Alfonso Aguiló, “Transparencia y confianza”, Hacer Familia nº 290, 1.IV.2018

Toda gran empresa tiene su gran historia que contar. Y así es también en el caso de Netflix, cuya idea primigenia surgió por un problema que hoy resulta totalmente anacrónico: devolver una película en un videoclub.

Reed Hasting era un ingeniero informático de Stanford nacido en Boston en 1960. Un día del año 1997, Hasting alquiló la película “Apollo 13” en un local de Blockbuster de California, pero no pudo devolverla porque la había perdido. Hasting tuvo que pagar una multa de 40 dólares. Aquel asunto le generó cierta vergüenza, pero sobre todo le hizo pensar que aquel sistema de alquiler de cintas de vídeo se estaba quedando obsoleto y era manifiestamente mejorable.

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Alfonso Aguiló, “La codicia”, Hacer Familia nº 287, 1.I.2018

El tulipán llegó a los Países Bajos desde Turquía en el siglo XVI. El suelo arenoso holandés, ganado al mar, resultó ser muy bueno para su cultivo, que pronto se extendió por todo el país. Todos apreciaban la belleza de las flores de tulipán, les encantaba a los botánicos y a los pintores, y enseguida fue un símbolo de prestigio y de distinción.

Pronto los horticultores consiguieron que los tulipanes monocromos pasaran a ser multicolores, y entraron en una carrera de exotismo que fue elevando progresivamente su precio. Las variedades más raras eran bautizadas con nombres de personajes ilustres y en la década de 1620 los precios se dispararon.

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Alfonso Aguiló, “Salir de la burbuja”, Hacer Familia nº 286, 1.XII.2017

Leo un artículo de Katharine Viner, directora de The Guardian, que se titula “How technology disrupted the truth”, preocupada por un curioso fenómeno que se está produciendo en el mundo digital.

Viner explica que los algoritmos que alimentan las fuentes de noticias de buscadores como los de Facebook o Google están diseñados para ofrecer al público lo que cada uno quiere ver. Eso hace que lo que encontramos cada día al entrar en nuestros perfiles personales, o en las búsquedas que hacemos en Google, ha sido intencionadamente filtrado para reforzar nuestras propias ideas, gustos o creencias.

Se trata sin duda de un loable un esfuerzo por amoldar los medios de información, y los contenidos, al gusto de los usuarios, pero el efecto al que conduce es que finalmente nos muestra una realidad configurada y decorada a nuestro gusto, que tendemos a aceptar con muy poco sentido crítico. Ese esfuerzo de tantas grandes compañías por atraer visitantes les está llevando a invertir mucho en lograr presentar a cada uno lo que son sus preferencias. En otros casos, lo que hay es una intencionada tergiversación de los hechos a favor de una determinada postura social, ideológica o política.

Hace unos años nos sorprendía encontrar, en una web cualquiera, anuncios de productos que habíamos visto en Amazon tan sólo unas horas antes, o de viajes a una ciudad que habíamos visto recientemente en Google, o de la que habíamos hablado en un correo electrónico personal. Hoy esto ya no sorprende a nadie. Y ahora nos encontramos con que esa estrategia, que se usaba para la venta de productos por internet, empieza a emplearse también para las noticias que más nos gustan. La mayoría de los ciudadanos consume noticias cada vez más a través de las plataformas de internet, y como darle al cliente lo que desea es un modo de fidelizarlo, esa es la estrategia por la que muchos han optado para obtener tráfico en la red.

Eso significa que cada vez será menos probable que encontremos información que nos desafíe o que amplíe nuestra cosmovisión, y por tanto cada vez será más difícil que encontremos razones que refuten la información falsa que personas de nuestro entorno ideológico hayan compartido, puesto que incluso en las redes sociales más flexibles, como en Twitter, solemos ver los tweets que más gustan a las personas que cada uno sigue.

