar y transformarse en plantas. Las plantas de la esperanza, del amor y de la misericordia.

Tendremos que ser de nuevo capaces de ver, de escuchar, de renovar la alianza. Circuncidar la oreja, la mirada y el corazón al igual que, con la poda, se circuncidan las ramas para que nazca la flor y se transforme en fruto.

Janice G. Raymond, “Diez razones para no legalizar la prostitución”, CATW, 8.I.04

Publicado en www.catwinternational.org Janice G. Raymond Coalición Internacional Contra el Tráfico de Mujeres (CICTM/CATW) 08/01/2004 Continuar leyendo “Janice G. Raymond, “Diez razones para no legalizar la prostitución”, CATW, 8.I.04″

Salvador Cervera, “La depresión, mucho más que la tristeza”, Alfa y Omega, 15.I.04

Se ha generalizado el término depresión, que se ha puesto de moda en el lenguaje de la calle y se utiliza en muchos casos de forma incorrecta. Sin embargo, la enfermedad es muy seria, no tiene nada que ver con esa apatía ante la vida del estudiante que ha suspendido seis asignaturas, y como tal debe ser tratada. El peligro de generalizar el término poliédrico puede llevar a descuidar una cura eficaz ante la enfermedad. Para esclarecer este punto, el profesor Salvador Cervera, de la Universidad de Navarra, explicó en el reciente Congreso Internacional de la Salud, celebrado en Roma, la diferencia entre el malestar y la enfermedad de la depresión El estado de ánimo triste es un malestar psicológico frecuente, pero sentirse triste o deprimido no es suficiente para afirmar que se padece la depresión. Este término puede indicar un signo, un síntoma, un síndrome, un estado emocional, una reacción o una entidad clínica bien definida. Por ello es importante diferenciar entre la depresión como enfermedad y los sentimientos de infelicidad, abatimiento o desánimo, que son reacciones habituales ante acontecimientos o situaciones personales difíciles.

En la respuesta afectiva moral nos encontramos con sentimientos transitorios de tristeza y desilusión, comunes en la vida diaria. Esta tristeza, que denominamos normal, se caracteriza por: ser adecuada y proporcional al estímulo que la origina; tener una duración breve; y no afectar especialmente a la esfera somática, al rendimiento profesional o a las actividades de relación.

En la depresión como estado patológico se pierde la satisfacción de vivir, la capacidad de actuar y la esperanza de recuperar el bienestar. Se acompaña de manifestaciones clínicas en la esfera del estado de ánimo (tristeza, pérdida de interés, apatía, falta de sentido de esperanza), del pensamiento (capacidad de concentración disminuida, indecisión, pesimismo, deseo de muerte, etc.), de la actividad psicomotriz (inhibición, lentitud, falta de comunicación o inquietud, impaciencia e hiperactividad) y de las manifestaciones somáticas (insomnio, alteraciones del apetito y peso corporal, disminución del deseo sexual, pérdida de energía, cansancio, etc.) Este conjunto de síntomas ponen de manifiesto que nos hallamos ante un estado patológico específico, netamente distinto de la tristeza normal y que adquiere formas e intensidades bien definidas. Y en este sentido se han establecido diversas formas clínicas de depresión internacionalmente aceptadas, que de menor a mayor intensidad son: reacción depresiva; trastorno depresivo mayor; distimia; trastorno bipolar; trastorno depresivo orgánico; depresión melancólica; y depresión psicótica. Cada una de ellas con rasgos diferenciales clínicos bien establecidos.

La depresión es el resultado de un diálogo interactivo entre la biología, los factores personales y psicológicos, y el ambiente. Como factores biológicos figuran una base genética, en algunas formas de depresión, alteraciones en los neurotransmisores cerebrales y alteraciones endocrinas e inmunológicas. Todos estos factores no deben ser considerados como agentes causales, sino como moduladores o marcadores biológicos del estado de enfermedad. Desde otro punto de vista, las características de personalidad juegan un papel, unas veces de predisposición, otras de complicación del cuadro clínico, o de configuraciones del cuadro clínico. Es de gran importancia también el estudio de los factores de vulnerabilidad, como, por ejemplo, la inestabilidad emocional, la hipersensibilidad, o la dependencia, la inseguridad y el pesimismo, o la alta vulnerabilidad a las situaciones de estrés. Estos rasgos predispondrían a la enfermedad especialmente cuando se asocian a factores sociales negativos.

Existe también una variedad de factores de protección que fortalecen al sujeto. Son los sistemas de creencias religiosas y de valores, el grado de madurez psicológica que permite una respuesta equilibrada desde el punto de vista emocional y racional, la facilidad para captar y asumir el sentido de las experiencias propias y ajenas, los sentimientos estables de apoyo y pertenencia propios de las relaciones personales, el ejercicio de la libertad para la realización de proyectos que comprometen de manera estable y que nos vinculan a los demás.

En cuanto a los factores ambientales, se han descrito una mayor probabilidad de padecer un trastorno depresivo cuando se dan factores externos adversos, como acontecimientos estresantes recientes, muerte prematura de un familiar, inadecuada educación, pobreza, malnutrición, insuficiente soporte social. Todos estos factores que forman parte de la biografía del individuo, repercuten en él, creando vulnerabilidad.

En conclusión, los factores que inciden en la génesis de la enfermedad depresiva forman parte de un sistema interactivo, que modula la respuesta a los sufrimientos que generan tristeza. Este sistema interactivo incluye una valoración, un discernimiento interno personal que otorga significado a lo percibido, con muy distintos significados clínicos. En la tristeza o aflicción normal, aunque hay una afectación, ésta no rompe el sentido armónico de la persona, y por eso se produce una respuesta adaptada al propio sujeto y a su entorno. En el trastorno adaptativo la afectación es desproporcionada. En la depresión mayor y en la distimia, la afectación de las estructuras es, no sólo intensa, sino distorsionante. Y en el caso de la melancolía, del trastorno bipolar y de la depresión psicótica, la respuesta está fragmentada, rota, con una fisura amplia respecto a las demás formas de depresión, pues manifiestan una ruptura interior, que supone un salto tanto cuantitativo como cualitativo. Consideramos que el principio armónico y de control global al que toda persona tiende, y que es adaptativo, se distorsiona en tres fases sucesivas, que podemos denominar sobrecarga, distorsión y ruptura. Y no parece que se deba plantear una disyuntiva entre incremento cuantitativo y salto cualitativo. En todos los ámbitos, desde lo inorgánico hasta los vivos, son muchos los casos en que un incremento cuantitativo del estrés se traduce en un cambio cualitativo, de forma y de función.

Diez características más comunes de la depresión: La persona experimenta un sentimiento general de falta de esperanza, de interés, con apatía, tristeza y abatimiento general. – Pérdida de perspectiva. Lucha por la confianza en uno mismo en lugar de contra los problemas de la vida. – Cambios en las actividades y preferencias. Alteraciones de sueño, en las comidas, en las relaciones sexuales… – Baja autoestima. – Tendencia al aislamiento. Temor sin fundamento a ser rechazado. – Deseo de huir de los problemas y de la vida misma. Deseo de suicidio. – Hipersensibilidad ante los comentarios y los actos de los demás. – Dificultad para controlar sus emociones, en especial la ira. – Fuerte sentimiento de culpa. – Estado de dependencia que refuerza el sentimiento de invalidez.