No podemos pensar que la culpa de todo esto es del marketing o de los medios de comunicación. Hay que pensar también en razones más profundas, que nos alertan quizá de nuestra tendencia a enredarnos en esa dinámica, casi sin darnos cuenta, y eso es algo a lo que todos debemos resistirnos. El asunto clave es que no podemos dejarnos encerrar en un ambiente en el que todo se selecciona según nuestros intereses personales. Si solo nos llega lo que nos gusta, de las personas que nos convencen, sobre los temas que nos interesan, y con el enfoque que más nos seduce, entonces estamos condenados a nunca cambiar de opinión ni de visión de las cosas, y eso no es una buena noticia.

Esto puede ocurrir cuando no reflexionamos sobre las fuentes de las noticias que consumimos o, en una visión más amplia, cuando apartamos la mirada ante aquellos puntos de vista que nos desagradan o nos desafían. A veces huimos de todo esto sin detenernos a pensar en cómo se pueden ver las cosas desde otra perspectiva, como si todo lo que no coincidiera con nuestras ideas pudiese catalogarse de propaganda engañosa o poco fiable.

Los puntos de vista diferentes siempre nos aportan algo para conocer mejor la realidad. Para hacerlo con fruto, es importante tener capacidad crítica y la disposición de acercarnos a esas opiniones diversas no con desconfianza, sino con un espíritu abierto que se refuerza con el estudio cuidadoso de la verdad sobre los hechos, las personas o las situaciones. La última palabra la tenemos cada uno, para no acostumbrarnos a convivir con cualquier modo, por sutil que sea, de maltratar a la realidad de las cosas.

Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”

Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”

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Alfonso Aguiló, “Pensar en los demás”, Hacer Familia nº 285, 1.XI.2017

Un caluroso sábado de julio a las tres de la tarde, una chica inmigrante de quince años acude a un hospital de Granada, acompañada por tres trabajadoras sociales del centro de menores donde reside. Viene para ser atendida de las heridas que ella misma se ha provocado en la muñeca al intentar suicidarse unas horas antes.

Mientras le hacen las curas, en un descuido, la adolescente se escapa y se encarama en lo alto de una escalera auxiliar de la fachada del centro sanitario. A esa misma hora, Gerardo, un policía local de un municipio próximo esperaba pacientemente en la sala de urgencias del mismo hospital, aquejado de un terrible dolor de muelas.

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Alfonso Aguiló, “Arranques llenos de suficiencia”, Hacer Familia nº 284, 1.X.2017

Desde 1618, Suecia se encontraba en guerra con Polonia dentro del creciente conflicto de la Guerra de los Treinta Años. El rey Gustavo II Adolfo deseaba mejorar la flota real sueca para lograr un mejor control sobre el mar Báltico. Había hecho una gran apuesta por el poderío naval, que ya le había permitido grandes victorias, como la conquista de Riga y Livonia en 1621.

En 1625 mandó construir cuatro grandes naves. Quería que fueran las más poderosas y mejor armadas que existieran. Una de ellas, el “Vasa” sería el símbolo del poderío naval del Imperio sueco. Una vez iniciada la construcción del buque, el rey quiso que se añadiera un nuevo puente de cañones, para que fuese una aún más temible máquina de guerra.

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Alfonso Aguiló, “¿Un entorno fácil?”, Hacer Familia nº 283, 1.IX.2017

En julio de 1599, el almirante Jacob Van Neck vuelve al puerto de Amsterdam después de la segunda gran expedición holandesa por el Océano Indico. Se encuentra con un gran recibimiento. La tripulación desfila por las calles precedida por trompeteros y suenan todas las campanas de la ciudad. Van Neck trae consigo toda una serie de especias muy apreciadas, entre ellas casi un millón de libras de pimienta y clavo, así como nuez moscada, maza y canela.

Y trae también algo que despierta un notable interés. Un ejemplar único de un ave de gran tamaño, que vive pacíficamente en grandes bandadas en la Isla Mauricio, a 900 kilómetros de Madagascar. Aquel enorme pájaro tiene un pico ganchudo y patas muy cortas, una especie de capucha en la cabeza y una cola con plumas blancas. Es tan pesado que no puede volar, y cuando corre es tan torpe que parece barrer el suelo con su enorme panza.