El término poliédrico de la depresión La tristeza normal es una respuesta afectiva constituida por sentimientos de la vida diaria, poco o muy intensos, pero escasamente duraderos, que aparece ante situaciones de estrés, frustración y pérdidas. Debe considerarse corno experiencia depresiva normal. – La depresión, como estado patológico, es un fenómeno en el que se pierde la satisfacción de vivir, la capacidad de actuar y la esperanza de recuperar el bienestar; se acompaña de manifestaciones somáticas y psíquicas, y produce en la persona diversos grados de incapacidad. – El proceso de estación de la experiencia depresiva patológica es altamente dinámico en el tiempo, con modos de vulnerabilidad que resultan de la combinación de la biología, factores personales y sociales o ambientales, y que se acentúan de acuerdo al curso de la biografía personal, los factores de protección y las experiencias de sí mismo y del entorno. – En la medida en que es una experiencia estrictamente personal, la vivencia de la enfermedad depresiva, como la de la tristeza normal, deben ser consideradas como únicas para cada persona, y su significado personal debe ser estimado en un plano existencial.

Cómo ayudar a personas que sufren depresión Mensaje de Juan Pablo II a la XVIII Conferencia Internacional sobre la Depresión: «La clave para ayudar a una persona con depresión es el amor y la oración. Las personas que cuidan de los enfermos deprimidos deben ayudar a recuperar la propia estima, la confianza en sus capacidades, el interés por el futuro, las ganas de vivir. Por eso, es importante tender la mano a los enfermos, hacerles percibir la ternura de Dios, integrarlos en una comunidad de fe y de vida, en la que se sientan acogidos, comprendidos, sostenidos, dignos, en una palabra, de amar y de ser amados.

En el camino espiritual son de gran ayuda la lectura y la meditación de los salmos, el rezo del Rosario, la participación en la Eucaristía, fuente de paz interior. La difusión de los estados depresivos es preocupante. Se manifiestan fragilidades humanas, psicológicas y espirituales, que al menos en parte son inducidas por la sociedad. Es importante ser conscientes de las repercusiones que tienen los mensajes transmitidos por los medios de comunicación sobre las personas, al exaltar el consumismo, la satisfacción inmediata de los deseos, la carrera a un bienestar material cada vez mayor. Es necesario proponer nuevas vías, para que cada uno pueda construir la propia personalidad, cultivando la vida espiritual, fundamento de una existencia madura. La Iglesia y la sociedad deben proponer a las personas, especialmente a los jóvenes, figuras y experiencias que les ayuden a crecer en el plano humano, psicológico, moral y espiritual. La ausencia de puntos de referencia contribuye a crear personalidades más frágiles, llevando a considerar que todos los comportamientos son semejantes.

Juegan un papel relevante la familia, la escuela, los movimientos juveniles, las asociaciones parroquiales.

También es significativo el papel de las instituciones públicas para asegurar condiciones de vida dignas, en particular, a las personas abandonadas, enfermas, ancianas. Son igualmente necesarias las políticas para la juventud, que ofrezcan a las nuevas generaciones motivos de esperanza, preservándolas del vacío o de otros peligros».

Salvador Cervera Enguix

Susanna Tamaro, “Regreso al corazón”, Alfa y Omega nº 316

En esta entrevista concedida al diario italiano Avvenire, la escritora italiana Susanna Tamaro juzga «nuestros tiempos díficiles» y la incapacidad de comunicar. Habla la escritora que está a punto de rodar como directora su primer largometraje.

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Hércules y el carretero

Un carretero conducía a sus animales por un camino fangoso completamente cargados, y las ruedas de la carreta se hundieron tanto en el lodo que los caballos no podían moverla. El carretero miraba desesperado alrededor suyo, llamando a Hércules a gritos para pedirle ayuda. Al fin el dios se presentó, y le dijo: “Apoya el hombro en la rueda, hombre, y azuza tus caballos, y luego pide auxilio a Hércules. Porque si no alzas un dedo para ayudarte a ti mismo, no esperes socorro de Hércules ni de nadie”. (Esopo)