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Alfonso Aguiló, “Vivir con humor”, Hacer Familia nº 281-282, 1.VII.2017

Ha fallecido Carles Capdevila con 51 años, y recuerdo con agrado sus charlas, sobre todo cuando hablaba de su tema favorito, “vivir con humor”. No hablaba de estar de broma todo el día, porque ni es posible ni se trata de eso. Decía que tener humor significa tener unos valores y un sentido de la vida que te hacen tener una buena disposición, que te hacen ser positivo. Y si a esa actitud se añade de vez en cuando un poco de ironía y de ingenio, podemos encontrar un cierto retorno a nuestro alrededor, con esas complicidades y esas risas o sonrisas que siempre ayudan a superar los malos momentos. Y lo decía él, que llevaba tiempo luchando contra un cáncer que estaba arruinando su salud.

En tiempos difíciles (y todas las épocas han considerado difíciles sus propios tiempos), es la actitud lo que marca la diferencia. Y la actitud depende mucho de la psicología que cada uno se ha ido forjando, del balance que hacemos con nosotros mismos cuando nos pasamos cuentas de cada cosa que nos sucede. Todos tendemos a cargar o descargar la autoestima en función de lo que dicen o piensan quienes tenemos alrededor. Y si estamos rodeados de gente que tiende a hacer valoraciones negativas de las cosas, es fácil que nos contaminemos de sus ganas de quejarse de todo, de su afán por considerarse víctimas y de su triste afición a buscar siempre y a toda costa culpables que carguen con la responsabilidad de cada cosa que no les gusta (o sea, de casi todo).

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Alfonso Aguiló, “¿Una sociedad adolescente?”, Hacer Familia nº 280, 1.VI.2017

En la novela de Philip Roth, “La mancha humana”, la vida del decano Coleman Silk se viene abajo tras preguntar un día por dos estudiantes que han faltado a todas sus clases, “¿Conoce alguien a estos alumnos? ¿Tienen existencia real o se han desvanecido como humo negro?”, pregunta en el aula. Desgraciadamente para Coleman, uno de los aludidos resulta ser afroamericano y, cuando llega a sus oídos la pregunta, la interpreta como un ataque racista. Aunque no había ánimo ofensivo en las palabras de Silk, pues jamás había visto al estudiante, el profesor es acusado de racista, cesado como decano y despedido. En poco tiempo se encuentra rechazado por la comunidad universitaria y rehuido por sus amigos y conocidos.

Aunque se trata solo de una novela, su figura refleja el drama de no pocos profesores norteamericanos que han sido censurados o expulsados de la universidad porque sus palabras no se ajustaron en algún momento a lo políticamente correcto y molestaron a un alumnado cada vez más sobreprotegido e infantilizado.

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Alfonso Aguiló, “La presión del grupo y el deseo de ser aceptado”, Hacer Familia nº 279, 1.V.2017

Jill es la primera novela del escritor británico, escrita entre 1943 y 1944, cuando tenía solo veintiún años y era un inadaptado estudiante de St John’s College, en Oxford. Tiempo después, en 1946, consiguió que se publicara.

La novela es como un autorretrato de esos primeros tiempos que el autor pasó como estudiante de literatura inglesa durante los años de la Segunda Guerra Mundial. El protagonista se llama John Kemp y es un joven provinciano de familia obrera, que llega a la universidad más prestigiosa de Inglaterra y le toca compartir habitación con Christopher Warner, un londinense adinerado y aficionado al alcohol. John es la figura típica del chico inteligente, responsable y aplicado, cuyo talento le ha permitido recibir una beca sin la cual jamás hubiera soñado con estudiar en Oxford, pero al llegar allí se siente atraído por la vida imprudente y disipada de su compañero, hasta el punto de que enseguida se deja seducir por los vicios de su amigo y los asume él mismo con toda su pasión.

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