El violín desafinado

Se cuenta que con un viejo violín, un pobre hombre se ganaba la vida. Iba por los pueblos, comenzaba a tocar y la gente se reunía a su alrededor. Tocaba y al final pasaba entre la concurrencia una agujereada boina con la esperanza de que algún día se llenara. Cierto día comenzó a tocar como solía, se reunió la gente, y salió lo de costumbre: unos ruidos más o menos armoniosos. No daba para más ni el violín ni el violinista. Y acertó a pasar por allí un famoso compositor y virtuoso del violín. Se acercó también al grupo y al final le dejaron entre sus manos el instrumento. Con una mirada valoró las posibilidades, lo afinó, lo preparó… y tocó una pieza asombrosamente bella. El mismo dueño estaba perplejo y lleno de asombro. Iba de un lado para otro diciendo: “Es mi violín…!, es mi violín…!, es mi violín…!”. Nunca pensó que aquellas viejas cuerdas encerraran tantas posibilidades. No es difícil que cada uno, profundizando un poco en sí mismo, reconozca que no está rindiendo al máximo de sus posibilidades. Somos en muchas ocasiones como un viejo violín estropeado, y nos falta incluso alguna cuerda. Somos… un instrumento flojo, y además con frecuencia desafinado.

Si intentamos tocar algo serio en la vida, sale eso… unos ruidos faltos de armonía. Y al final, cada vez que hacemos algo, necesitamos también pasar nuestra agujereada boina; necesitamos aplausos, consideración, alabanzas… Nos alimentamos de esas cosas; y si los que nos rodean no nos echan mucho, nos sentimos defraudados; viene el pesimismo. En el mejor de los casos se cumple el refrán: “Quien se alimenta de migajas anda siempre hambriento”: no acaban de llenarnos profundamente las cosas. Qué diferencia cuando dejamos que ese gran compositor, Dios, nos afine, nos arregle, ponga esa cuerda que falta, y dejemos ¡que Él toque! Pero también en la vida terrena existen violinistas que nos pueden afinar; un amigo, un compañero, un maestro, o cualquier persona de la que podamos obtener conocimientos, un consejo, una buena idea, una corrección fraterna, y quedaremos sorprendidos de las posibilidades que había encerradas en nuestra vida. Comprobamos que nuestra vida es bella y grandiosa cuanto que somos instrumentos perfectibles y, si nos proponemos ser mejores, lucharemos constante e incansablemente por ser: un violín cada vez mejor afinado.

Tu rostro habla por ti

Hace tiempo, en un pequeño y lejano pueblo, había una casa abandonada. Cierto día, un perrito buscando refugio del sol, logró meterse por un agujero de una de las puertas de dicha casa. El perrito subió lentamente las viejas escaleras de madera. Al terminar de subirlas se encontró con una puerta se encontró con una puerta semiabierta, y lentamente se adentró al cuarto. Para su sorpresa se dio cuenta que dentro de ese cuarto había mil perritos más, observándolo tan fijamente como él los observaba a ellos.

El perrito comenzó a mover la cola y a levantar sus orejas poco a poco. Los mil perritos hicieron lo mismo. Posteriormente sonrió y ladró alegremente a uno de ellos. El perrito se quedó sorprendido al ver que los mil perritos también le sonreían y ladraban alegremente con él. Cuando el perrito salió del cuarto se quedó pensando para sí mismo: “¡Qué lugar tan agradable, tengo que venir más a visitarlo!”. Tiempo después otro perrito callejero entró al mismo sitio y al mismo cuarto, pero este perrito al ver a los otros mil perritos del cuarto, se sintió amenazado, ya que lo estaban mirando de una manera agresiva. Empezó a gruñir, y vio como los mil perritos le gruñían a él. Comenzó a ladrarles ferozmente y los otros mil perritos le ladraron ferozmente también a él. Cuando este perrito salió de aquel cuarto pensó: “¡Qué lugar tan horrible, nunca más volveré a entrar aquí!”. En el frontal de aquella casa había un viejo letrero que decía: “La casa de los mil espejos”. Los rostros del mundo son como espejos. Según seamos, así vemos.